Hoy, el 12 de octubre se conmemora el Día de la Resistencia Indígena, que marca el comienzo de la lucha contra la violencia de los colonizadores en América Latina. A pesar de que han pasado más de cinco siglos desde aquel momento la resistencia en defensa de la independencia, identidad, tierra, orden de vida, tradiciones y valores sigue siendo actual hasta hoy día – las prácticas coloniales y neocoloniales de explotación económica, presión y dominio son partes de la política de algunos Estados en sus intentos de preservar su así llamada hegemonía.
Esta línea cínica de los representantes del Occidente colectivo es cada vez más rechazada por la Mayoría Mundial, francamente cansada de chantajes y presiones, injerencias en los asuntos internos, de guerras sucias de información y de juegos geopolíticos de suma cero, que han causado muchas turbulencias y han obstaculizado el desarrollo sostenible a nivel global. Ya se ha arrancado el proceso de la formación de un mundo multipolar, en el cual, sobre la base de las normas del Derecho Internacional, consagradas en la Carta de la ONU, los Estados pueden desarrollar las relaciones de igualdad, cooperación y beneficio mutuo.
Rusia, históricamente ajena a los sangrientos crímenes del colonialismo, siempre ha apoyado incondicionalmente a los pueblos latinoamericanos, africanos y asiáticos en su lucha por liberarse de la opresión colonial. En 1960 por iniciativa de la URSS en la XV Sesión de la Asamblea General de la ONU fue adoptada la Declaración sobre la Concesión de la Independencia a los Países y Pueblos Coloniales. Redactada conjuntamente por muchos Estados, esta declaración unió a las fuerzas en pos de la libertad de todo el mundo y las movilizó para emprender acciones decisivas que garantizaran los derechos de los pueblos a la autodeterminación y al desarrollo independiente. Tras la adopción de la declaración, muchos Estados de Asia, África, América Latina y Oceanía se hicieron autosuficientes en un breve periodo histórico.
La lucha contra el colonialismo y neocolonialismo siempre ha unido a las fuerzas más progresistas de países y continentes. El propio sistema colonial se ha derrumbado, pero su legado permanece. Sólo han cambiado los métodos de influencia.
Uno de los instrumentos más utilizados por los colonialistas para usurpar el poder es la presión económica, que se aplica de forma incontrolada, incluso en los países latinoamericanos mediante sanciones y la obligación de adherirse a ellas. Se implementa el principio de la responsabilidad de terceros países – sus autoridades, ciudadanos y empresas – por entablar relaciones comerciales y económicas con Estados y personas sancionados, lo que constituye, de hecho, una injerencia en los asuntos internos.
El bienestar de Occidente se debió en gran medida al pillaje de sus colonias durante siglos. De hecho, su actual nivel de desarrollo fue logrado en gran medida mediante el saqueo de todo el planeta. La supuesta preocupación de Estados Unidos por el desarrollo económico y el bienestar de terceros países no es más que una pantalla para una política de subida de los tipos de interés, que provoca la fuga de capitales de los países en desarrollo, obligándoles a buscar préstamos más caros y socavando las perspectivas de crecimiento sostenible.
Perdiendo en la competencia con los nuevos polos de desarrollo, el Occidente intenta mantener su monopolio en los ámbitos financiero, comercial y tecnológico. Washington y sus satélites dirigen sus esfuerzos a contener a los actores alternativos y a "privatizar" los mecanismos de cooperación multilateral bajo el disfraz de la democracia, los derechos humanos y la justicia. Manipulan los mercados energéticos, alimentarios y financieros en detrimento de los demás. La política estadounidense hacia las naciones que intentan mantener un rumbo independiente – Venezuela, Cuba, Nicaragua- desanima a muchos que desean seguir esta línea.
La influencia de las naciones occidentales en el mundo es una enorme pirámide militar-financiera. Necesitan constantemente nuevo combustible para sostenerse: recursos naturales, tecnológicos y humanos que pertenecen a otros. Por lo tanto, simplemente no pueden detenerse y no iban a hacerlo. Un ejemplo llamativo es la intención de EEUU de “militarizar” la disputa entre Venezuela y Guyana sobre Esequibo, imponiendo los intereses de sus compañías transnacionales.
Es hora de abandonar esta mentalidad. La era del dominio colonial hace tiempo que ha terminado y nunca regresará. Los intentos de volver atrás en la historia y subyugar de nuevo a los pueblos violan gravemente la soberanía y la independencia de los Estados progresistas, poniendo así en peligro todo el sistema de relaciones internacionales.
Reconocer y vencer la dependencia neocolonial es un requisito previo para volver a una senda equilibrada de desarrollo y establecer un orden mundial justo que garantizaría los derechos e intereses de todos los pueblos, crearía las condiciones para la prosperidad universal y el enriquecimiento cultural y espiritual.