Aunque para nosotros parece que fue ayer, las inflexibles hojas del tiempo nos colocan a 50 años de aquel aciago evento: el ametrallamiento de la comunidad universitaria de la UASD en su sede central frente a la estructura del Alma Mater, por parte de tropas de la policía política de Joaquín Balaguer el 4 de abril de 1972. Harto injustificado atropello que tronchó la vida de la joven estudiante de término de economía Sagrario Ercira Díaz Santiago, comprometida con la lucha social de los dominicanos. Este atentado contra la UASD además provocó heridas por culatazos y macanazos a más de una veintena de universitarios y aproximadamente dos mil apresados (nunca ofrecieron la versión oficial de los detenidos), incluyendo a las principales autoridades de la universidad encabezadas por su rector doctor Jottin Cury, quien había sido el canciller del Gobierno Constitucionalista de Francisco A. Caamaño. A continuación trataremos de esbozar una síntesis general de tan aflictivo acontecimiento.

Sagrario Ercira Díaz Santiago.

No habían transcurridos tres meses del ridículo simulacro de guerra montado con miles de policías y guardias para enfrentar a los heroicos Palmeros, que le produjeron múltiples bajas. Buscando un desquite abusivo enfilaron sus miras hacia la UASD, que todos aceptaban como el último reducto democrático fruto de la Revolución de Abril de 1965.

El 4 de abril de 1972 mientras en la universidad se desarrollaba el periodo de vacaciones y reinscripción, sin ninguna movilización, ni actividad que pudiera llamar la atención a la policía política, de modo inesperado corrió la versión que se estaba produciendo un cerco policial. El suscrito junto al estudiante de Economía Iván Rodríguez Batista, ambos dirigentes del grupo estudiantil Fragua y miembros del Consejo Universitario, nos dirigíamos hacia el Palacio de Justicia para diligenciar la libertad del secretario de organización de la Federación de Estudiantes Dominicanos (FED), Roque Brito, apresado varios días antes. Nos desmontamos del carro público que habíamos abordado (antes transitaban por el interior de la universidad) y decidimos quedarnos en el recinto. De igual modo el rector y los vicerrectores, que asistían a una reunión de la Unesco en la Secretaría de Educación, regresaron de inmediato al campus universitario.

El rector Jottin Cury requirió la presencia en su despacho de los delegados estudiantiles en el Consejo Universitario, nos informó que el jefe de la Policía, Neit Nivar Seijas, le estaba conminando por la vía telefónica a entregar al señor Tácito Perdomo Robles, quien supuestamente se escondía en el campus universitario y era perseguido por esa institución. El rector solicitaba información sobre el particular. Este señor hoy es el delegado ante la Junta Central Electoral del Partido Reformista, la organización liderada por Joaquín Balaguer. Tiempos después nos enteramos que perteneció al grupo guerrillero que se entrenaba con Caamaño y que su esposa era una comunicadora social muy meritoria en la lucha porque no sucumbiera la libertad de prensa, en medio de la represión gubernamental.

Tras recibir la información proporcionada por el rector, todos salimos a investigar hacia los locales de nuestros grupos si alguien sabía algo de la persona buscada; para mí era totalmente desconocida. Al regresar los delegados estudiantiles, se le manifestó al rector que ese señor no estaba en la universidad, pero si  importantes dirigentes de los principales grupos de izquierda. El rector informó al jefe de la Policía se había indagado y ese ciudadano no fue localizado en la sede universitaria. El jefe policial insistió Tácito Perdomo Robles se encontraba en la universidad, a modo de ultimátum exigió que todos salieran del campus inmediatamente y que serían registrados y depurados.

El Consejo Universitario fue convocado de emergencia para conocer la grave situación, tras debatir el asunto se resolutó rechazar la pretensión del jefe de la policía y solicitar a los universitarios que permanecieran en el recinto. Los presentes en el campus fuimos  convocados al Aula Magna, donde el rector comunicó la decisión del Consejo Universitario, la cual fue acogida por todos los asistentes.

Poco tiempo después el jefe de la policía volvió a llamar por teléfono al rector, le informó que Tácito Perdomo fue ubicado por sus espías o chivatos en la reunión del Aula Magna, mientras conversaba con José Mena. Este último era estudiante de derecho y militante del Flavio Suero, de inmediato fue ubicado y conducido al salón del Consejo Universitario (que fue declarado en sesión permanente), Mena destacó no conocía a Tácito Perdomo Robles. Advirtió era muy probable lo estaba acusando el reconocido policía infiltrado en la UASD “La Chiga”, antiguo empleado en el taller de mecánica.

José Mena explicó que en San Francisco de Macorís, cuando estudiaba en la secundaria, sostuvo una pelea con el sujeto de marras y logró imponerse, este le guardó rencor y consideró oportuno el momento para vengarse. Luego Mena con mucho valor mantuvo su versión ante las autoridades policiales, planteamiento que era irrefutable porque posteriormente comprobamos el individuo que estaba acusando de modo directo a los universitarios en el Palacio de la Policía era precisamente “La Chiga”.

El rector se comunicó con Nivar Seijas y le participó que Mena era estudiante y estaba en el campus, pero negaba conocer a Tácito Perdomo. Le explicó los antecedentes personales de “La Chiga” con Mena, el jefe policial insistió con sus argumentos.

Entretanto, en nuestro grupo Fragua se presentaba un dilema, importantes dirigentes de la organización aliada Línea Roja del 14 de Junio estaban en la universidad. Ellos decidieron se diligenciara salir del campus al dirigente conocido como Eduardo María. Los fragüeros hicimos los arreglos pertinentes y se preparó su salida a través del chequeo policial de Eduardo María, camuflado como chofer del decano de Ciencias Médicas, doctor Luis Pérez Espaillat, quien era un prestigioso odontólogo y catedrático de muchos años, con una impecable personalidad y era de nuestros principales asesores. Se dispuso el operativo que contemplamos con discreción, el carro del decano se acercó a la puerta de salida que permitía la policía por la Avenida Alma Mater con Correa y Cidrón, Luis Pérez Espaillat con mucha calma se identificó como decano de la Facultad de Ciencias Médicas, indicando se acogía a la orden de salir y el señor que conducía era su chofer, fueron interrogados, registrados y los dejaron pasar.

Después del mediodía, tropas de operaciones especiales penetraron por la parte trasera de la Universidad por la calle Modesto Díaz, en el lugar donde hoy está el edificio administrativo, que era el área del taller de las guaguas, avanzaron en zafarrancho de combate, protegiéndose detrás de los árboles. Todos los universitarios nos colocamos en la parte posterior del Alma Mater, sin temor a las agresivas maniobras policiales que incluían el intercambio de aparentes granadas de mano, entonamos las notas del himno del 14 de Junio, la Revolución de Abril y el Himno Nacional, sin retirarnos del lugar. Las tropas se replegaron.

El Consejo Universitario decidió denunciar ante las universidades de América a través de la UDUAL que se estaba fraguando un genocidio en la UASD, misión cumplida en los teletipos de la Secretaría General por el vicesecretario general Carlos Temístocles Roa y Eduardo Pérez. El Consejo Universitario hizo un llamado a toda la familia universitaria para que se aproximara a las áreas del cerco y trataran de penetrar a la universidad, todas las esquinas se saturaron de universitarios que desafiaban el cerco policial. Solo logró penetrar el exvicerrector Federico Lalane José, quien se le impuso a los sitiadores y optaron por permitirle la entrada, cuando llegó al salón del Consejo Universitario fue aplaudido por todos nosotros.

Cerca de las 4 p.m. estaba en el despacho del rector en la tercera planta, en esos instantes lo llamó el jefe de la policía y le comunicó que había dado la orden a las tropas de penetrar al campus universitario. Inmediatamente abordé el ascensor que descendía en esos momentos y me dirigí a la entrada de la edificación, efectivamente desde la parte sur de la Avenida Alma Mater venían subiendo varios centenares de policías pertenecientes a los cascos negros, operaciones especiales y servicio secreto, la multitud se mantuvo impávida y empezamos a entonar las notas del Himno Nacional.  Colocados frente a frente a nosotros en el Alma Mater, desataron una persistente balacera sobre nuestros cuerpos. Sino se presentó una masacre mayor, fue por la mala puntería de los policías.

Logré refugiarme en el local de la Federación de Estudiantes Dominicanos que estaba muy próximo a la entrada del Alma Mater, al acercarse el contingente policial, rompieron los vidrios de las ventanas del local de la FED y empezaron a disparar a los que nos guarecíamos allí, hasta que llegó un oficial e impidió que siguieran disparando. Cuando nos conminaron salir del local de la FED habían preparado dos filas de cascos negros y teníamos que pasar por el medio, a todos no dieron por lo menos un culatazo, yo recibí uno en la cabeza y vi “estrellitas” con tan contundente golpe. Tengo la información que la escena se reprodujo en otras áreas de las oficinas administrativas. Muchos estudiantes fueron heridos por culatazos y macanazos, entre ellos Alejandro Paulino, hoy reconocido  historiador y profesor de la Escuela de Historia, herido en la cabeza.

Todos fuimos obligados a colocarnos en largas filas frente al Alma Mater, un estudiante se desmayó y no permitían que lo auxiliaran, hasta que Federico Lalane José se acercó al joven, un policía trató de impedirlo y Lalane con su carácter fuerte lo encaró, ante el temple y la firme decisión de Lalane el policía optó por no entorpecer su labor de rescate, el muy distinguido maestro cargó al joven y lo llevó hasta uno de los vehículos de la prensa para que lo condujeran a un hospital y luego regresó y se colocó en la fila.

Previamente se había producido un muy doloroso acontecimiento en medio de la balacera, cuando la estudiante Ercira Díaz Santiago fue alcanzada por una bala en el cráneo que  penetró por la región occipital y se alojó en la frontal. Su hermano Fidias Omar Díaz Santiago, estudiante de Medicina y Danilo Santiago, estudiante de Ingeniería Civil, en medio de la balacera tomaron su cuerpo sangrante y salieron desesperados para tratar de llevar a la joven a un vehículo y conducirla a un centro de salud, siendo captados por varias fotos de la prensa, que actuó con gran responsabilidad en medio de aquella vorágine.

El ingeniero Danilo Santiago (fallecido en el 2010) dirigente de Fragua, tenía el antecedente que en el ametrallamiento que fuimos víctimas los estudiantes frente al Palacio Nacional el 9 de febrero de 1966, fue quien rescató en medio de las balas a la compañera Brunilda Amaral, herida en la médula espinal, que le provocó lesiones permanentes.

Fidias Omar, hoy es un distinguido médico y abogado. Sagrario fue operada de emergencia, pero la herida era mortal, tras una agonía de diez días falleció. Su sepelio constituyó una gran manifestación de masas en repudio a tan abominable crimen.

En el centro, desde la izquierda Danilo Santiago y Fidias Omar Díaz Santiago.

El ametrallamiento policial fue dirigido por el coronel Rolando Martínez  Fernández,  jefe del servicio secreto, auxiliado por los oficiales de alta graduación: coroneles Julio Carbucia, jefe de cascos negros, Francisco Báez Mariñez, jefe de operaciones especiales, Caonabo Reinoso Rosario y Moncho Henríquez (El Coyote) asignados al servicio secreto. Báez Mariñez repartió tantos culatazos durante el asalto a la universidad que tenía rota una manga de la camisa de su chamaco.

Tras el apresamiento de todos los universitarios, penetraron al campus camiones pequeños de operaciones especiales y muchas guaguas amarillas descontinuadas en el transporte escolar de Estados Unidos, se veía habían sido adquiridas de modo reciente y nos revelaba se trataba de un operativo planificado con mucho tiempo de antelación, porque disponían de inmediato de los vehículos para transportarnos al Palacio de la Policía. En este lugar fuimos congregados en filas en su patio interno. Caonabo Reinoso y Báez Mariñez se pasaron toda la noche revisando las filas, buscando caras conocidas que de inmediato enviaban a la tercera planta del edificio, donde funcionaba el servicio secreto. Todos pasamos por el servicio secreto, pero querían la prioridad para los fichados, ellos eran especialistas en policía política.

El rector Jottin Cury y el decano de la Facultad de Derecho Vinicio Cuello mientras eran trasladados el Palacio de la Policía en un camión del cuerpo de Operaciones Especiales.

Me correspondió subir al servicio secreto en el último grupo. Nos hacían pasar en filas de cinco en cinco a una habitación donde teníamos que ponernos frente a un espejo que “hablaba”, pero no podíamos ver al interlocutor, el “oráculo” le pusieron los muchachos.  Inmediatamente penetré a la habitación escuché detrás del espejo la voz de “La Chiga” que dijo el cuarto es “ruso” dirigiéndose hacia mi persona, me sacaron del grupo y me enviaron a trancar. “La Chiga” era el vocero porque ya estaba “quemado”,  detrás del espejo se percibía el murmullo de otras voces de informantes que también denunciaban a los dirigentes estudiantiles conocidos a través del mencionado individuo.

Me enviaron a encerrar en la inmunda celda de “Vietnam”. Cuando esperaba mi ingreso a tan asqueroso “hotel”, observé cómo despacharon de modo suspicaz casi en horas de la madrugada a todos los demás universitarios que no fueron retenidos. Cerca de 100 permanecimos en prisión esa noche. El caso más doloroso fue relacionado con el profesor Abelardo Vicioso, excelente maestro y reconocido poeta, que tenía problemas de salud, lo dejaron detenido porque la reacción criolla no le perdonaba su vibrante poema durante la guerra: «Canto a Santo Domingo Vertical». Por suerte fue liberado al día siguiente.

El 5 de abril todos los encarcelados fuimos retornados al servicio secreto. Allí tenían como presos especiales al fallecido compañero Sotero Vázquez, a Buenaventura Bueno (Turín) que fue terriblemente torturado en todas las articulaciones del cuerpo y Lorenzo Vargas (El Sombrero) dirigente del MPD. Empezaron a depurarnos, quedamos cerca de veinte como prisioneros preventivos, que se pretendía imputar en diferentes “delitos”, ya habían olvidado por completo el argumento de Tácito Perdomo. Intentaban acusarme de la quema de un vehículo en la José Contreras, cuando rechacé la acusación, el teniente Juan María Arias Sánchez (el mismo que al año siguiente asesinaría al periodista García Castro) con toda su fuerza nos asestó un puñetazo en la cabeza. Luego trajeron al Palacio de la Policía al dirigente de la Línea Roja y poeta Luis Rosiche, quien acababa de ser apresado en el edificio de Laboratorio de Medicina, fue deportado igual que El Sombrero.

Los prisioneros de nuevo fuimos retornados a “Vietnam”, hasta que dos semanas después recobramos la libertad: el Gordo Oviedo, Erasmo Vásquez, Iván Rodríguez Batista y quien suscribe. A los demás les prefabricaron expedientes, y cuando los llevaron al Palacio de Justicia de Ciudad Nueva la gran sorpresa fue que el juez que conocería un Habeas Corpus a su favor era el coronel Rodríguez Pimentel, consultor jurídico de la policía, quien previamente les había confeccionado el expediente y rápidamente fue nombrado juez. Héctor Cabral Ortega brillante consultor jurídico de la UASD, le reclamó que tenía que inhibirse porque no podía ser juez y parte, y se inhibió. No obstante, los compañeros fueron mantenidos en prisión por varios años.

El ametrallamiento provocó un repudio nacional, que incluyó a los liceos públicos y las universidades privadas. El Gobierno, tratando de no responsabilizarse de este nuevo crimen, ordenó la realización de una supuesta investigación a una comisión policial, que recomendó el apresamiento de Báez Mariñez y varios policías, pero el fiscal del Distrito Nacional Fernando Pérez Aponte, que era uno de los más importantes promotores de la represión política desde su cargo, desestimó la querella.

En medio de la consternación nacional que se produjo con el ametrallamiento y el salvaje asesinato de Sagrario, se pretendía entregar el edificio denominando Calasanz Mayor al Gobierno. Se trataba de una especie de pensión (como se denominaban en la época)  para estudiantes universitarios de clase alta y media del interior, administrada por la iglesia que decidió cerrarlo. El local estaba ubicado en la Correa y Cidrón esquina Alma Mater (en terrenos de la universidad). Un comité de estudiantes que habían residido en el Calasanz, previamente había advertido a la FED la maniobra en ciernes.

En atención al clima de  repudio al Gobierno que excitó el ametrallamiento, la FED, los delegados estudiantiles al Consejo Universitario junto al rector Jottin Cury, consideramos que la coyuntura era favorable para impedir que la universidad perdiera ese local. El rector convocó a los empleados y nosotros a los estudiantes, junto a profesores de avanzada como Antonio Lockward Artiles, Narciso González (Narcisazo), Jacobo Moquete de la Rosa y Luis Pérez Espaillat, entre otros, decidimos ocupar el Calasanz. Los empleados de planta física desmontaron la verja perimetral y penetramos con varias camionetas de la universidad cargadas de butacas para instalarlas en ese recinto, los de planta física empezaron a demoler las paredes internas de la habitaciones y desmontar los baños, para convertir esas áreas en aulas y de inmediato se introducían las butacas.

Los agentes de seguridad del Calasanz no pudieron hacer nada ante la multitud universitaria que ocupó el Calasanz. La policía que tenía la estación de Radio Patrulla en la esquina, se desplegó amenazante frente al local, pero se debieron conformar con observar el proceso. Hoy en día este es un edificio de aulas de la Facultad de Derecho, que tiene el nombre de «Nueva Unidad» o NU, adquirido en medio de aquella jornada en que la universidad junto al pueblo luchaba por no sucumbir ante las tinieblas de las fuerzas incontrolables que se habían apoderado del país. Debe llevar el nombre de «Edificio 4 de abril de 1972».

En Venezuela para 1969 durante el primer Gobierno de Rafael Caldera, la Universidad Central de Venezuela fue allanada por la policía y le arrebataron su Jardín Botánico, como parte de las protestas contra esta actitud represiva se hizo famosa una canción interpretada por Gloria Martin, que expresaba en la universidad detrás de cada flor pusieron un policía. La canción fue asumida por importantes emisoras locales porque venía a propósito, incluso la cantautora social Gloria Martin vino al país en una gira y se identificó tanto con la causa de la universidad que escribió la canción «Sagrario abierto», dedicado a la inmolación de Sagrario Díaz, en uno de sus versos se expresa: «Como se llaman los hombres que matan a las palomas». El Gobierno prohibió las vibrantes canciones de Gloria Martín y le puso impedimento de entrada al país.

Pese a la vigencia de un clima político autoritario, el 4 de abril fue declarado día de duelo por los estudiantes y cada año se recordaba con actos alusivos al ametrallamiento en la universidad y los liceos. El 4 de abril de 1975, cuando los estudiantes del combativo Liceo Juan Pablo Duarte, de Santo Domingo, se disponían a desarrollar un acto en remembranza de la angustiosa jornada, se presentó al Liceo un contingente de los cascos negros dirigidos por el entonces coronel Virgilio Payano Rojas e inició un bombardeo con lacrimógenas y disparos hacia el plantel. Con la infame agresión provocaron la muerte por asfixia del joven  estudiante Miguel Araujo Miranda, de 15 años de edad, cuyo cadáver fue retirado del lugar cargado como un animal por agentes policiales.

Fuente: ¡Ahora!   Santo Domingo. No. 596.  14 de abril 1975.

Como parte de la agresión fue destruido buena parte del mobiliario del plantel. La revista Ahora cuyo redactores cubrieron el incidente, requirió la versión del director del Liceo, quien declaró que la agresión policial fue sorpresiva. Se establecía en el  valiente reportaje de la revista Ahora:

“Y ESO QUE “PASO SORPRESIVAMENTE” ya todo el mundo lo sabe: los agentes policiales que estaban allí, comandados por el coronel Payano Rojas, dispararon sus armas (tanto las que arrojan bombas lacrimógenas como las que arrojan balas), dieron culatazos y macanazos a los estudiantes que salían de la escuela para ponerse a salvo, y además  de eso, entraron al Liceo violentamente para castigar brutalmente a los que trataron de quedarse allí refugiados sin atreverse a salir. Las escenas, documentadas gráficamente por la prensa diaria paraban los pelos -y la indignación- de punta: muchachos y muchachas que eran sacados de la escuela, heridos (algunos de gravedad) en ambulancias hacia los hospitales; cabezas rotas, sangrantes, camisas ensangrentadas y todo revuelto por la violencia inexplicablemente llevada al interior de un centro de enseñanza” (¡Ahora!   Santo Domingo. No. 596.  14 de abril 1975).

Fuente: ¡Ahora!   No. 596.  14 de abril 1975. (Portada de  la revista).
Fuente: ¡Ahora!   No. 596.  14 de abril 1975
Fuente: ¡Ahora!  No. 596.  14 de abril 1975.

El oficial que dirigió el abusivo operativo dos años antes (1973) había sido responsabilizado de las torturas y ejecución del líder estudiantil Williams Mieses, en el cuartel de la policía de San Francisco de Macorís. El destacamento policial de Villa Consuelo en Santo Domingo, lleva su nombre. Durante el Gobierno democrático de Antonio Guzmán de manera insólita este oficial fue ascendido a jefe de la Policía, y pretendió asistir muy tranquilo a la universidad durante la conferencia de un alto funcionario de la ONU, los estudiantes lo expulsamos del Aula Magna en repudio a sus arbitrariedades contra el movimiento estudiantil.

 En el cincuentenario del criminal atentado contra la universidad el 4 de abril de 1972, gloria eterna para la compañera Sagrario Ercira Díaz Santiago y Miguel Araujo Miranda,  y aferrémonos a la defensa de nuestra universidad de masas, para garantizar el derecho a la educación superior de los dominicanos sin tomar en cuenta su procedencia social.