No existe amor a la vida
sin desesperación de vivir.
(Albert Camus)

Los genios de la categoría de Charles De Gaulle adquieren una dimensión histórica perenne. Aun cuando fue un personaje extremadamente controversial, esto no le resta méritos como héroe de la Segunda Guerra Mundial y gobernante extraordinario de su amada Francia.

Su personalidad fue absorbente y seductora y estuvo inspirada en elevados principios que lo catapultaron como un líder mundial de íntimas convicciones. Su ideal de grandeza le permitió encarar las graves crisis de su tiempo y restaurar la conciencia insobornable de los franceses. Esa es la razón por la que es recordado como uno de los líderes más prominentes de la historia contemporánea.

Por ello conserva un lugar privilegiado en la historia del país galo por su papel estelar en la Segunda Guerra Mundial y la manera en que lo condujo en una empresa de éxitos que hasta sus enconados adversarios de entonces le reconocen. Su fama está basada en su verticalidad y en no transigir ante los fecundos sentimientos patrióticos de los franceses, a los que juró serles fiel hasta la hora de su muerte.

Algunos no lo comprendieron por sus sistemáticas controversias pero no le niegan el valor que tuvo para mantener la libertad y la democracia estables y su valor moral y valeroso ante cualquier contingencia militar que pusiera en peligro la paz conquistada en base a la sangre derramada por los soldados que en la Primera y Segunda Guerras Mundiales defendieron a Francia con honor y valentía.

En Charles André Joseph Marie De Gaulle (1890-1970), su verdadero nombre, las fuerzas del intelecto fueron volcánicas y en su carrera de desafíos políticos y militares, puso el interés en Francia por encima de su propia vida. Fue tan genuina y superior su convicción patriótica que solo confió al destino.

Jamás se doblegó ante los fracasos que tuvo en la Segunda Guerra Mundial y de ella salió triunfante con el corazón enardecido y los sueños más poderosos para poner a Francia en marcha y en el mapa de la universalidad. Su protagonismo político y militar se mantuvo inquebrantable en el péndulo de las pasiones.

Charles de Gaulle se caracterizó siempre por un conocimiento suficiente y una profundidad intelectual que no llegaron alcanzar la mayoría de sus críticos y adversarios.

Salió de la guerra a mandar y en el crisol de su corazón se originaron las ideas más ingeniosas y templadas que no hubo adversidad que empeñara sus lauros esfuerzos muy apreciables por los franceses de la posguerra al comprender que De Gaulle no soportaba los oficiales y ministros timoratos y sin espíritu para acometer los mayores esfuerzos en favor de Francia.

Con razón expresa: “Toda mi vida he imaginado una Francia diferente. Esto es algo que inspiran tanto el sentimiento como la razón. Mi lado emotivo tiende a imaginar a Francia como la princesa de los cuentos de hadas o la Madona de los frescos, nacida para un destino exaltado y excepcional. El instinto me dice que la Providencia la ha creado para triunfos absolutos o desdichas ejemplares. Si, pese a esto, la mediocridad aparece en sus actos y hechos, yo lo siento como una absurda anomalía que debe atribuirse a las deficiencias de los franceses, no al genio de la tierra”.

Y añade: “Pero el lado positivo de mi mente también me asegura que Francia no es ella misma si no está en primera fila; que tan sólo vastas empresas consiguen equilibrar los fermentos de dispersión que son inherentes a su pueblo: que nuestro país, rodeado como está de otros países, que lo son, debe apuntar alto y mantenerse erguido, bajo pena de peligro mortal. En una palabra, a mi modo de ver, Francia no es Francia sin grandeza”.

Inigualable fue su trayectoria. Singular, su gloria. No hay palabras para descifrar los secretos de su genio. Al menos, quien escribe, no las tiene, y de poseerlas, las colocaría en el mural de la memoria intemporal. Su grandeza siempre se situó en la periodización generacional como proceso que da vida y sustento a Francia con tal de que su mito siga germinando la visión de las proezas.

Oh general Charles De Gaulle, toda mi existencia no bastaría para cubrir su rostro con los laureles más celestes; esculpirlo con el bronce más esplendente y escribir en su nombre la elegía más sublime. En ese caso, sería vano empeño de un poeta dominicano.

De Gaulle, sin proponérselo, fue un artista del pincel del expresionismo romántico por la forma indefinida en que describía los pasajes de la Segunda Guerra Mundial y las estrategias que diseñó para gobernar el Estado francés. Aunque, a juicio de su biógrafo más importante, Don Cook, Charles De Gaulle, fue “una personalidad solitaria, egoísta y arrogante”. Narra que uno de los oficiales de división en la contienda bélica lo “describió como un individuo severo, despiadado e inhumano”.

Pese a estas particulares opiniones, nadie pone en duda de que transformó a Francia en todos sus aspectos y todavía hoy sigue teniendo la misma valoración que alcanzó a nivel universal. Millones de lectores se desviven por leer sus impresionantes biografías tal como afirmó Books of The Times, a raíz de salir a la luz en el año 2006 la citada obra de Cook:

Una espléndida biografía. Nadie ha descrito mejor al auténtico De Gaulle y nadie podrá escribir acerca del general y los tumultuosos tiempos que le tocó vivir sin recurrir a esta biografía.

A cualquier historiador y escritor se le dificulta resumir en un artículo cientos de episodios que llevó a cabo el general De Gaulle en la Segunda Guerra Mundial en el ejercicio del poder. En nuestro caso, nos limitaremos a esbozar algunos de ellos y recomendar a los lectores leer esta apasionada biografía de Don Cook. En ella, hay un pasaje a destacar y es el que tiene que ver con la situación que se originó entre Émile Muselier y De Gaulle:

“Muselier solo buscaba pelea; no le interesaba la política y le traían sin cuidado las consideraciones metafísicas sobre el derecho que tenía o no Charles De Gaulle a considerarse una encarnación de Francia. Por su parte, a De Gaulle le hacía una gran falta un oficial veterano y probado a su lado, de tal modo que el vicealmirante Muselier se convirtió casi al instante en comandante de todas las fuerzas navales de la Francia Libre. Pero entre estas dos personalidades vigorosas y contrarias, se estableció una relación bastante tempestuosa que terminó abruptamente en 1942”. (Cook, Don, Charles De Gaulle, traducción, Patricio Canto, Ediciones B, S. A., Barcelona, España, 2006, p. 104).

La personalidad de Charles De Gaulle se convirtió en modelo a seguir en cuanto a su indómito y flamante espíritu de conductor de ejércitos y seguidores políticos. Sin duda, se situó por encima de su tiempo y en las siguientes frases, resume su idealismo y la unidad histórica de su genio pero también la fuente inagotable de su humor más controversial. Cuenta Marcel Jullian (1922-2004), quien fue escritor, guionista y realizador de programas de televisión, algunas de sus frases:

“En el París liberado, el general recibe a los hombres de las redes. Estos devoran con la mirada a ese hombre por quien han arriesgado su vida, ese símbolo por el que han matado, saboteado e incendiado”. Y he aquí, la respuesta que le dio Charles De Gaulle: “Señores, jamás olvidaré lo que he hecho. En la hora de mi muerte, mi último pensamiento será para todos aquellos que han combatido a mi lado para que Francia siga viva. Entretanto, estén seguros de toda mi in-gra-ti-tud”.

“Octubre de 1962. El general decide la disolución de la Asamblea Nacional. Ese mismo día, Gaston Monnerville es recibido en el Elíseo en su calidad de presidente del Senado. De Gaulle lo recibe en su despacho, de pie, jugando con la montura de sus gafas”. –Al estar disuelta la Asamblea Nacional, la Constitución me obliga a recibirlo. Conozco su opinión sobre el referéndum. ¿Ha cambiado de parecer? – No. – En ese caso, no tenemos nada que decirnos. Adiós”. (Jullian, Marcel, El ingenio de Charles de Gaulle, traducción de Pablo Hermida Lazcano, Plataforma Editorial, Barcelona, 2021, pp. 39-40).

El biógrafo Don Cook, también narra detalladamente la situación que se originó entre el mariscal Pétain y De Gaulle: “Allí, en la sala de conferencia, mientras esperaban para reunirse con Churchill y el grupo inglés, De Gaulle se halló frente a frente con el mariscal Pétain por primera vez desde que Pétain se había negado a dirigirle la palabra en Metz en 1938. De Gaulle saludó y Pétain dijo, con tono algo gruñón “¡Es usted general! No lo felicito. ¿De qué sirven los grados en la derrota?” (Ibidem., p. 79).

En tanto, “Roosevelt solía dejar de lado a De Gaulle con una despectiva observación muchas veces repetida: “Unas veces se cree Juana de Arco; otras, Clemenceau”. (Ob., cit., p. 16). Peso a todos estos despropósitos en su contra, no hay dudas de que Charles de Gaulle se caracterizó siempre por un conocimiento suficiente y una profundidad intelectual que no llegaron alcanzar la mayoría de sus críticos y adversarios.

Está probado que en su tiempo, Charles De Gaulle conjugó la acción del poder con su excepcional capacidad militar. Su prudencia era extrema y llegó a tener un conocimiento general de todos los problemas de Francia y en toda negociación política defendía sus puntos de vista con la mayor vehemencia. Hay que considerar que fue un enfermo del poder al que dedicaba todo su tiempo y, en ese tenor, no bailaba, no bebía y su única alegría era pasear con su esposa. Utilizaba la ironía frente a sus ministros y adversarios con un ingenio sorprendente.

“Ponerse al mando del destino de Francia en 1940 fue tan natural como ponerse su gabán militar”. Don Cook, su biógrafo más importante, escribe: “Como en el pasado, la historia francesa volvió a necesitar un jefe que salvara a la nación, que la reviviera, que le restaurara su honor y ganara para ella un lugar entre las victoriosas potencias de Europa”. (Don Cook, Charles De Gaulle, Argentina, Ediciones B, S. A., 2006, p. 16).

 

 

Cándido Gerón en Acento.com.do