El término crispación refiere en este escrito, espanto, desolación y turbación. Por igual, lo asumimos como un símil vinculante al juego de nombres de sus tres hijas; Crisleydi, Cristina y Cristal. Y más, por completarse el cuarteto con el nombre de su esposa, Cristina y también por su vínculo profundo con Cristo. En especial a ellas, ellas cuatro, me permito solicitarles sus penas para hacer colgar un collar cristalino con el crucifijo de Jesús, que cruce de puerta a puerta el umbral del cielo donde moran los hombres de buena voluntad y los uncidos de las gracias del Todopoderoso.
Murió José González, Chepón, y con él, zarpó un viajero en su carrusel eterno de un bohemio vivo que murió cuando el anochecer nos irradiaba luz y cuando el sol nos daba frío como si fuera un fondo frigorífico de un ataúd de carreteles blindados, que, calentando el amor de un risueño patriarca, penetra al infinito del herido dolor que volando aterrizó en el cielo detrás de su señor.
Oh Dios, murió Chepe con su caja de risa a cuesta. Se fue Chepón como ensayo de un viaje que sin ser verdad, pero Dios se quedó con él para clonar la muerte llena de amor y, pulverizar el mito de que la vida es un simple soplo fugaz y, no un inmenso cruce de un simple mortal coqueteando su eternidad.
Hablo de un trilingüe. De un iconográfico chaval y gran volumetría corporal que despertaba juegos infantiles en sus amigos de la tercera edad y un chispeo de amor y bondad a los párvulos que con su alma jugaban al trúcalo al son eterno de un solo pie en imágenes fantasiosas de risas y carcajadas de bisoños vestidos de breteles largos y pantalones cortos en pura armonía con los chillidos imberbes cual si fuera la conjunción de un compinche de niños jugando el recreo de su inocencia.
No sé ni cómo le llame para identificarlo. Sería destello de alegría, sería el homo sapiens de la eterna sonrisa, sería entonces, padre, hermano, amigo, servidor de Dios, o sería un simple mortal que su vida inmortalizó en el corazón de su pueblo. Es más, mejor me conformo presentarlo como el arquetipo de la eterna bondad, el desapego material, estandarte de la simpleza de la felicidad. Y que no se me olvide, su gran dote de catador de excelsos y exquisitos vinos de las más finas barricas. Chepón, aprovechó la estadía de Jesús merodeando su cuaresma y montó en su barca para irse de polizonte a la eternidad del cielo. Y no dudo que Jesús y sus apóstoles irán llenos de carcajadas emulando la noche de cantos y cuentos en el que envolvía de magia las noches de cielo abierto.
En su recorrido hacia el simulacro de su sepulcro, cundió el murmullo de los comensales del camino, ¡Murió Chepón, de seguro San Pedro ni tendrá que ponerlo a pulgar sus culpas, decían muchos!! De seguro irá directo a la diestra del señor!, ya que, su confesión fue eterna en el pulpito del Dios padre. Y dijo otro en susurro, de seguro que Chepe, con su nobleza pura, que en momento era iglesia va directo a la gloria. A él, le colgaban los escapularios y el crucifijo de la redención de su eterno señor. En su pecho ondeaba la señal de la cruz. En sus labios brotaba la grandeza de Jesús. En su mimo paterno, su profundo y abnegado amor por su trinitaria de proles divinas, hizo gala del profundo honor de padre. En su Cristina, que ya entre sus congéneres era un símbolo de la chepografia-termino mío-, para connotar una pareja diminuta pero inmensa en su alma matriarcal, cumplió su rol de madre y esposa ejemplar.
Chepón, quizás por tener los ojos cerrados, no viste el mar humano que te fue a dar el último Adiós. Chepe, quizás el último en saberlo ha sido tú, aunque en tu pueblo de la eterna lloviznas, las lluvias del cielo, dieron paso a la brisa silbante de cuaresma, pero como quiera Chepe, como quiera, hubo un torrente de lágrimas que se confundieron con las acuarelas de Bidó, como señal, igual que tú, que tu pueblo su pena no aguantó y su sórdida tristeza por ti lloró.
No sé Chepe, no me lo preguntes ahora. Hubo mucho tiempo para hacerlo. Incluso hablar del cantar de Mío Cid, pero nada Chepe,-a tu manera-, ahora tu pueblo duerme su pena, ya que atrás, triste lo dejaste, al recordar tus hazañas heroicas inspiradas en el primogénito de la salvación del mundo, quizás, junto a él, a completar esa obra te marchaste. José González, gózate tu muerte, ella no es para siempre ni es eterna, aquí tu pueblo ha llorado de congojas, y que bueno Chepe, que bueno, ha sido tanto y abundante que estas serían capaces de construir un valle de lágrimas y remar con sus oraciones frente a tu sepulcro para que tu viaje al infinito sea siempre un pacto de intermediación entre Dios y nosotros, y contigo nos tenga pendiente, que si fuera cierto que te fuiste con la muerte, tú has ganado la partida, ya que solo adelantaste tu viaje para venir por nosotros cuando los muertos vengan a buscar sus vidas.
¡Ah, no Chepe, no te aflijas!, que sé que no lloras tu partida, quizás lloras tu Emaús, o tu devoción por los tuyos, es más Chepe, no sigamos hablando, sé que tu muerte te has dolido como una punzante herida, tener que dejar sin ti, la trilogía de tus hijas. Pero no desesperéis Chepe. Sembraste en tu familia el ejemplo de vida. Sembraste en ella, la mejor cepa de tu semilla, y ve seguro, que con las gracias de Dios y tu sonrisa difundida que tu vida, germinará en ella, a pesar de tu aparente partida. ¡Adiós Chepón!, no interrumpas tu resurrección que ella eternamente ha sido sembrada muy dentro del bien, en tus obras y en el epicentro de tu pueblo que te llevará siempre en su corazón. Chepe, te despido con Chepograma a un amigo, aquel poema que te escribí en los años noventa, que en una de sus estrofas, dice; ¡Cómo es posible que no advierta tu presencia, si eres dueño de alma noble e inmensa como como el universo, y ni siquiera muerto serás un desapercibido porque tu aura llena de amor y alegría los espacios¨! Viva Chepe eternamente, él aún muerto es garantía de vida sana en abundancia!