Al estallar el movimiento por el retorno a la constitucionalidad el 24 de abril de 1965, tras la resistencia de las fuerzas retardatarias se transformó en guerra civil y luego en guerra patriótica cuando se produjo la intervención de tropas foráneas. En los primeros días de los combates, los adultos jóvenes de mi barrio de Villa Francisca organizaron un retén revolucionario en la Félix María Ruiz (Avenida México) con Jacinto de la Concha y José Reyes, esperando enfrentarse al CEFA. De repente llegaron varios carros con otros combatientes que acudían a supervisar el operativo, se escuchó una voz que exclamó: «llegó el coronel Caamaño». El suscrito, un adolescente que observaba el proceso, vio desmontarse de uno de los vehículos un hombre uniformado de militar de cierta corpulencia ametralladora en mano, era el coronel Francisco Alberto Caamaño Deño. Primera vez que lo veía y escuchaba mencionar su nombre. En esos instantes era el oficial de mayor rango que estaba comandando la zona de guerra, impartió instrucciones y su caravana marchó hacia otras áreas de combate. Pocos días después este coronel fue designado presidente de la República en Armas.
En principio Caamaño no era el jefe del movimiento conspirativo contra el Gobierno golpista del Triunvirato; se conoce que el ejecutivo de la actividad patriótica era el coronel Miguel Ángel Hernando Ramírez, quien se enfermó de manera muy delicada de hepatitis. Entonces se recurrió a un procedimiento rutinario en la guerra, reemplazarlo de acuerdo al escalafón con el oficial de más rango que estaba en combate directo y ese era Caamaño. Situación similar ocurrió en la Guerra Restauradora cuando fue escogido Gaspar Polanco, como jefe de las tropas dominicanas, que al momento del estallido no tenían un jefe máximo.
En medio de los crudos bombardeos se produce el entendible retiro del presidente provisional Molina Ureña. Ante el enorme torrencial bélico que arropaba la ciudad de Santo Domingo y el control de las vías aérea y marítima por el enemigo, era imposible que regresara el profesor Juan Bosch y penetrara indemne a la zona constitucionalista. Consciente de esta insoslayable realidad, el propio profesor Bosch consideró lo pertinente era declinar el mandato presidencial en el máximo jefe militar, unificando ambos mandos y esta responsabilidad correspondía a Francisco Alberto Caamaño, quien en principio se resistió a asumir el cargo. La Constitución del 1963 permitía este reemplazo. Bonaparte Gautreaux Piñeyro, distinguido escritor combatiente, fue testigo ante la historia del diálogo telefónico sobre el particular entre Caamaño y Bosch el 3 de mayo:
“Apuntaba Bosch la necesidad de que los constitucionalistas tuviéramos un interlocutor político para hablar con los norteamericanos que habían asumido el papel del contrario ante las fuerzas que luchábamos por el retorno a la constitucionalidad, después de la batalla del 27 de abril en el puente Duarte”.
“La discusión fue para largo. Bosch insistía, Caamaño también”.
“El profesor Bosch pidió hablar con Héctor Aristy y yo fui, de inmediato, para donde se hallaba el coronel Caamaño. Luego de la conversación entre Bosch y Aristy, éste y yo, ya ganados por el punto de vista de Bosch, continuamos con los mismos argumentos frente a Caamaño”. (Bonaparte Gautreaux Pineyro. El Gobierno de Caamaño 1965. (Documentos) Discurso y Decretos. Editora Corripio. Santo Domingo, 1989. p. 30).
Definitivamente fue difícil la conversación. Finalmente lograron persuadir al comandante. A partir de entonces en los barrios que se convirtieron en el escenario activo de la guerra, aparecía con energía similar como el superior militar el coronel Manuel Ramón Montes Arache, el aguerrido jefe del Cuerpo de hombres ranas, de la Marina. El presidente no se podía exponer, aunque nunca estuvo al margen del rol de los combates.
Tras la intensa jornada patriótica, a finales del mes de agosto, cuando se discutía finalizar la guerra, el presidente Caamaño, respetando el centralismo democrático, aceptó la decisión de la mayoría de las instituciones del Gobierno constitucionalista de aceptar la propuesta que se debatía. No obstante, manifestó para la historia su desacuerdo con esa resolución, señalando:
“Hoy se presenta el nombre de una persona (Héctor García Godoy), que la Comisión ad hoc de la OEA y el Gobierno de los Estados Unidos de América nos ha presentado y que hemos llegado a la conclusión de que en realidad se nos quiere imponer”. (Franklin Franco. República Dominicana. Clases, crisis y comandos. Casa de las Américas. La Habana, 1966. p. 218).
En la histórica reunión José Francisco Peña Gómez, líder civil de la guerra, haciendo la apología del coronel Caamaño, resaltó no solo su valor y entrega a la causa constitucionalista, sino su ejemplo procero, como había evolucionado políticamente, lo que mereció que en medio de las hostilidades pasara a ejercer la máxima posición de la dirección revolucionaria, resaltaba sobre la actitud del ilustre coronel:
“Lo que importa en los hombres no es su apellido o su vinculación a un pasado ingrato, lo importante es la capacidad que tengan esos hombres para encausar su vida dentro de los principios” (Franklin Franco. Obra citada. p. 228).
El 3 de septiembre en la histórica manifestación de la Plaza de la Constitución (Fortaleza Ozama) en atención a lo pactado en las negociaciones, el coronel Caamaño renunciaba a la Presidencia ante el pueblo manifestando:
“Porque me dio el pueblo el poder, al pueblo vengo a devolver lo que le pertenece. Ningún poder es legítimo si no es otorgado por el pueblo, cuya voluntad soberana es fuente de todo mandato público […] (El presidente Caamaño. Discursos y documentos. Colección 50 Aniversario de la Gesta Patriótica de Abril de 1965. Santo Domingo, 2015. p. 85)
Como parte de los acuerdos, Caamaño partió rumbo a Londres, en calidad de agregado militar de la embajada dominicana en Inglaterra. Consciente que se había producido una farsa electoral que en 1966 retornó al poder a Balaguer, representante genuino del trujillato, Caamaño decididamente comprometido con la libertad de su pueblo se trasladó a Cuba de modo clandestino a entrenarse para regresar con una expedición guerrillera a combatir la nueva tiranía.
Los malvados de siempre podrán proferir lo que quieran, pero en aquellos instantes su imagen se crecía de manera colosal ante la historia. Se trataba del líder de una heroica jornada de resistencia antiimperialista, que muy bien pudo dedicarse a vivir de ese prestigio, a pasar factura, pero decidió de nuevo lanzarse al escabroso ruedo de la lucha revolucionaria armada como un simple combatiente, para demostrar sus verdades.
Entretanto, en Santo Domingo millares de jóvenes desafiábamos en las calles la represión balaguerista. Para 1970 existía una alta efervescencia antigubernamental, en los círculos opositores se comentaba el inminente retorno de Caamaño y sus compañeros, para inyectarle una beligerancia máxima a la lucha. Lamentablemente se produjeron deplorables contradicciones en el seno del pueblo entre los potenciales guerrilleros que se entrenaban en Cuba; la llegada de la invasión patriótica se pospuso. En el lapso de 1971-1972 se produce la cacería a muerte y la valiente resistencia e inmolación de los Palmeros, originalmente el grupo destinado a apoyar desde dentro la expedición.
Finalmente el 2 febrero de 1973 hace 50 años, se produce la repatriación armada por playa Caracoles en Azua. Su arribo fue una sorpresa para la mayoría del movimiento revolucionario. Rápidamente se confirmó que era cierto la llegada de los combatientes revolucionarios que se ponía en duda. El país fue militarizado.
Quien esto escribe era dirigente del grupo estudiantil Fragua, y junto a los compañeros del Flavio Suero rápidamente conformamos un equipo de movilización en la Zona Intramuros de Santo Domingo, integrado por los dirigentes del Flavio Suero Erasmo Vásquez, Diógenes Gómez (Nenito) y los de Fragua: Danilo Santiago, Iván Rodríguez Batista y el suscrito, con la colaboración de jóvenes del pueblo y de otras organizaciones como Danilo Rodríguez del BRUC, organizamos varias micromarchas en el área, con una sola consigna: “Apoyo militante a los guerrilleros!!!”. La consigna era muy a tono con el momento político, las calles estaban patrulladas por miembros del Ejército que en varias ocasiones nos dispararon.
Las movilizaciones fueron breves solo de dos o tres cuadras y de inmediato nos dispersábamos. En la Zona Norte también se organizó un comité de movilizaciones. Así nos llegó el aciago 16 de febrero con la caída del comandante Román. Herido en combate, no se respetó su condición de prisionero de guerra, siendo fusilado de modo sumario por órdenes del presidente de la República y la camarilla de generalotes de su corte represiva que dirigían los operativos a control remoto desde Santo Domingo.
A cincuenta años de la ejecución del coronel Francisco Alberto Caamaño Deño cada día se agiganta su imagen histórica, que los autores intelectuales de su homicidio pretendieron extirpar de cuajo al ordenar de manera cruel su asesinato. Hoy esos criminales han quedado sepultados en el basurero de la historia, mientras el nombre del coronel Caamaño, el comandante Román, ha alcanzado la más alta dimensión en nuestros anales. Su ejemplo de lucha impregna el cielo de la patria junto a Duarte, los demás Trinitarios, los Restauradores y todos los héroes que han transitado el glorioso sendero de la defensa de los intereses del pueblo. Como apuntó en su ideario un gran pensador Oriental, podemos sentenciar en torno a su fusilamiento:
“Todos los hombres han de morir, pero la muerte puede tener distintos significados. El antiguo escritor chino Sima Chien decía: “Aunque la muerte llega a todos, puede tener más peso que el monte Taishan o menos que una pluma”. Morir por los intereses del pueblo tiene más peso que el monte Taishan; servir a los fascistas y morir por los que explotan y oprimen al pueblo tiene menos peso que una pluma.