La persona que escribe sus memorias asienta algo más que hechos de interesante recordación. Entre líneas, el escribidor transmite su energía vital. En el relato sobre las experiencias y las lecciones aprendidas se cuela la mística moldeadora del relato existencial.
En 2021, Jonathan Russin (1937-2022) publicó en una edición limitada, regalo para a sus familiares y amigos, el libro: “Arquitecto del derecho, memorias de la vida de un abogado en los negocios internacionales”.
Se trata de una delicada y bien documentada obra de más de trescientas páginas. El libro tiene diecisiete capítulos, entre estos, los de su historia familiar, sus estudios escolares y universitarios, sus experiencias como joven misionero en África, la historia de amor con Antoniette (Toni) Stackpole y la llegada de su descendencia, entre otros, intercalados con sus experiencias profesionales, que incluyen emprendimientos en lugares tan disímiles como España, Rusia, Polonia o la República Dominicana.
El pasado 31 de diciembre el señor Russin falleció. En marzo de 2022 hizo su última visita a nuestro país y a la firma y nos entregó un ejemplar de la obra para nuestra biblioteca. Esta revela su aprecio y contribución institucional a la República Dominicana. Nadie mejor que el propio Jonathan, como prefería que le llamaran, para contarla. Tenía un don natural para la relatoría.
Como miembro de Russin, Vecchi & Heredia Bonetti, tuve el privilegio de trabajar bajo su supervisión en los primeros años de ejercicio profesional. En homenaje a un abogado modesto, pero no menos influyente entre los abogados dominicanos que laboramos ayer y hoy en RV&HB, así como a otros colegas y relacionados dominicanos a la familia Russin, resumo y cito pasajes del libro acerca de su tiempo y aportes en la República Dominicana.
Jonathan Russin fue un supervisor laboral de trato amable; aprovechaba las pequeñas oportunidades que ofrece las tareas de la abogacía para transmitir sentido de compromiso, valores democráticos y empatía con la cultura dominicana.
En sus años de joven abogado egresado de Yale, fue parte de Alianza para el Progreso, una iniciativa creada por el presidente John F. Kennedy que reclutó a jóvenes estadounidenses para promover nexos comerciales y desarrollistas en el hemisferio.
En 1966 con su inseparable Toni, cuando acababa de convertirse en madre por segunda vez, la Agencia Internacional de Desarrollo de los Estados Unidos (AID) requería con urgencia recursos profesionales para ser localizados en el país de la región donde acababa de terminar una guerra civil: la República Dominicana.
Citando a Mr. Russin:
“Santo Domingo, capital de la República Dominicana, fue el epicentro de una guerra civil que había estallado el año anterior, en 1965. La nación había sido gobernada por décadas por Rafael Trujillo, un oficial militar entrenado por los US Marines cuando ocuparon el país de 1916 a 1924 (…) Devino comandante en jefe por un golpe de estado y unas elecciones fraudulentas en 1930. Inmediatamente asumió poderes dictatoriales y gobernó brutalmente por treinta y un años, hasta su asesinato en 1961.
En febrero de 1963, un gobierno democráticamente elegido de corte izquierdista y Juan Bosch asumió la presidencia. Bosch instituyó un número de reformas, incluyendo una constitución liberal, que proveía mayores derechos laborales, el rompimiento de latifundios y la transferencia de la administración de las escuelas públicas en manos de la Iglesia Católica a servidores públicos. Solo duró siete meses y se exilió en Puerto Rico, por motivo de un golpe de estado instigado por una combinación entre la iglesia, líderes cívicos y ejecutada por milites de alto mando.”
A seguidas Mr. Russin describe el porqué de la intervención ordenada por la Administración Johnson en la Revolución de Abril de 1965, con los datos históricos y conocidos correspondientes, esto es, la misión de evitar el retorno del presidente Bosch al poder y sobre el particular, el señor Russin dice: “No estaba solo en la AID al considerar que esto era un error”.
Mientras los Marines y los soldados de la Organización de Estados Americanos se retiraban, los Russin llegaban al país. En ese nuevo período que inicia con el gobierno de Joaquín Balaguer en 1966, junto al joven abogado, Alianza para el Progreso colocó a más de la mitad de los recursos humanos de su programa de asistencia en Santo Domingo, a fines de revivir su agricultura, industria y comercio. El joven Jonathan sabría luego que el embajador John Crimmins solicitaba con urgencia un abogado.
La familia estadounidense llegaba a un territorio donde no era seguro para ellos ir, por ejemplo, al centro de la ciudad, y la movilidad hacia el interior dependía de viejas carreteras y el reducido desarrollo de infraestructura vial. La familia tuvo que empacar, aprender español y adaptarse al cambio en cuestión de meses.
Para el joven abogado, el paso por Santo Domingo a través de la AID era un plan de carrera de no más de dos años, que le valía créditos para entrar a una firma de abogados en los Estados Unidos a su regreso, en un peldaño competitivo. El entonces asesor legal regional con asiento en nuestro país era responsable de varias jurisdicciones de la región caribeña para la AID. En diciembre de 1967, los Russin pasaron su primera Navidad tropical.
“Invitamos a Froilán Tavares hijo, un reconocido abogado dominicano, un hombre de baja estatura con una energía embotellada que explotaba como una cascada verbal cuando le ponías un tema de interés. Luchaba por entender sus palabras. Los dominicanos hablan en un rápido staccato y habitualmente omiten las palabras.”
El norteamericano encontró a un magnífico contertulio para aprender español jurídico. Dos décadas después, en los años de la Perestroika, sentada en el despacho contiguo al suyo y de su asistente Mariloli Valera, fui testigo de cómo aprendió ruso, del mismo modo intensivo, cuando lo visitaba su profesor de esa lengua a la oficina.
Con especial ternura, Mr. Russin describe cómo Mrs. Russin aprendió de Dominga y Tinita, sus asistentes domiciliarias, un español todavía más rápido. La pareja, desde su llegada al país, celebraron las expresiones de la dominicanidad, desde el arte culinario, la pintura y en especial su gente.
Román Medina Diplán, socio de RV&HB y pintor en sus horas libres, residente en Puerto Plata donde los Russin tuvieron una casa veraniega, es testigo de excepción de esa reverencia que la familia de emigrantes dio a nuestra cultura.
En sus memorias, el autor, pensando en sus nietos y bisnietos, resume la historia y composición social de la República Dominicana, para que comprendan el contexto histórico donde en su juventud llegó a trabajar en el desarrollo de un pequeño país vecino.
Llama mi atención que en 1966, cuando el Volkswagen de la familia llega al país, todavía no era seguro para ellos transitar por el centro de la ciudad, lugares de mis primeros recuerdos de infancia. Pasear por la calle El Conde era la entretención sabatina de la capital dominicana de aquellos años.
Mr. Russin explica que salía en dirección contraria. Su primera visita en coche fue a los terrenos que se convertirían en el sector Los Padros. Con la IAD le tocó fomentar el mutualismo de las asociaciones de ahorros y préstamos del país, clave para que las familias como aquella en que yo crecía formaran una nueva masa social, la clase media. En el libro describe con valiosos detalles ese proyecto habitacional que se asemeja a otros de la posguerra.
Toni, una joven madre progresista, aprovechó la ventaja de contar con una nana dominicana para ayudarla a criar a sus hijos y, con un salario más bien simbólico, se fue a los campos dominicanos a realizar un trabajo que su esposo describe en el libro como fascinante. Mrs. Russin consiguió trabajo en la Oficina de Desarrollo Comunitario para apoyar a Save the Children Fund.
“Un obstáculo para el desarrollo económico era la alta tasa de nacimiento. Las mujeres dominicanas tenían un promedio de seis hijos en 1967. La ropa, la comida y la educación de esta creciente población consumían una parte larga de los recursos y energía de la familia. Toni devino activa en la planificación familiar, a pesar de que la difusión de buenas prácticas era desalentadora. Sin embargo, para 2016, las estadísticas mostraban que la tasa de natalidad había bajado a 2.3 nacimientos por mujeres. ¿Quién habría creído posible ese cambio?”
Los Russin se integraron con las familias dominicanas, explica el autor, al mudarse a un vecindario de clase media. Entre las amistades que hicieron destaca a la familia Tejada, formada por George y Urania, junto a sus hijos Marco y Trevor. George Tejada, egresado de ingeniería minera en McGill, era empleado de la Falconbridge Dominicana, empresa canadiense minera con una planta piloto en República Dominicana.
En una nota significativa, Mr. Russin hace una observación: “Como asesor legal de la AID estaba en la lista de invitados a las cenas del embajador estadounidense. Toni y yo conocimos a líderes de diferentes campos: negocios, eclesiásticos, militares, médicos y académicos. Estaba sorprendido por la poca cantidad de dominicanos con prominencia en sus campos, y me convencí de que no había más de cien personas influyentes en el país. Más adelante me di cuenta de que estaba equivocado en vista de que la lista de invitados de la embajada no incluía a los individuos promesa. También, muchos dominicanos no habrían ido ni muertos a la embajada estadounidense luego de nuestra intervención militar en la guerra civil”.
Para 1969 habían pasado los dos años de servicio gubernamental necesarios para regresar a su país y optar por opciones de carrera atractivas de práctica profesional. También, podía continuar su crecimiento al seno de la AID yéndose a otras jurisdicciones como Colombia, Chile y Perú.
El destino le guardó otro sendero. Continuará.