Para el destacado escritor argentino Juan José Saer, la modernidad y la influencia de Don Quijote (El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha) de Miguel de Cervantes a través de los siglos se evidencia cuando un texto literario “ va desentrañándose de a poco, desenvolviéndose con parsimonia a lo largo de los siglos, en los que renovadas generaciones de lectores, cotejando el texto con su propia experiencia, lo descubren afín a ella. No lo leen como un mensaje misterioso llegado desde el fondo de los tiempos, sino como una letra viva y presente, en la que se proyectan sin esfuerzo, con una deliciosa familiaridad que se distingue de todo exotismo. ”

Para Saer, el arte narrativo de Cervantes del siglo XVII inaugura la permanente actualidad del mensaje y las forma narrativas ya que “la novedad de un relato no reside en la historia que cuenta, ni en los elementos autobiográficos que fatalmente incorpora, sino en las estructuras narrativas mismas, que son las que aprehenden, y no los discursos o las declaraciones, el universo a partir del cual (y sobre el cual) el narrador escribe. Desbrozando poco a poco la complejidad narrativa del Quijote, sobre todo a partir del siglo XVIII, la historia del relato occidental ha ido estableciendo la modernidad sucesiva, podría decirse, de Cervantes.”

Al mismo tiempo, reivindica la filiación cervantina de grandes escritores como Flaubert, Dostoievski, Kafka, Thomas Mann, William Faulker, Proust, Joyce entre otros grandes escritores occidentales: “La influencia de Flaubert y de Dostoievski en la cultura europea en el último tercio del siglo XIX y el primero del XX es inmensa. En Kafka, por ejemplo, aunque se la conozca algunas décadas más tarde, sólo es comparable a la de Cervantes. Marthe Robert establece un paralelo convincente entre El castillo y Don Quijote. Pero, aparte de esa comparación sistemática, en los diarios de Kafka y en muchos de sus textos breves, la presencia explícita o implícita del Quijote es constante. Varios de los breves apólogos de La muralla china aluden a él, y aun cuando la glosa no es directa, como en La partida por ejemplo, sentimos de inmediato la intensa afinidad. La réplica que concluye el texto: Mi meta es salir de aquí, le va como un guante a Alonso Quijano, que está todo el tiempo dispuesto a lanzarse compulsivamente por los caminos, incluso después de haber padecido las peores adversidades. ”

Por último, Saer afirma que “la gran conquista para la modernidad que aporta el Quijote, es la moral del fracaso. Alonso Quijano es el primero en la estirpe de los héroes novelescos que, sabiéndose condenados a la derrota, salen no obstante a medirse con el mundo. Esa mentalidad antiépica es el rasgo común a todos los personajes que cuentan en la novela moderna, desde Werther y Julián Sorel, pasando por Raskolnikov, Bouvard y Pécuchet, Lord Jim, Joe Chritsmas, Brausen, Philip Marlowe, etcétera. Tan profunda es la huella que en ese sentido ha dejado el Quijote en nuestros siglos atormentados que, salvo dos o tres casos especiales, toda excepción a las reglas de esa moral sonará siempre como un error de estilo o una vana superchería”.