Desde los primeros minutos posteriores a la muerte de Orlando Jorge Mera el pasado lunes, la religión católica ha tenido un papel predominante en la experiencia colectiva de su sentido fallecimiento. En específico pienso que independientemente de las necesarias acciones en justicia humana, esta semana y los meses posteriores pueden ser una ilustración del sacramento de la reconciliación, es decir, de la vuelta al amor de Dios después de haber pecado.

Para cualquiera que sea el pecado, el sacramento de la reconciliación implica:  1. el examen de conciencia, luego viene 2. la contrición de corazón, entonces 3. la confesión, para luego pasar a 4. El propósito de enmienda y finalmente llegar a 5. cumplir la penitencia.

Según nota publicada en este mismo medio, inmediatamente después de los disparos, el presunto asesino se dirigió a la iglesia más cercana, Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote, y se refugió allí.  Como si se tratara una escena de la Catedral de Nuestra Señora de París en la famosa novela de Víctor Hugo y él una versión moderna de Esmeralda, su primera reacción fue buscar un lugar donde se espera obtener misericordia y perdón.

Dado que el párroco se sabe bien el catecismo, se encargó de recordar a los presentes que lo adecuado era llamar a las autoridades civiles y no a la prensa, que la primacía no es confesar sino volver al sentido del bien.

La familia Jorge Villegas actuó en coherencia con lo que propone el catecismo, es decir, dar por descontado que la actitud ideal es la del perdón y la falta de rencor. Y si esa postura nos resultara más ideal que real, a las pocas horas vinieron los símbolos que mostraban una gran dedicación a la vida religiosa católica por parte de sus allegados. Luego vinieron las explicaciones sobre el significado de la vestimenta de los consagrados en la orden de los Heraldos del Evangelio a la que pertenece Patricia Jorge Villegas, su hija menor. Otro aspecto testimonial de confianza en el poder reparador del amor de Dios fue que se celebraran dos misas, una en el Palacio Nacional y otra con la presencia de muchos obispos en la Iglesia San Antonio de Padua, en Gascue.

Por casualidad, poco antes de los funestos hechos Patricia había sido grabada ofreciendo declaraciones sobre su vocación. Algo totalmente fortuito adquirió así un carácter mucho más impactante.  El poder de sus palabras se vio magnificado por la mezcla de la vistosidad del vestuario, del carácter trágico de los acontecimientos y por la congruencia entre la actitud de perdón y las otras muestras de devoción.

Continuando con el sacramento de la reconciliación, en cuanto a propósito de enmienda, hay muchísimas acciones que puede tomar la persona que cometió el crimen. Se trate de quien se trate, para reparar el daño de haber recortado una vida a destiempo, el hecho de que la vida de Orlando Jorge haya sido muy pública desde su niñez es muy fácil para quien haya cometido el crimen identificar qué proyectos el difunto hubiera querido continuar. Es trabajo de la fiscalía el aplicar un castigo que disuada a otros de cometer tales acciones, pero es trabajo del asesino reparar el mal que causó, remediar el hecho de que desde el 6 de junio de 2022 la sociedad no dispone de una persona que estuvo muy dispuesta a dar de sí.

Visto como si fuera un proceso de reconciliación, la parte más endeble ha sido la del examen de conciencia. Tanto por la actitud demostrada en los momentos iniciales “Yo creo que maté a Orlando” (después de siete disparos), como en las recientes declaraciones del abogado contratado, no hay, en el momento actual, evidencias ni de un pensamiento ni de un sentimiento que vayan más lejos de la preocupación por la seguridad propia. Recurriendo a otro elemento del dogma católico vamos a tener que esperar y confiar en el poder del Espíritu Santo para que el perpetrador de los hechos sea iluminado sobre sus acciones y las consecuencias que se derivan de ellas.