El título del último libro de Fernanda Castell, De la migración (Trópico Sur Editor, Uruguay, 2014) nos inserta, de golpe, en pleno cráter del decir actual, como epicentro: casi Tratado. Nos conduce, en su fragmentariedad compuesta, a un contenido ajeno –extraño, por lo menos– al orden propio de los que se llaman “discursos integrales”. De entrada, pues, una infracción, una contravención, un descolocamiento del lector quien, páginas adentro, tendrá que vérselas con aguas turbulentas, aferrándose a las rocas de sentido en esos rápidos.

El método –si alguno– de Castell (Buenos Aires, 1965) en este libro es el de la composición caótica en patchwork, sin instrucciones de armado y con todas las piezas del puzle, aunque descolocadas. Apuntes, notas, fragmentos de diario bajo fechas dislocadas y poemas “en toda regla” expuestos nueva vez (como en libros anteriores) “a través de fraseos desestructurantes y desestructuradores.”[i] Lo claro –si es que hay algo en claro aquí– es que Castell compagina una explosión acumulando esquirlas de lenguaje. Es este el segundo síntoma de total actualidad presente en ella: un proceder que la coloca al margen, bordeando lo indecible, tal y como demanda la poesía de hoy como posibilidad: signo y síndrome de la complejidad poética, de la factualidad latinoamericana contemporánea a ella.

Empero, la filiación más aproximada a que pueda uno apelar frente a De la migración es a las prosas de “Mi vida”, de la norteamericana Lyn Hejinian (Mangos de Hacha, México, 2012. Traducción de Tatiana Lipkes), impresionante autobiografía poética y libro clave como el que más entre los de los L=A=N=G=U=A=G=E  poets. El vínculo entre ambas escrituras se establece en varios puntos a la vez: desde el registro cotidiano y objetual, hasta el tratamiento sensorial, la autoreferencialidad y la hilatura discontinua. Ojo, que no digo que Castell se autobiografíe aquí (como tampoco es un conteo de vida literal “Mi vida”): los poetas de su estirpe apelan al derecho de mentir poesía, (sobre todo cuando dicen la verdad). En palabras de Eduardo Milán, “en el lenguaje conviven presencia y ausencia. El poeta responde a la totalidad del lenguaje, no a una parte. Otra cosa es la elección: calificar la parte sin prescindir de la idea significativa de un todo operante. Dar solo una parte –la parte como «única»– es conceder, no necesariamente al lector, conceder a lo que no es poesía, «mentir» poesía.” (En la crecida de la crisis, ensayos sobre poesía latinoamericana, Centro Cultural Benjamín Carrión, Quito, 2013).

Fernanda Castell.

Siguiendo ese hilo (de dédalo y dedal: cosedura laberíntica, “el hilo delgado que une lo que algunos recuerdan de mí con lo que yo he acordado recordar”, Día 495), el símbolo central en este libro es la impresión del nomadismo intrínseco a la vida, de su vida (del yo que se pregunta “por qué la gente es sedentaria”, Día 700). Está consciente de que siempre se está migrando, desde el principio y la eclosión del nacimiento (referencia: “El bebé”, primera parte; también “primer molar primer diente de leche última herida (Sin fecha)). Y lo es [consciente] de que se es porque se está en desplazamiento, sobre suelo que a su vez se está moviendo, justo cuando “una placa tectónica se lleva lejos en inflamable deriva los días de familia” (Día 5).

En estos folios lo iniciático es térreo, es biológico y es familiar: lo que migra es un conjunto material por el espacio:

 

…lo que yo necesito es movimiento. Lo más errático posible.

Nada de líneas rectas ni diagonales tramposas.

(Día 450)

Hay una pérdida (sanguínea), la ausencia de un estado, de un estar: por eso migración, movimiento, que no deja nada atrás: hasta los maceteros sobran (en La partida) y se decide a no tenerlos más. Después de todo “es la primera vez que se desmonta algo llamado hogar”. Y en tal sentido vale como discurso de resistencia, porque al partir, y ya en terreno propio, se hace soberana de su lenguaje (La lectora).

Hay filamentos que cosen entre sí las tres estaciones de este ciclo migratorio. Aunque esos hilos sean los propios de las suturas, quirúrgicos. En “La Partida” (¿de nacimiento/muerte, de registro/cantidad, de ida, de “número de juegos de una mano”?), por ejemplo –sección que sucede a “El bebé” –, es en donde Castell alcanza el proceso de reflexión que fue imposible durante el parto (del libro): “Sacar las cosas a la luz. Dar a luz. Poner más luz”; “ponerse a disposición orgánica de otro”, es decir, alojar (y arrojar) en cuerpo y en esencia un cuerpo extraño, un cuerpo otro. “No es cosa insignificante”, insiste: “no es pavada.”

Partida, pues, de “migración sin sentido”, como el último poema de esta parte, como punto sublime (punto de herida suturada):

 

Todo se mezcla: muere al nacer y al morir se mezcla

y vuelve a nacer. No se termina ni de nacer ni de morir.

El término exacto sería rematerialización.

Rematerialización es la teoría[ii]. La carne entre los huesos,

memoria liberada.

 

Este es para mí el texto eje sobre el que rota De la migración. No sólo porque es un texto de factura puntual y punzante, sino también por el filón teórico que deja filtrar la autora como posibilidad de construcción. El término rematerializar hace referencia, en arte, a la copia de la pieza única que termina, al ser aceptada, sustituyéndola. Reconstruir, restituir, rematerializar la idea original conflictúa con el concepto de autenticidad y con la condición de la degradación inherente a la materia. Significado, valor, obsolencia, originalidad y “firma” se constituyen en elementos confrontados de un licuado complejo.

“Rematerialización” sin dudas plástica y posible sólo por poesía, como lo que cree Wolfgang Janke: “La palabra poética transforma (…) todas estas formaciones proposicionales (…) en figuras melódicas o rígidas de partes de la proposición o de las proposiciones mismas, para conformar una exposición del mundo maravillosamente armónica y acorde en sí misma. «Poesía» es el lenguaje en su más pura fuerza plástica y reveladora. Es «metáfora» en el sentido más originario de la palabra, es decir, cambio y transformación del mundo que está allí a la vista, en perspectivas nunca vistas y siempre antiguas.” (En Mito y Poesía en la crisis. Modernidad/Posmodernidad. Postontología, Editoria la marca, Buenos Aires, 1995, traducción de Guillermo Hoyos Vásquez).

¿Rematerializa la poesía nuestra cotidianidad, los flujos del día a día? ¿El lenguaje restituye la autenticidad a la obra de vivir? Quizás, pero ¿en dónde queda el cuerpo físico, rematerializado, en todo este proceso? Probablemente en esos días que se salta su cronómetro, en las entradas faltantes de este “diario”, que se quedan sin sanción. ¿Y cómo queda involucrado el cuerpo inmaterial, la idea a rematerializar? Su recomposición, re-materialización acaba fragmentaria, incompleta: la entropía es el poema, el sedimento intransferible, creo.

En fin que, con este su cuarto libro, Fernanda is on the road (“En el camino”, tercera parte) de la más pertinente poesía escrita en nuestra lengua. Pero su viaje escritural no es road poem ni road novel a la Kerouac: a lo sumo  is a road life. Ella migra en cada acto, se deshace de un conjunto, se despeja su elemento de una ecuación establecida.

Fuera la suya migración de mariposas leves, de aves en orden de bandada, o fuese una estampida trepidante, lo cierto es que los horizontes que esta poesía alcanza migrando son tanto tangibles como de sucesos. Todo lo que trae de “restitución” (es decir: de reposición de estados anteriores rematerializados) es este acto de escritura. La realidad hecha lenguaje abstracto, y el Verbo vuelto a carne literaria.

[i] En los trabajos introductorios a País imaginario, escrituras y transtextos, poesía en América Latina 1960-1979, de Mario Arteca, Benito del Pliego y Maurizio Medo, Amargord, Colección Once, Madrid, 2014.

[ii] Para la noción de rematerialización, sobre todo como desmaterialización figurativa del objeto que regresa a la realidad rematerializado ver las teorías del historiador alemán Benjamín Buchloh (1941) [N. del A.]