A pesar de lo violento, tenso y convulso que fue 1970 (en contraste con lo que cantaba Johnny Ventura en el anuncio radial y televisivo de un ron: “Avívate. Cógele el pasito al setenta, ponte en el sabor que contenta”), lo recuerdo como un año emocionante porque, iniciando mi adolescencia, degusté la fruta prohibida al poder ver varias películas “no aptas para menores de 18 años”, y no películas del montón, sino piezas claves del cine de aquella época, como Easy Rider de Dennis Hopper, Zabriskie Point de Michelangelo Antonioni, Satiricón de Federico Fellini, Belle de Jour de Luis Buñuel, La Pasión de Ana de Ingmar Bergman, If… de Lindsay Anderson, y M.A.S.H. de Robert Altman.
Aunque desde 1951 Altman había dirigido cinco películas, varios cortos y decenas de episodios de series de televisión, fue M.A.S.H. (1970) la que lo posicionó como un cineasta con reconocimiento internacional, al ser dicha cinta premiada en el festival de Cannes y nominada al Oscar y obtener un gran éxito de crítica y de público, lo que le permitió a su director emprender la realización de las películas que le interesaba filmar, abarcando y desmitificando diversos géneros, desde el wéstern hasta el policial y desde el drama psicológico hasta la comedia, pero teniendo en común su estilo innovador y su constante temática acerca del fracaso, de los personajes perdedores, convirtiéndose en un director de culto, idolatrado por un sector minoritario, pero fervoroso, de la crítica y del público cinéfilo de distintos países.
En Santo Domingo en la década de los setenta fuimos afortunados de disfrutar cada año por lo menos una nueva película de Altman. A M.A.S.H. le siguieron El volar es para los pájaros (Brewster McCloud, 1970), Del mismo barro (McCabe and Mrs. Miller, 1971, con maravillosa banda sonora conteniendo canciones compuestas e interpretadas por Leonard Cohen), Imágenes (Images, 1972), Un Adiós Peligroso (The Long Goodbye, 1973), Los Delincuentes (Thieves Like Us, 1974), Racha de Suerte (California Split, 1974), Nashville (1975), Buffalo Bill y los indios (Buffalo Bill and the Indians, or Sitting Bull’s History Lesson, 1976), Tres Mujeres (Three Women, 1977), Un Día de Boda (A Wedding, 1978), Quinteto (Quintet, 1979) y Una Pareja Perfecta (A Perfect Couple, 1979), todas las cuales tuvimos la dicha de que se estrenaron en nuestras salas de cine en el mismo año o al año siguiente de su estreno en Estados Unidos.
Luego de finalizada la década de los setenta, dejaron de llegarnos las películas de Altman, a quien la industria hollywoodense no le siguió tolerando su rebeldía, sus experimentos y su falta de rentabilidad. En una entrevista, Altman declaró: “Para mí no es fácil hacer películas dentro del sistema. Hollywood trata de servir a un mercado que ya conoce. Es por eso que tienen todos esos números en cuenta y yo no hago eso muy bien. Yo sólo trato de ver algo que no he visto antes. Ellos quieren algo que puedan comercializar fácilmente y no confían en la clase de películas que yo hago”.
Altman cayó en desgracia con el sistema y se dedicó a dirigir teatro, películas para la televisión por cable y filmes independientes, al margen de los grandes estudios. La mayoría de la veintena de películas que realizó a partir de 1980 tuvimos que verlas en VHS o DVD, o en la televisión por cable. Apenas tres se estrenaron en nuestras salas de cine: Popeye, a principios de los ochenta, y The Player y Pret-a-Porter, a principios de los noventa. Pero aún prescindiendo de los filmes que dirigió antes de 1970 o a partir de 1980, las trece películas realizadas por Altman entre 1970 y 1979 constituyen un legado extraordinario en la historia del séptimo arte y lo sitúan entre los grandes creadores cinematográficos del siglo XX. Este jueves 20 de febrero es el centenario de su nacimiento.