Cuando joven estudié Historia y desde entonces, además de lo que haya aprendido para investigar a mi manera cosas pasadas y compartirlas según mis capacidades y ocurrencias, me ha quedado una costumbre de mirar y sentir la vida como historia, como proceso humano social-colectivo en constante dinámica, y eso incluye mi vida personal misma y la de las sociedades de las que “vengo”, incluida la dominicana y todo lo que en ellas pasa y se produce.

Y ese hábito explica cómo me he sentido en principio al “visionar” hace un día lo que creo es el más reciente o muy reciente video de Juan Luis Guerra y 4.40, Mambo 23 y que me incline a comunicarlo, agarrándome de la justificación de que los productos culturales pueden provocar toda una diversidad de sensaciones y lecturas, tal vez infinitas, según sea la mentalidad y el momento de sensibilidad y emocionalidad de quienes los contemplan o perciben, y de la suposición de que compartirlos entre tod@s pueda hacer más divertidas y llevaderas nuestras vidas.

Como lego y desinformado que soy tanto en materias de música como de videografía, confieso que el video me ha conmovido y casi deslumbrado como, digamos, a un infante que ve por primera vez en una noche el despliegue de unos fuegos artificiales. Me ha admirado, movido e intrigado todo lo que tiene de canción, o sea, lo que yo siento que es esa habilidad de Guerra para juntar palabras que apuntan a “componentes” de nuestras realidades más cotidianas y moldearlas con melodías y ritmos que con su deleite nos bajan la guardia del escepticismo y la desatención, interrumpiendo nuestra prisa y logrando que abramos los oídos y, casi inevitablemente, nos consintamos entregarnos a sentir e imaginar la historia que nos va contando, cercana o no a nuestras vivencias, a nuestra “zona de confort”, pero humanamente ineludible por poca humanidad que se tenga.

El encadenamiento sorprendente y habilidosamente transicionado que hace el video de lo que yo entiendo son géneros/ritmos musicales criollos tanto tradicionales como de creación literalmente actual (y que no me atreveré a identificar porque mi ignorancia de hecho me impide denominarlos todos con seguridad), y que creo que es desde hace tiempo “marca de fábrica” del estilo Guerra y 4.40, me ha impresionado por su capacidad para lograr nuestra tolerancia, tal vez aprovechando ya una cultura de las comunicaciones sonoras en batiburrillo a las que décadas de radio y ahora décadas de Internet nos han acostumbrado, en mi caso como radial-nativo y digital-adoptivo.  Esa alternancia constante de ritmos se vuelve como una especie de vehículo que imita en la forma musical al mismo escenario radial en que se ubica físicamente la historia visual que se nos cuenta, y que a su vez es ventana de difusión popular-comercial de música, con lo que al fin de cuentas se forma como un “loop” de formas y mensajes, una canción de estilo radial que cuenta algo que ocurre en una estación de radio.

El aprovechamiento de unos estudios radiales, reales o imaginarios, para presentar la canción, no solo dentro del espacio-cabina en sí (con todo sus fantasmagóricos destellos de colores y fogonazos de pantallas en las que va desplegándose otra versión-actuación previa de la misma canción por 4.40 que de por sí constituye otro “loop” visual pasado-presente) sino a lo largo y a través de sus diversos pasillos, salas y salones, me ha parecido otro grandísimo logro, explotando hasta el límite lo que un simple piso de edificio (de nuevo, sea real o imaginario) pueda dar como escenario de un viaje frenético de movimiento, y dándole al actor/bailarín/protagonista (¿o acaso son actores/bailarines/protagonistas?) un escenario todo lo diverso que necesitara para desplegar a raudales una habilidad, versatilidad, acrobacia y expresividad danzarias, y una gestualidad comunicativa, creo que pocas veces vistas y que nos enganchan y convencen desde el mismísimo principio del relato.

Y ahora que lo pienso, a mi que he visto tan poco cine y tan poquísimo teatro pero de manera al parecer muy visceral, esta composición de secuencias de lugares dentro de la emisora-escenario, su seguimiento por la(s) cámara(s) de alguna manera me ha traído a la memoria, en tropel y sin poderlas identificar a ciencia cierta, todo un aluvión de momentos cinematográficos y teatrales y televisivos de toda una vida como espectador, convirtiendo los minutos del vídeo en una especie de resumen-homenaje a todo un alud de cultura cinematográfica y teatral, o tal vez simplemente al cine y a todas las artes escénicas como tales.

Pero, aquí entre nosotros, de toda la riqueza de mensajes que, como tras contemplar uno de esos altares cristianos del barroco más desbocado de hace siglos, he sentido en sus imágenes y sus palabras tras “visionar” el video Mambo 23; recién salido y escurrido de una sensación de zambullón en el micro-mundo que crea; dejado todo eso por un instante de lado y fuera del foco del comentario, lo que más me ha divertido, loque más simpatía espontánea me ha generado del audio-video en sí es esa otra historia que, como tema primario y superpuesto a la que cuenta la canción y las otras muchas que, como en capas o “layers”, le queramos encontrar, es esta historia fugaz (¿de cuántos minutos?, ¿cinco?, ¿veinte?) de la vida de un obrero prieto y jóven dominicano (¿o será acaso haitiano el personaje, para desquicie de largo plazo de los y las ultra-nacionalistas más acendrad@s?) de la limpieza de edificios en medio del nuevo universo de las “torres” que ha parido la Santo Domingo capital rica o muy rica como haciéndose notar al resto del mundo, y como recordándole al resto del planeta que la dominicanidad tiene una modernidad que no tiene nada (o casi, que para el caso es igual) que envidiarle a los espacios corporativos más encumbrados en los que la modernidad se vive y se disfruta a decenas de metros de distancia por encima del asfalto de Dontown Manhattan, Chicago, Londres, Singapur o Dubai; aunque sea una modernidad adosada a la carencia, precariedad, hacinamiento, estrechez, marginalidad y exclusión de la otra dominicanidad mayoritaria de la nación-patria.

Sí, sí, me ha divertido la decisión creativa de escoger a alguien con un quehacer típicamente adscrito a uno de los estratos sociales dominicanos más empobrecidos, desamparados y subyugados de la pirámide socioeconómica de la patria, con uno de los oficios menos apreciados y más estructuralmente incómodos y peligrosos y desprotegidos (el de quienes limpian y desinfectan lo que los demás ensuciamos con nuestro consumos y nuestras excreciones) para convertirlo en protagonista central y soberano, aunque no único, de este video musical, aunque sea por un instante infinitésimo de su vida, “amo y señor” de un espacio donde deambular más o menos a sus anchas sin la mirada y la voz controladoras, la voz-mirada-cadenas, de sus empleadores-amos; minutos en los que dar rienda suelta, entrega total, a la oportunidad de goce, de ruptura libre del esfuerzo laboral que le da la música, antes de tener que volver, indefectiblemente, a la rutina solitaria repetida cada noche mientras l@s demás duermen o se divierten, empezando por l@s que –comenzado el día– vendrán otra vez a poblar la emisora. (¿O acaso si hay o puede haber mirada de los dueños? El personaje en un momento, dentro de la cabina, mira de reojo a su alrededor, como buscando asegurarse de que nadie más lo ve excepto el mismo…)

Me ha gustado que este video-historia o video-relato musical se centre en esos minutos de la vida de ese hombre obrero prieto y joven dominicano o haitiano (tan típico eso de prieto y obrero, ¿verdad?, o de no-blanco y trabajador, tan estadísticamente escaso en las esferas poblacionales dominicanas más encumbradas, poderosas y privilegiadas), que en un ratico de su solitaria noche laboral crea un momento de celebración-rebelión, un trance de subversión laboral-social (y simbólicamente al menos, también política) liberadora, recuperadora fugaz de la propia dignidad/autenticidad, usando para su propósito psicológico de evasión y disfrute el mismo instrumento, el mismo escenario donde se supone que tiene que entregar su fuerza de trabajo, transformando el toca-discos productor de dinero empresarial en toca-discos personal sin otra ganancia inmediata que su propia diversión, deslizándose y poniendo las sillas corporativas a bailar como sus compinches, y oh momento climax de la micro-historia que cuenta (o que me cuenta a mi) el video, subiéndose a las mesas de tomas de decisiones corporativas desde donde se controla o influye la ciudad-mercado musical, la ciudad-capital, la ciudad-país, y usándolas como tarimas de las piruetas y acrobacias más caprichosas de su baile, pisoteándolas como base de su goce, subiéndose simbólicamente durante cinco o diez segundos de soledad-ocultamiento, de soledad-libertad, de soledad-vida, a la plataforma-cúspide incuestionada, de lo que el resto del día, el día de la producción y del poder, es para el y tod@s l@s como el, fuente y emanación del empleo-control, de la dominación social que construye, reproduce y maneja el país-nación dividido en dos ya mencionado.

¿Se puede crear un relato de la dominicanidad (y de la mundialidad) de hoy día más subversivo que este, más simbólicamente invertidor de poderes y realidades sociales eternizadas que este de Mambo 23? ¿Se puede imaginar siquiera sea por un segundo una dominicanidad alterada y virada hasta este extremo, irreconocible en su modificación o alteración de protagonismos étnicos, raciales y de clase; una dominicanidad siquiera aproximada a ese escenario radicalmente diferente, donde “los de abajo” lleguen a tener como circunstancia normalizada los bienestares y oportunidades de “los de arriba”?

Como investigador entusiasta de los comienzos de la historia dominicana, que es lo mismo que decir la historia colonial-imperial-esclavista-racista dominicana, la historia latinoamericana moderna, esos comienzos históricos en los que empezó a forjarse la criollidad en un orden social legal y moralmente justificado en el que un@s de unos orígenes étnicos y una complexión racial sometían y se lucraban del sometimiento y la descalificación sistemática de otr@s de otr@s de otros orígens étnicos y otra complexión racial, el instante de vida contemporánea que propone/crea el video Mambo 23 me retrotrae y hace pensar mucho en nuestro pasado colectivo más temprano, nuestro pasado colonial-esclavista, y particularmente en la medida en que las vidas de much@s dominican@s negr@s, priet@s, morenos o canel@s, “indi@s oscur@s”, “trigueñ@s” o “indios”, en la medida en que representan la variadísima y mezcladísima herencia de nuestr@s antepasad@s negroafrican@s (al principio llamados simplemente con las palabras “negros”/ “negras” y “mulatos”/ “mulatas”) siguen representando una jeraquización, unos privilegios y unas inequidades socio-económicas, socio-educativas y socio-culturales donde las circunstancias-situaciones-realidades sociales más privilegiadas y económicamente poderosas son disfrutadas en grado tan exclusivo por l@s compatriotas de piel más clara.

Yo no sé si Juan Luis Guerra y el equipo de sus colaborador@s que han producido lo que a mi me pareced un lindísimo y brillante video musical en Mambo 23 se propusieron deliberadamente construir un “clip” que a algun@s como yo nos pudiera llevar a especulaciones (y emociones, porque cuando se hacen estas reflexiones no solo se piensa, sino que también se siente) como esta, pero sea como sea, el resultado es que, entre sus muchos posibles impactos, está esta lectura de que el obrero de limpieza negro (o mulato, moreno, indio oscuro, trigueño o indio) que, según el video, en este Santo Domingo de 2023 aprovecha la soledad de su trabajo nocturno para hacerse de un pedacito de libertad y goce para escapar/subvertir la rutina de sometimiento/obligación que esperan de él quienes ejercen el poder (en este caso empresarial-radial, pero pudiéramos pensar en cualquier otro ámbito, incluido el político-nacional), me ha hecho recordar inevitablemente a los cientos y cientos de negro-africanos y negro-africanas antepasad@s nuestr@s, y sus descendientes, que con frecuencia nos mencionan los documentos coloniales dominicanos, y su también frecuente recurso a la escapada (o “alzamientos” o huidas, como los llamaban entonces) hacia “el monte” y hacia las noches como espacio incómodo pero libre en el que despojarse del agobiante control de quienes se consideraban l@s dueñ@s de ell@s y de sus vidas esclavizadas.

La actitud de sorpresa inmovilizada-congelada del personaje obrero-bailarín cuando es sorprendido al final de su noche laboral por el Juan Luis Guerra personaje-empresario, y el saludo simpático de éste mientras decide seguir su camino sin escrutinizar el quehacer del obrero pueden a su vez leerse como una opinión de tolerancia empresarial para unos tiempos donde se ha renunciado al menos a ejercer los rigores de la esclavitud, donde se la ha proveido un iniforme limpio al trabajador y donde no se le va a estar vigilando su ejecución más allá del resultado de su trabajo. Al final, se puede interpretar también como un guiño del Juan Luis Guerra-músico/autor a la música popular misma como herramienta de liberación.

Se puede hacer incluso una pregunta más atrevida…¿Será este el video musical más político, así como sin quererelo, de todos los que han hecho Juan Luis Guerra y 4.40 y tod@s sus aliad@s que participan en sus producciones? Sin saber lo que pretendieron hacer exactamente tod@s l@s artistas y técnic@s cuyos talento parieron este video, y sin tener a mano ni a vista los otros videos musicales de Juan Luis Guerra y 4.40, estoy inclinado por el momento a pensar y sentir la respuesta sea que tal vez sí; o por lo pronto lo voy a remirar y a celebrar y difundir como un video-clip donde se han combinado las herencias y tradiciones musicales  populares dominicanas y todo su vitalismo festivo, con un doble relato o reflexión político-sociales (la vida juvenil en los barrios que relata la lírica de la canción en sí, y la vida del obrero de limpieza que incorpora el video) como pocas veces, creo, había ocurrido antes.

Probablemente por enésima vez, un audio-video me hace pensar en la potencia de este medio para mostrar/decir, hacer pensar y también conmover, y por lo tanto me hace cavilar sobre lo galácticamente lejos que seguimos estando, en el “mundo” cultural dominicano pero sospecho que también en el “mundo” cultural de medio mundo, de explotar sus poderes para hacer mejores esos mismos mundos. Sigo echando de menos su uso mucho más frecuente para recordarnos, recontarnos, los agobios de nuestras vidas pero sobre todo nuestros potenciales para alterarlos, subvertirlos, transformarlos. Sea modelando o proponiendo explícitamente la manera exacta de cambiarlos, o ayudándonos primero a tomar conciencia de que existen y dejándonos a nosotr@s mism@s el desafío de diseñar y ejecutar su transformación, su superación.

Barrunto, especulo, desde mi inexperta y desprevenida sorpresa que este video va a rodar mucho por ahí, quién sabe si hasta por confines insospechados del continente y hasta del planeta. Me pregunto si específicamente en el mundo de cultura ibérica, e hispánica en particular, se va a hablar de él, porque creo que tiene contenidos, significados, mensajes de muchos tipos y tamaños, que labrados como están originalmente en español, le pueden tocar “las fibras” a gente de muchos ámbitos sociales, culturales, etno-raciales y generacionales diferentes. (¿Será una exageración imaginarme que este video lo estudiarán o podrán estudiar en escuelas de artes audiovisuales para usarlo como ejemplo-mina de todo lo que se puede incorporar a un audiovideo en un solo cantazo de creatividad?) Y barrunto y especulo también que este video pueda ser recibido con muchos reconocimientos, premios y alabanzas por muchos sitios en el porvenir.