Hay diferencias notables entre el caudillo y el líder. Esas diferencias paren otras diferencias y otras diferencias hasta el infinito.
El líder (puede en nuestro tiempo ser una mujer) tiene momentos en que debe actuar para evitar el caos, la dispersión y el descontrol de situaciones riesgosas, como caudillo. Pero esa es la excepción a la regla. El líder muestra visión de conjunto, apertura, autocontrol, manejo diestro y meditado de las situaciones delicadas o no. No intenta quedarse para siempre en el mismo lugar y no dejarle su espacio a nadie. Va contra su cosmovisión de la realidad. Es proactivo.
El caudillo impone su voluntad incluso al precio de la vida (de los demás, casi siempre) y suele silenciarse ante las formulaciones acusatorias serias, lo cual puede aniquilarlo y colocarlo como irresponsable, cobarde, falto de seriedad e integridad.
El líder suele ser pragmático, “rersiliente,” imaginativo, humano, ético, incapaz del engaño de sí mismo y por extensión, de los demás. Sobre su brillo personal, su carisma, ve con aprecio la frase: “lo bueno, si breve, doblemente bueno”.
El liderazgo no se puede improvisar aunque hay líderes que se sienten tales (y lo son) bajo el impulso de una crisis desencadenante, inesperada o vista a la distancia.
El caudillo suele rodearse de lambones, así como suena, aduladores interesados, carroñeros, que quieren participar del festín del buitre y que, al fin, se largan.
El líder no trafica con su fama y poder, sabe distribuir responsabilidades, delega y convierte en líderes de la manera más desinteresada que le imponen las condiciones del momento, a personas ordinarias Al mismo tiempo sabe utilizar, sin cosificar, sin instrumentalizar, a las personas brillantes de las que se rodea dado su brillo y su capacidad para atraerlas a su lado.
(A la vez, se niega a las adulaciones, los halagos y piropos de nadie y los toma por cumplidos evanescentes, a la vez que resiente de las fórmulas perversas y humillantes que aparecen en libros como Las 48 leyes del Poder, muy del agrado y materia de consulta de ciertos caudillos menores, bastardos, que son la copia al carbón de otros caudillos difuntos del pasado lo cual los retrata como huérfanos de imaginación y determinación). El caudillo suele olvidar las leyes del cambio, si es que son leyes, pero que de todas formas se le imponen como si fuesen cambios atmosféricos y se explaya en su poder como si no existiese la extinción y el trabajo de la Naturaleza, siempre sorprendente, que humilla a los poderosos y no trafica con las ilusiones de nadie.
El líder ejerce para todos, el caudillo para su manada; el líder escucha, el caudillo se hace escuchar; el líder va a la batalla como último recurso y ante lo inevitable; el caudillo se distrae en los conflictos espurios; el líder no le presta oídos al chisme, el rumor y la mentira; el caudillo los transpira, los transmite como fórmulas de poder; el líder de tan valiente parece altanero, el caudillo enmascara su cobardía en acciones calladas y en brutalidades que tomará en cuenta la historia.