La popularidad política es un bien inmaterial perecedero. Alimentarlo y defenderlo es tarea de cada día. Nadie, en sano juicio, puede atribuirse su propiedad. Nadie es árbitro de la simpatía de que goza en un momento determinado. Creer lo contrario es estar despistado. Veamos estos postulados a la luz del presente chileno.

El 19 de diciembre ’21, Gabriel Boric Font, 37 años, ganó la Presidencia de Chile en segunda vuelta, con el 55.8 % de los votos emitidos. José Antonio Kast, 55 años, su principal contrincante, se quedó con el 44.1%. Para el logro de su triunfo, Boric convirtió en simpatía toda la crispación que generó el estallido popular de octubre 2019-marzo 2020, el cual produjo decenas de muertos, cientos de lesiones oculares, miles de denuncias de violaciones de los derechos humanos…, obra de escuadrones antidisturbios de policías y militares.

Fue un triunfo convincente. La coalición Apruebo Dignidad que lo postuló recibió el respaldo, en segunda vuelta, de otros 12 partidos y movimientos. Por su parte, Kast fue apoyado por el Frente Social Cristiano, que integran los partidos Republicano y el evangélico Partido Conservador Cristiano. También concitó la simpatía de otros agrupamientos de la ultraderecha.

(Es común que los partidos que se dicen religiosos (católicos, evangélicos…) sean de derecha, ultraderecha, conservadores y retrógrados…)

Tras la asunción de Boric, la lucha política se centró en el problema medular de superar el lastre de la Constitución heredada del dictador Augusto Pinochet, sanguinario gobernante que durante cerca de 20 años (1973-90) diezmó al pueblo chileno con más de 40 mil víctimas. Ya en octubre 2020, con el neoliberal Sebastián Piñeira en la Presidencia, el país había aprobado plebiscitariamente la modificación constitucional con el 78,2 % de los votos emitidos.

Para preocupación de muchos, en septiembre 2022 se registra un giro inesperado: el 62 % de los votantes rechaza la propuesta de nueva constitución presentada por la comisión que durante un año elaboró el nuevo texto, mismo que fuera considerado uno de los más progresistas de América Latina…, al tiempo que inaceptable “árbol de navidad”, por sus detractores….

Lógicamente, el rechazo se interpretó como un golpe sensible para el entonces ochomesino gobierno de Boric y los partidos aliados que apostaron por el nuevo texto. Fue asimismo un notable revés para la aguerrida etnia mapuche y otros pueblos originarios, dado que, tras encendidos debates, el proyecto acogía, a su favor, reparaciones históricas trascendentes, reclamadas sin cejar durante siglos.

Cabe recordar que ya en el siglo XV1, el español Alonso de Ercilla observó el singular arrojo guerrero de los clanes, linajes y pueblos araucanos, a los que dedicó su poema épico La Araucana, en el que dice de ellos que son gente “tan granada, tan soberbia, gallarda y belicosa que no ha sido por rey jamás regida, ni a extranjero dominio sometida”.

Aunque no resulta del agrado de todos -acaso ni de la mayoría-, es un hecho que, pese a la ancestral nolición oficial y a los reconcomios vigentes, Chile es un país plurinacional y pluricultural, lo que se aprecia en la expansión o mapuchización de la lengua mapudungún, y en otras manifestaciones culturales (costumbres, creencias…). De los 19.5 millones de chilenos, más de dos millones son indígenas; etnias nativas que han luchado contra toda clase de despojos, discriminación, abusos y crímenes.

Como reacción frente al rechazo del proyecto constitucional, Boric alentó expectativas de recuperación y éxito al prometer trabajar con más fe y ahínco por una Carta Magna digna de la patria de Salvador Allende, pero no cumplió lo prometido, y las esperanzas creadas con su trino se fueron a bolina, apabulladas por la ultraderecha. Un nuevo y amargo dejá vu no se hizo esperar y (parodiando a Neruda) "el agua volvió a andar descalza por las calles mojadas de Chile".

Tan pronto como mayo 2023, la votación para elegir a los constituyentes del nuevo texto dieron al Partido Republicano de Kast (el mismo Kast de la derecha radical, defensor del “legado” de Pinochet), el 35.4% de los votos, lo que le permite poner 23 de los 51 redactores de la nueva Constitución, en tanto que Boric y los suyos, tan solo alcanzan 16 escaños. En el caso, es atendible el argumento de que se trata de rechazo al texto propuesto, no a una nueva Constitución, pero… ¡la derrota no puede dejar de ser cruel!

Lo cierto es que el hecho apunta a un proyecto de Carta Magna redactado predominantemente por el voto mayoritario de la derecha radical pinochetista. Por suerte, esta tenebrosa proyección puede matizarse: a la hora del nuevo plebiscito de salida (apruebo/rechazo), sugerido para el 2024, el gobierno podría mejorar su popularidad atrayendo a su litoral parte del alto porcentaje (21%) de quienes esta vez votaron nulo y blanco.

El imperativo es trabajar con tesón para sobreponerse a la estupefacción de la derrota. Oportuna la expresión del filósofo español Ortega y Gasset: “La estupefacción, cuando persiste, se convierte en estupidez”.