Escrito en septiembre de 1972, el siguiente texto de Raúl Pérez Peña (Bacho) retrata el escenario político que conspiraba contra la voluntad popular en Chile, un año antes del golpe de Estado a Salvador Allende. Bacho anticipa los factores y actores que incidirían en desestabilizar y desgarrar el proceso de transformación revolucionaria en ese país. No sólo desvela el accionar de las fuerzas más retrógradas (imperialismo, élites económicas, militares), sino que muestra además el poder de fuerzas conservadoras dentro de la Unidad Popular que frenaban cualquier intento de cambio del status quo. Escrito en pleno fragor de los acontecimientos históricos de ese momento, Bacho revelaba las ilusiones sobre los procesos revolucionarios que acceden al poder por “vías pacíficas” y los riesgos que corren frente a las oligarquías nacionales. Importante para entender aquel presente, este escrito hace reflexionar sobre la bases y mecanismos reaccionarios que atentaron y siguen hoy atentando contra el surgimiento de auténticas democracias en América latina. 

Manifestación en apoyo al presidente Salvador Allende.

Chile: ¿Negación o confirmación de la violencia?*

(Publicado originalmente el 18 de septiembre de 1972, en la columna “Del Lunes Pasado en 8” de El Nacional)

Raúl Pérez Peña (Bacho)

La cosa está que arde en Chile.

La ultraderecha ha estado metida hasta el pescuezo en una serie de maquinaciones conspirativas contra el gobierno de la Unidad Popular, que hace poco cumplió su segundo aniversario.

Tales maniobras estuvieron a punto del estallido durante la semana reciente transcurrida.  Según lo denunciara públicamente el presidente Salvador Allende, bajo la envoltura del llamado “Plan Septiembre”, se pretendía promover huelgas, asonadas militares, ataques a barcos, cortes de carreteras, etc.

En realidad, desde que la democracia-cristiana perdió el control del gobierno en Chile, jamás ha cesado en sus intentos de recobrarlo, por la vía que fuere necesario, respondiendo así a los planes de los núcleos más reaccionarios y ligados al imperialismo de la alta burguesía de aquel país suramericano. Recuérdese el complot del ex general Roberto Viaux para impedir la toma de posesión de Allende, culminando con el asesinato del jefe del Ejército René Schneider.

De aquí que prácticamente lo que en Chile se ha estado librando durante los últimos dos años es algo así como “un pulso” entre las fuerzas derechistas de una parte, frente a las fuerzas reformistas y revolucionarias de la otra parte.

Desde el poder, Allende ha venido proclamando la puesta en marcha de importantísimos aspectos del Programa de la Unidad Popular, sobre todo en cuanto a las nacionalizaciones y al establecimiento de relaciones con países como China y Cuba.

Pero, teniendo en cuenta que no es ni mucho menos el proletariado quien tiene la sartén por el mango en el gobierno chileno, la timidez y el reformismo propiamente dicho han caracterizado el proceso transformativo iniciado en 1970. Lo mismo puede decirse del encogimiento con que en el plano político se ha enfrentado a los sectores que son blancos de las reformas sociales emprendidas.

Dichos sectores, como apuntaba arriba, han mantenido una tenaz batalla, especialmente a través de la prensa y del Parlamento, de lo que se da cuenta en los siguientes párrafos de un cable de la France-Presse fechado recientemente en Santiago de Chile:

“La oposición dispone del apoyo de cinco diarios de los diez de Santiago, media docena de emisoras y uno de los tres canales de televisión.

En la medida en que el Parlamento conserva sus derechos y en que la prensa sigue siendo totalmente libre, el centro y la derecha disponen de un verdadero arsenal de armas legales que permite dar severos golpes régimen.

Es así como la mayoría de los proyectos de ley del ejecutivo son rechazados y varios ministros han debido abandonar la cartera tras una ‘acusación constitucional’ que permite a los parlamentarios destituir a un miembro del gobierno si se le considera culpable de no haber respetado la constitución.

Se organizan así campañas de prensa en general destinadas a provocar pánico en la opinión pública”.

A lo dicho hay que sumarle el “Plan Septiembre”, y demás acciones recientes, como las manifestaciones en que ha sido utilizado un sector del estudiantado secundario y la concentración proyectada para efectuarse en el mismo centro de Santiago. Todas estas cosas conforman una situación de la cual no es arriesgado concluir en que se acerca un “tranque de juego” en el escenario chileno. Y como algo inevitable, después del tranque, vendrá los trancazos, la violencia.

Bueno, ¿pero a la gente no se le había dicho en todo el mundo que la experiencia de Chile venía a demostrar la posibilidad de vías no violentas para la revolución?

Sin ir más lejos, aquí mismo se apareció alguien hace menos de dos semanas diciendo que “la más importante lección que dieron los revolucionarios chilenos fue que no existe una sola vía para lograr los objetivos que se persiguen en la lucha contra los monopolios internacionales, encabezados por los norteamericanos, y los sectores dominantes criollos de los respectivos países de Latinoamérica”.  Y agregaba: “el triunfo de la Unidad Popular, que venía a ser la otra cara de la moneda, demostró con hechos, que realmente cada pueblo tiene su propia historia y sus propias vías para hacer los cambios que necesitan”.

De entrada, puede decirse que es totalmente erróneo dar como lección una cosa que está por probarse. Con todo y la extraordinaria importancia histórica que para el pueblo chileno tiene el triunfo de la Unidad Popular y los pasos democráticos y anti-imperialistas del gobierno de Allende, resulta falso y dañino confundir esto con una revolución, o tomarlo como lección para propagar que “YA EL CASO CHILE DEMOSTRÓ” que se puede hacer la revolución por vías pacíficas.

Habría que ver, por otra parte, la correlación de fuerzas en el seno de la Unidad Popular, entre los sectores que luchan por una verdadera revolución; y los núcleos revisionistas y burgueses que sólo aspiran al establecimiento y estabilización de un régimen reformista, que dé tierra para los campesinos, trabajo para los obreros, y capital para la burguesía. Pero estos son números de otra cuenta, que con detalles podría “sacarse” en próxima ocasión.

Mientras tanto, de continuar Allende en la aplicación y profundización de su Programa, cobran vigor las siguientes preguntas, entre otras:

¿Hasta qué momento mantendrán las Fuerzas Armadas chilenas su falsa “apolicidad”?

¿Qué nuevas formas tomará el ataque del imperialismo yanqui a Chile y su patrocinio a las conspiraciones de los más rancios sectores dominantes chilenos?

¿Para cuándo fue pospuesto el “Plan Septiembre?

¿Se llamará ahora Plan Diciembre o Plan Febrero?

¿Se decidirá en la Unidad Popular enfrentar a la ultraderecha promoviendo la movilización resuelta de las masas?

Pero a nadie le quepa dudas:  la violencia dirá, presente, porque “ese pleito está casao”.

Vamos a ver cuáles respuestas a estas interrogantes ofrecerá el curso de los próximos acontecimientos en Chile.

*[Esta publicación es parte del Proyecto por la Memoria Histórica Raúl Pérez Peña (Bacho), auspiciado por sus hijos Juan Miguel, Amaury y Amín Pérez Vargas].