Los factores que estimulan la violencia social, aquí y en cualquier país, son múltiples y responden a variables económicas, políticas, sociales y culturales. Toda sociedad es un entramado de actores diversos y muchos de ellos enfrentados por intereses opuestos (si apelamos al elemento volitivo) y/o colisionando por mentalidades heredadas (resentimientos históricos). El caso dominicano presenta aspectos que han sido estudiados y otros que deben ser abordados desde la lucidez de la academia. Sin pretender ser exhaustivo señalo algunos.

El proceso migratorio que vivimos a partir de la caída del trujillato, tanto desde las comunidades rurales a los pueblos, de ambos a la capital y de los tres hacia el extranjero, desarraigó a millones de hombres y mujeres de sus redes familiares y la moralidad de sus entornos originarios. Sin pretender que todos los valores campesinos de la primera mitad del siglo XX sean el ideal para construir una sociedad decente, servían como red familiar para el sostenimiento de los individuos y obligaban a las nuevas generaciones a tener referentes inmediatos para conductas deseables como la honestidad, la hospitalidad y cierta articulación familiar (sin negar la nefasta presencia del machismo). La migración mencionada, de la cual somos su resultado, atomizó a los individuos y los forjó en la cultura de la individualidad y la codicia. La expresión “dónde está lo mío” lo sintetiza.

El lado positivo de esa cultura campesina y la migración es que todavía hay una generación que es solidaria con su familia y le envía remesas, a tal grado que es uno de los elementos macroeconómicos que sostiene las finanzas del país. Es una herencia que se agotará pronto, ya que las nuevas generaciones no poseen ese sentido de solidaridad.

Otro factor relevante de la violencia social dominicana es la maldita influencia política que convierte todo ejercicio de autoridad en un ejercicio de poder desalmado. Lo vemos en los hogares, en las escuelas, en muchos ambientes laborales, en los partidos políticos, en los gremios, hasta en las organizaciones sin fines de lucro. El que manda no tiene que dialogar, ni negociar, ni consultar, ya que se consideran “debilidades”. El que tiene un puesto, un cargo, una posición de autoridad, se considera que está ahí para mandar y que los demás obedezcan, y lamentablemente los subalternos piensan lo mismo, que están ahí para obedecer hasta que algún día ocupen ese puesto u otro semejante. Aberraciones como el “lambonismo” o el culto al “respeto” de quien manda, malogran la vida social, anulan el diálogo como mecanismo de coordinación y convivencia y por supuesto impulsan a formas de violencia hasta llegar al asesinato.

Fruto de la cultura de consumo y la influencia de la publicidad comercial los sectores llamados por Bosch como pequeños burgueses (la inmensa mayoría de la sociedad dominicana) articulan su vida social sobre la base de la apariencia. Se intenta mostrar un mayor nivel económico del que se tiene y aparentar un alto grado de vinculación con sectores de poder. Lo denominamos como “allantosos” en el vocabulario dominicano y todos conocemos gran cantidad de personas que viven bajo esa consigna: aparentar. El allante es propio de sectores que se consideran muy frágiles para poder desarrollarse como entes económicos, sociales o políticos en el entorno dominicano y por tanto buscan formas de aparentar “tener más”, no ser más. La tensión entre lo que se es (en su debilidad) y lo que se intenta mostrar falsamente (con más poder de lo que se tiene), conduce a muchos a caminos ilegales (narcotráfico, corrupción, etc.), propagar rumores (el chisme) e incluso actuar contra otros con tal de alcanzar lo que se busca: éxito, dinero, poder. El reciente asesinato del Ministro de Medio Ambiente se encuentra en ese contexto.

Otro aspecto sumamente virulento en la promoción de la violencia en nuestro entorno es el cultivo de la discriminación de grupos sociales. Somos una sociedad que discrimina activamente a la mujer, a los niños y adolescentes, a los pobres, a los haitianos, a los homosexuales, a los negros, a los ancianos, a los enfermos…. Se considera inferior en diversos grados a todo el que no sea masculino, blanco y sexualmente posesivo. Es una imagen de nosotros mismos aberrante que en gran medida heredamos del trujillato y que sectores del poder político han cultivado para frenar el ascenso de sectores populares que no poseen esos rasgos. En el debate sobre el Código Penal se ha develado cuan profunda es la ideología de discriminación contra tantos diversos sectores en la República Dominicana en el presente.

Tanto en la educación formal dominicana como en los medios de comunicación debemos promover actitudes y valores que vayan sanando estas patologías: 1) cultivar el silencio y la escucha activa, 2) ocuparnos de lo que somos y no de lo que aparentamos, 3) ejercer la autoridad como servicio cuando nos toca jugar roles familiares o institucionales con poder y 4) aprender a desarrollar la tolerancia que nos permite aceptar la diversidad. La identidad nacional debe construirse sobre el respeto a todos los que viven en nuestro país y los demás pueblos del mundo. Desestimular el chovinismo, sobre todo el racista, machista y violento, para crear formas de identidad social que celebre la rica diversidad de nuestro pueblo.