La inauguración de la Semana Dominicana de Ciencia y Tecnología, cita estrella de los científicos de nuestra región, ha sido un cierre.

No es un oxímoron, ya que el cierre fue de un evento bastante singular, por ser un simposio de formato inusual. Tal vez una primicia mundial. A partir del lunes pasado, en seis países, siendo el primero Colombia, se ha presentado el proyecto de una gran infraestructura científica en nuestra región, un sincrotrón, que lleva tentativamente el nombre de LAMISTAD.

Para que el lector no se sienta desubicado, un sincrotrón es un anillo en cuyo interior circulan partículas a la velocidad de la luz. Sin muchos detalles técnicos, el efecto es la producción de haces de luz intensa que puede usarse para una variedad de aplicaciones. Aparatos de este tipo pueden permitir investigación de frontera, pero los sincrotrones tienen un amplio abanico de aplicaciones importantes por razones económicas, y sociales. Baste recordar la medicina, la agricultura, la seguridad alimentaria, el agua, los suelos, el clima, la energía, y la lista podría seguir.

El proyecto Lamistad es un proyecto centroamericano-caribeño que tiene un nexo especial con nuestro país. Desde casi diez años, la necesidad de tener un Sincrotrón en la región había sido objeto de propuestas nacionales en México, Colombia y Cuba, pero el tema ha adquirido nuevo ímpeto y visibilidad cuando, de manera independiente, surgió una propuesta de carácter regional que ahondaba sus raíces en un simposio de la Semana Dominicana de Ciencia de 2021, dedicado a discutir cómo la ciencia latinoamericana se recuperaría al finalizarse la emergencia de la pandemia. El año pasado, un segundo simposio sobre el rol de las grandes infraestructuras científicas para el desarrollo tuvo estrecha conexión con ese tema.

¿Un sincrotrón en el Gran Caribe? ¿De qué estamos hablando? Otras son las prioridades de nuestros países. Además, ya hay uno en Latinoamérica, el de Campinas en Brasil. ¿Para qué otro?

Pregunta frecuente, que uno de los autores del artículo, el amigo Fuentes Soria, ex vicepresidente de Guatemala, ha puesto en forma provocadora al director de ese único sincrotrón latinoamericano, durante la sesión del simposio del viernes en El Salvador. La respuesta fue contundente. ¿Solamente uno? Se necesitan más, y Brasil apoyará iniciativas que surjan en ese sentido.

Respuesta que abre nuevas perspectivas. El proyecto pueda tal vez realizarse con modalidades, que, aunque vislumbradas en la propuesta original, podrían parecer inimaginables, tales como algunos aceleradores pequeños en países distintos al que fuera sede del sincrotrón. O quizás que la sede pueda estar en un área de frontera entre más países como podría ser Chiapas en México o el Trifiño, en Centro América.

Es un proyecto ambicioso, que los seis simposios han contribuido a difundir en un público no especializado, para que se entendiera que no se trata de un proyecto de ciencia aparentemente inútil, cuya utilidad pueda tal vez ser reconocida en un futuro lejano, tema que, hace unas semanas, fue objeto de un artículo en esta misma columna.

La mencionada versatilidad de los sincrotrones, su utilidad para programas de formación avanzada acordes a los problemas de nuestra región, su nexo con la industrialización de alta tecnología, la posibilidad de tasas de retorno de la inversión, según algunas estimaciones, como para el sincrotrón de Daresbury en Gran Bretaña, hasta del orden del 350%, no dejan duda.

Una tal obra de infraestructura contribuirá a superar el atraso científico de una región, donde siguen siendo actuales problemas atávicos de la ciencia latina americana, y tal vez permita poner finalmente en marcha un plan estratégico para el desarrollo centroamericano, que fue diseñado hace treinta años en El Salvador.

Es un atraso que un problema atemporal, la insuficiente financiación de la ciencia, pone en evidencia. No necesita comentarios que América Latina dedique solamente el 0.6% de su PIB a la ciencia y aún menos los merecen los datos de los países que contribuyen negativamente a ese valor promedio, entre los cuales algunos de nuestra región.

Sin embargo, sería ingenuo creer que si mañana un hada, o el genio de la lámpara, multiplicara por 4 todas las inversiones cambiaría algo. Hay que incidir con ideas innovativas sobre la infraestructura, hay que promover nuevos programas de formación avanzada, hay que crear nuevos centros de investigación.

El proyecto está contribuyendo también a concientizar al respecto. Por ejemplo, el simposio en Colombia y el en El Salvador han reabierto el debate sobre la necesidad de un Fondo Regional de ciencia y tecnología, propuesta estancada desde hace casi una década.

Mucho dependerá de las reacciones de los países, de la visión de sus gobernantes y dirigentes políticos, de la comprensión de que se está hablando de proyectos de Estado y de región que tienen que ver con el futuro a largo plazo de nuestra región y necesitan un amplio consenso sin mezquinas polémicas partidistas. Solamente así será posible ponerlos en la mesa de negociaciones de apoyos internacionales que hagan hincapié en nuestras necesidades y no sean reflejo de las prioridades de los países del primer mundo.

Nuestra región no puede conformarse con una matriz económica basada en turismo, agricultura básica, comercio, servicios, maquila y remesas de los que han tenido que migrar. Todos rubros volátiles. La pandemia golpeó el turismo, y mostró que la debilidad de un sistema científico que solamente en Cuba produjo vacunas tiene costos sociales, aun antes que económicos, demasiado grandes. La guerra en Ucrania afectó el tercer grupo turístico hacia nuestro país, sin mencionar su impacto sobre la economía por el aumento del costo de los combustibles, con impacto sobre los fletes y sobre el costo de los fertilizantes.

Un sincrotrón puede contribuir a cambios estructurales de esa matriz, mejorando los servicios de salud, permitiendo una agricultura de precisión, promoviendo el desarrollo industrial. Son resultados que deberían interesar al sector productivo que podría beneficiarse también de oportunidades de aumento de la inversión extranjera y de la cooperación regional.

La libertad decía Castro Madriz requiere educación. Doscientos años más tarde, no es suficiente hablar solamente de educación. Se requiere ciencia, y no como usuarios pasivos, sino como productores activos.

Y en nuestro mundo globalizado es necesaria la integración regional. En los años inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, Centroamérica fue cuna de muchas iniciativas regionales, CSUCA, SICA, CETCAP. Estas organizaciones, y el BCIE, que podría ser el natural patrocinador de una propuesta de tamaño impacto económico y social, pueden ser los instrumentos para que nuestros países, superando diferencias irrelevantes si nos proyectamos a la segunda mitad del siglo, tomen las decisiones que permitan realizar un proyecto crucial para la aceleración de un proceso que no puede esperar.

Si esto ocurrirá, no se ha cerrado un evento, se ha abierto un vaso de Pandora con efectos que se verán en las próximas décadas.