Ciencia, Tecnología y Sociedad: Revisitando a Ortega y Gasset

En el pensamiento de José Ortega y Gasset, la tecnología (la técnica, en el discurso de Ortega y Gasset) y el conocimiento (la ciencia) son medios específicos a través de los cuales el ser humano se construye su propio “hábitat” sobre la tierra (la sociedad).

El ser humano, según Ortega y Gasset, es un ente extraño a la naturaleza, sin un hábitat particular en ésta; a diferencia de otros seres vivientes, este no puede sobrevivir en el mundo sino a costa de la realización de una serie de actos conscientes tendientes a modificar o reformar la naturaleza para hacer “que en ella haya lo que no hay –sea que no lo hay aquí y ahora cuando se necesita, sea que en absoluto no lo hay-” (José Ortega y Gasset. Meditación de la técnica, Ed. Revista de Occidente, Madrid, 1977, P 32).

El mundo del ser humano, su hábitat artificial, constituye, siguiendo a Ortega y Gasset, una sobrenaturaleza que adapta la naturaleza a sus necesidades particulares (op. Cit., P. 35). La cultura es en este contexto la huella de ese andar de los humanos por la naturaleza, es el rastro de su esfuerzo por “estar en el mundo”, por no sucumbir.

Pero, así como a través del conocimiento y la tecnología el ser humano transforma y modifica la naturaleza para obtener lo que necesita en un momento dado y crea de este modo una sobrenaturaleza, – también esta misma sobrenaturaleza es sometida, a su vez, a cambio y transformación cuando al variar las circunstancias la misma no es capaz de dar respuestas a las nuevas necesidades y expectativas de su hacedor.

Se diría, en consecuencia, que la presencia del ser humano en la naturaleza y en la sobrenaturaleza que él mismo ha creado, es un proceso constante de cambio y transformación, en donde el conocimiento y la técnica juegan un papel trascendental.

La tecnología y la ciencia son, en esencia, elementos estructuradores y disociadores al mismo tiempo de esa sobrenaturaleza, o, de la cultura (Jean Ladriere. El Reto de la Racionalidad). Ellas hacen cambiar una forma de pensar o concebir el mundo, cuando la misma no satisface los deseos y necesidades de las generaciones del momento. Inducen nuevos modos de vida y nuevos patrones de conducta entre los individuos y grupos que la asimilan. En fin, ellas son portadoras de nuevos valores y de nuevas ideas que al hacerse parte del dominio general de la sociedad tienden a suplantar a los viejos valores e ideas que encarnaba esta última (Thomas Khun).

Ciencia y Tecnología son, en consecuencia, factores innegables de cambio social y cultural.

¿Significa lo expuesto hasta aquí que la ciencia y la tecnología son los únicos factores que promueven el cambio social? De ninguna manera. Es más, ni siquiera puede decirse que sean siempre factores de cambios positivos, pues en ocasiones, no solo suelen anteponerse al cambio, sino que favorecen un tipo de “cambio” en dirección opuesta a los valores e intereses de la mayoría de la humanidad.

Para entender esta última paradoja de la ciencia y la tecnología, hay que traer a escena el ámbito de lo político, a fin de establecer que ni la ciencia ni la tecnología son autónomas ni neutrales en lo que respecta a su desarrollo y a los valores e ideologías que encarnan. Ambas son manipulables y controlables por los poderes, intereses e ideologías de los grupos económicos y sociales que controlan el Estado y la sociedad en general:

"Y la ideología determina, para bien o para mal tanto valores como finalidades: es la que determina qué vale la pena hacer y qué es menester evitar y con ello sugiere un estilo de vida” (Mario Bunge. “Ciencia Básica, Ciencia Aplicada, Técnica y producción: Diferencias y Relaciones).

Desde hace tiempo existe una tendencia generalizada a identificar ciencia y tecnología, hasta tal punto, que mucha gente cree que todo logro o avance de la tecnología lo es también de la ciencia y viceversa. La verdad es que esto no es del todo cierto, si bien en la moderna sociedad industrial la unidad de ambas es un hecho incuestionable y que a la vez se profundiza día a día.

Sin embargo, la ciencia es, por sus fines y esencia, diferente de la tecnología. La primera tiene como objetivo fundamental el escudriñamiento  de la realidad para desentrañar sus leyes y explicar y describir en forma veraz sus diferentes fenómenos y procesos, mientras que la segunda, es la búsqueda de la eficiencia, es la aplicación práctica de toda idea (científica o no científica) para resolver problemas de la manera más eficaz posible.

La ciencia persigue conocer e interpretar el mundo, en tanto que la tecnología busca controlarlo. Claro, conocer y controlar no son objetivos contradictorios, sino todo lo contrario, para controlar hay que conocer, lo cual no quiere decir sin embargo, que todo lo que se conoce busque o tenga necesariamente que controlar. Se puede conocer sin fines utilitarios inmediatos, se puede conocer por la mera curiosidad de conocer, porque es fascinante y edificante, porque es genuinamente humano conocer por simple y llanamente conocer, porque saber es parte de nuestra naturaleza humana.

La tecnología, por tener como objetivo inmediato la eficiencia y el control, responde más directamente al carácter pragmático utilitarista de la moderna sociedad industrial que la ciencia, al menos que aquella que se ha dado en llamar ciencia básica, ya que no se puede decir lo mismo con respecto a la ciencia aplicada, la cual está siempre orientada a fines prácticos, si bien, en realidad hay una clara continuidad e interacción entre ciencia básica, ciencia aplicada y tecnología que hace imposible muchas veces una simple separación mecánica entre ellas.

Sin embargo, tanto la ciencia aplicada como la tecnología responden a los objetivos del orden social y económico establecido y son, en consecuencia, sostenedores y reproductores del status quo. No hay por ello posibilidad de criticidad en los marcos de ambas actividades; su fin primordial es la eficiencia, el rendimiento, la utilidad económica y los cambios que inducen tienden a quedarse en los marcos del orden y los arreglos institucionales a los cuales obedecen.

La ideología de la eficiencia –el rendimiento, el mayor beneficio con el menor costo que encarnan la ciencia aplicada y la tecnología– se ha convertido, desde hace cerca de dos siglos, en la racionalidad dominante en las sociedades modernas.

La crítica, a contraponer a esta racionalidad de la ciencia y la tecnología, tiene que llegarle a las distintas disciplinas científicas y tecnológicas desde fuera de ellas, específicamente, desde el campo de las ciencias sociales, las humanidades y las artes, en cuya reproducción y desarrollo juegan un papel preponderante las universidades y otras instituciones de educación superior.