El político simulador
La simulación como representación cibernética, entra en sistema artificial de proceso social, económico, ambiental, financiero, aeroespacial y de otras indoles naturales y sociales. Es un modelo de simulacro, en la que el territorio ya no precede al mapa ni le sobrevive. En adelante será el mapa el que preceda al territorio, el acontecimiento no genera información, sino la información produce el acontecimiento (Baudrillard,1978;1997).
El político simulador se puede definir como un sujeto que, en el ámbito político, le gusta simular comportamientos con el fin de obtener beneficios para su ego. Su objetivo es llegar al poder del estado cueste lo que cueste, utilizando los medios que sean necesarios para conseguirlo. Como dirigente político que vive por y para el poder, el fin justifica los medios; por lo que utiliza software virtual de inteligencia artificial (IA) y los algoritmos de dicha tecnología para analizar datos, convertir texto a voz y poner en la voz de su opositor un discurso que él nunca ha dicho.
Como simulador, le fascina la manipulación y el engaño, vive presentando una imagen pública que no coincide en la práctica con sus verdaderas intenciones. O. Paz, en El laberinto de la soledad (2019), hace una comparación entre la actividad de la simulación con la de los actores, destacando que ambos “pueden expresarse en tantas formas como personajes fingimos. Pero el actor, si lo es de veras, se entrega a su personaje y lo encarna plenamente, aunque después, terminada la representación, lo abandone, como la serpiente abandona su piel” (p.186).
A diferencia del actor, al político simulador le falta autenticidad en su forma de hacer política; solo con el tiempo pierde ese encanto de sus actuaciones. Ya que cuando llega al poder, la sociedad se va dando cuenta de todas las promesas incumplidas, así como de la hipercorrupción y la falta de transparencia que lo caracterizaron como gobernante.
El político simulador queda atrapado en las redes sociales del cibermundo con ideas petrificadas en el pasado; no se innova y piensa que las alianzas y los acuerdos políticos son idénticos a las tácticas y estrategias del pensamiento maoísta (Mao Zedong) y que el enemigo de hoy puede ser tu amigo mañana. Los principios políticos no cuentan porque el objetivo es llegar al poder.
Esta forma de hacer política es la que lo hace vivir por y para el poder, y lo lleva a creer que no es responsable de sus actos, sino que son fuerzas misteriosas (Moiras) sobre las cuales no puede decidir. Estas, junto con las circunstancias, lo hacen actuar de tal manera que se cree imprescindible, hasta que la misma sociedad lo lincha y termina despreciándolo.
Los políticos simuladores neopopulistas y aquellos que se dicen ser demócratas sin un criterio ético político, en cuanto al manejo de la ética pública desde el Estado, son los que hunden la democracia. Son ellos que se creen por encima del bien y el mal, no la sociedad, y piensan que perdurarán por toda una eternidad, porque forman parte de las fuerzas de los dioses y que están más allá del tiempo, creen que se encuentran fuera de este. Al final de sus vidas, terminan siendo unos narcisistas desdichados.
Estos políticos simuladores sufren de una embriaguez de poder y no reflexionan sobre cómo el tiempo, en cualquier momento, puede disiparlos, ya que el tiempo implica cambio y nadie es inmune a este. No comprenden que en los laberintos de las virtualidades en que se mueve lo digital, subyacen montones de información que ellos mismos produjeron en el momento de esplendor, cuando el pueblo los aclamaba y que muchas de esas informaciones se quedaron en el simulacro movido por el dataísmo o la deidad de los datos, y no en acontecimiento.
Las acciones e informaciones de estos dirigentes políticos quedan dispersas en las profundidades del ciberespacio y, cada cierto tiempo, un bot inteligente les recuerda su pasado. Esto se debe a que, como simuladores que son, olvidan que, además del mundo físico y del espacio social, también existe el cibermundo virtual que recrea todas las mentiras y desinformaciones que producen en su trayectoria política.
Este tipo de políticos despliega un conjunto de acciones fingidas, creando escenarios que no existen, construyendo estrategias de información sobre posverdad, bulos y fragmenta información que es verdadera para convertirla en noticia falsa; además, inventa acontecimientos que no existen. Esta práctica simuladora de hacer política afecta los valores democráticos y la convivencia social de una nación.
Su accionar como simulador es la construcción de una especie de realidad aumentada, de actos fingidos que persiguen alimentar lo que es la infocracia (Han, 2022) en cuanto a régimen de poder basado en la manipulación de la información y en redes digitales que desinforman y destruyen la democracia participativa y la ciberdemocracia de la transparencia y de la transformación social, económica y política.
Empoderarse de un espíritu de innovación democrática solo se logra desde la misma democracia, involucrando la ciberdemocracia y luchando por no reducir la vida de los sujetos a la infocracia. Esta última es una manera de ir en contra del conocimiento colectivo, en el que lo participativo tiene el rostro de ciudadanía.
Partiendo de esto, quiero dejar testimonio, como ciudadano y como sujeto pensante, de los entramados del poder político cibernético y la ciberpolítica. En la presente coyuntura electoral, me opongo a todo neopopulismo y demagogia que emergen con el objetivo de hundir la democracia.
En tal sentido, este domingo 19 de mayo de 2024 votaré por el proyecto democrático viable que asume el presidente Luis Abinader, porque él marca la histórica política de la cultura democrática de lo no imprescindible.
Es un voto contra la corrupción, a favor de la rendición de cuentas y la justicia, y por valores y principios democráticos. Esto contradice la perversidad de un sector político que pretende arraigarse en las estructuras de poder para seguir acumulando fortuna en detrimento del pueblo dominicano.