El populismo ha sido un sello distintivo de la política latinoamericana. Los líderes populistas se caracterizan por interpelar directamente al pueblo, movilizarlo, y agudizar las confrontaciones sociales. Los casos más sonados de populismo de antaño son Juan Perón y Lázaro Cárdenas, y en las últimas décadas Hugo Chávez, Evo Morales, Rafael Correa, Jair Bolsonaro y Nayib Bukele.
En la República Dominicana, sin embargo, nunca ha surgido un régimen populista ni ha llegado al poder un líder populista, aunque el término se utilice ampliamente.
El sistema político dominicano es fundamentalmente clientelista, no populista: el pueblo ha sido desmovilizado por sus líderes y las confrontaciones sociales diluidas.
Es cierto que los excesos del populismo dificultan el desarrollo económico y generan inestabilidad política, pero una dosis de populismo ha sido fórmula conocida en la región para redistribuir riqueza.
La constante en la política dominicana, independiente del partido en el poder, ha sido beneficiar al capital, mantener el pueblo desmovilizado, y buscar la inclusión social vía clientelar. De ahí la alta concentración de riqueza.
Los regímenes populistas son con frecuencia demagógicos y autoritarios, obstaculizan la construcción democrática porque sobredimensionan el personalismo, limitan la libertad de expresión, la autonomía de los poderes públicos y la formación de capital. Pero surgen en América Latina ante las grandes desigualdades cuando el clientelismo simple se agota.
En Venezuela, por ejemplo, el sistema de competencia electoral que prevaleció entre las décadas de 1960 y 1980 colapsó en la década de 1990 porque el sistema clientelar, en el cual se fundamentó, no pudo dar respuesta a las crecientes demandas de inclusión social. Hugo Chávez reemplazó el sistema de partidos y forjó un sistema personalista que se sustentó en el poder militar y la transferencia de una parte de la renta petrolera hacia sectores empobrecidos. Entonces un segmento importante de la clase empresarial y media emigró.
Bolivia y Ecuador fueron sociedades oligárquicas hasta la década de 1990. Los movimientos indígenas se articularon y de ahí salió el apoyo fundamental a Evo Morales y Rafael Correa. Para sostenerse en el poder, estos presidentes tenían que movilizar las masas y acelerar los procesos de redistribución de riqueza.
Tanto en Venezuela como en Ecuador y Bolivia, el populismo tuvo un sesgo de izquierda. Sin embargo, en tiempos más recientes, los populismos en la región son de derecha, como ilustran los casos de Bolsonaro y Bukele.
El grave problema de América Latina ha sido no haber logrado la redistribución de riqueza en tiempos de bonanza económica y estabilidad política.
Las clases dominantes han dependido de la superexplotación de la fuerza de trabajo y han vivido en contubernio con los gobiernos buscando excesivas concesiones y evadiendo las cargas impositivas.
La República Dominicana no ha sido parte de la ola populista latinoamericana de las últimas décadas por la compactación de las élites, la extensa red clientelar del Estado que desmoviliza, la migración de muchos dominicanos que quita presión redistributiva, y la mano de obra barata haitiana sin derechos que sostiene la producción más ardua.
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