“En esta estratagema de despistar al lector llega Dostoievsky a la crueldad”. (José Ortega y Gasset, Ideas sobre la novela)
El estilo retardatario de la acción de Jane Campion, australiana que dirige El Poder del Perro (2021), de Maggie Gyllenhaal, estadounidense que dirige La hija oculta (2021); así como, de la francesa Mia Hansen-Løve, que dirige La isla de Bergman (2021), proviene de una de las dos tradiciones narrativas.
No es menester de estas líneas comentar la trama de esas producciones y estropearlas para quienes no las han visto. Tampoco favorecer o ningunear los distintos estilos de autores y audiencias. Solo reconocer, como explica Guillermo Arriaga, director de cine y escritor mexicano, que ambas escuelas existen; y, que el desarrollo a tempo lento del nuevo cine de autoras encuentra sus raíces en la literatura clásica.
Arriaga lo resume con una frase: Unos autores dicen Llueve (reflexiva). Otros: Está lloviendo (activa).
José Ortega y Gasset en Meditaciones sobre la novela (1925) ofrece un valioso análisis sobre la acción y la contemplación en los relatos, al comparar el teatro clásico francés con el castizo. No iría tan lejos como lo hace el ensayista español; éste solo eleva al clásico francés a categoría de arte.
Una obra de teatro (o de cine) popular de gracioso colorido, frenesí postremo o drama ardiente, no concebido por el estilo francés, según Ortega, puede convertirse en un clásico; tampoco afirmaría que solo la aristocracia, al menos hoy, busca algo más que entretenerse, como lo hizo Ortega hace casi cien años. Por el contrario, el cine comercial, sin renunciar a la acción materialmente difícil que apasiona al gran público, suma incontables clásicos.
Como muestra de un drama de ardiente acción, acompañada de una profunda reflexión, estrenada en 2021, está El Rey Ricardo del director Reinaldo Marcus Green. No mires arriba de Adam McKay, también de 2021, quizás peca de lo que Ortega desdice del antiguo teatro español, esto es, una saturación de aventuras que impide contemplar mejor el perfil de los personajes. No obstante, su gracioso colorido y frenesí postremo, para usar las expresiones de Ortega, no conducen a un simple apasionamiento mecánico por la aventura. La parodia de McKay es una severa crítica a la sociedad de hoy.
Mientras el filósofo español considera que la aficción a las historias de aventuras es solo un residuo bárbaro del niño interior del ser humano, me atrevo a contradecirlo. La infancia es la patria del ser humano. Al otear arte dejo a la niña interior junto a la adulta exterior participar en la percepción de los trabajos.
Ortega explica que no fue hasta El Quijote de la Mancha que la tradición española alcanzó expresión novelística. Imposible contradecirlo cuando acota que la obra de Cervantes está llena de auténticas conversaciones y efectivos movimientos, donde lo que importa no es la novedad de la siguiente aventura en cada capítulo, sino el comportamiento y relación del Quijote y Sancho en la obra completa. Es una obra reflexiva y por eso sobrevive las demandas del lector contemporáneo.
En el caso del cine de las autoras mencionadas, sus producciones no acumulan aventuras activas como la historia del padre y entrenador de las tenistas Serena y Venus Williams o la del fin del mundo por el impacto de un cometa al planeta. Siguiendo el esquema del trágico francés, según Ortega, en esas tres películas dirigidas por mujeres, los sucesos solo sirven para plantear ciertos problemas íntimos. No es el propósito perseguido por Campion, Gyllenhaal o Hansen-Løve excitar con peripecias activas. Las cineastas se detienen sin prisa a dar vueltas en torno a los personajes.
Ortega explicaría estas películas diciendo que las directoras se encargan de hacernos sentir impregnados de los personajes y su ambiente. Considera la novela un género moroso. El cine de estas autoras presenta ese carácter. Al espectador no se le entretiene; se le molesta con deudas de información que solo se pagan en cuotas parciales, y no es hasta el final que se alcanza el saldo insoluto de la reflexión.
Las autoras invitan a completar el rompecabezas emocional de sus personajes, a través breves pero efectivos diálogos junto a sutilezas de la microactuación en largas escenas con poco o ningún parlamento. Llegan a la crueldad de ocultar datos que necesitamos para mantenernos en vilo. Es un cine de contemplación estética no de apasionamiento vital, diría el pensador citado. Sus películas tienen propósitos artísticos contrapuestos a los dramas de acción o el cine de humor.
En un análisis de la concentración de la trama en tiempo y lugar, que retarda o pone en mora la acción, como ocurre en las tres películas de tempo lento comentadas, Ortega explica la técnica en las obras de Dostoievsky de la siguiente manera:
“El personaje no se comporta según la figura que aquella presunta definición nos prometía. [En el cine de las citadas autoras, a partir de las primeras escenas]. A la primera imagen conceptual que de él se nos dio sucede una segunda donde le vemos directamente vivir, que no nos es ya definida por el autor y que discrepa notablemente de aquélla. Entonces comienza el lector, por un inevitable automatismo, la preocupación de que el personaje se le escapa en la encrucijada de esos datos contradictorios y, sin quererlo, se moviliza en su persecución, esforzándose en interpretar los síntomas contrapuestos para conseguir una fisonomía unitaria, es decir, se ocupa de definirlo él.”
Si Ortega y Gasset viviera, nos diría que Campion, Gyllenhaal o Hansen-Løve evitan aclararnos sus figuras mediante anticipaciones definidoras de cómo son, sino que la conducta de los personajes varía de etapa en etapa, presentándonos haces diferentes de cada persona, que así nos parecen irse formando e integrando poco a poco ante nuestros ojos.
Luego de ver alguna de esas tres películas caracterizadas por el dramatismo misterioso de la acción, el carácter equívoco de sus personajes y la morosidad de una acción lenta invite a sus amigos a un debate para discutir cuál era la patología representada por las cineastas en esas historias y qué fue lo que en realidad en ellas se contó. Yo he invitado a los míos.