Hace 81 años, el expresidente de la República Juan Bosch, después de una reunión con Emilio Rodríguez Demorizi, Héctor Inchaustegui Cabral y Marrero Aristy en la Habana, Cuba, estando allí como exiliado político, antes de ellos partir, el 13 de junio de 1943, les entregó una carta, que nunca salió a la luz pública en la prensa nacional.
Es una carta muy emotiva, donde Bosch evidencia que quedó impactado por las ideas externadas por sus tres amigos, sobre todo por Demorizi y Marrero, sobre Haití, los haitianos y las relaciones entre ambos países. La dictadura Trujillista tenía un poder político sobre los gobiernos haitianos, incluso, aupando y quitando presidentes.
Ideológicamente, en su plan de dominicanización de la frontera, creó centros que impactaron a los sectores populares, donde les mostraba el desarrollo y el poderío del régimen. Cuando Trujillo hacía un centro urbano de modernización fronteriza era con edificios para las oficinas públicas de cemento, con agua y luz eléctrica, con parques impactantes, con calles asfaltadas, etc., como fue el caso de Elías Piña, que todavía su centro es impresionante.
Era inconcebible para Bosch que tres brillantes intelectuales dominicanos, escritores, a los cuales les atribuía ideas progresistas, tuvieran esas expresiones en la reunión de la noche anterior. En la carta que Bosch les entregó, entre otras cosas les decía: ”en la reunión con Uds. he sacado una conclusión dolorosa y es esta: La tragedia de mi país ha calado mucho más allá de donde es posible concebir. La dictadura ha llegado a conformar una base ideológica que ya parece natural en el aire dominicano y que costará enormemente vencer, si es que pueda vencerse alguna vez”.
Y siguió expresándoles, “No mis amigos, hablo de una transformación de la mentalidad nacional”. “Los he oído expresarse a Emilio y a Marrero casi con odio hacía los haitianos y me he preguntado cómo es posible amar al propio pueblo y despreciar al ajeno.
Creo que Uds. no han meditado sobre el derecho de un ser humano, sea haitiano o chino, a vivir con el mínimo de bienestar indispensable para que la vida no sea una carga insoportable; que Uds. consideran a los haitianos punto menos que animales porque a los cerdos, a las vacas, a los perros no les negarán el derecho de vivir”.
Con visión sociológica, Bosch sabe de las articulaciones del poder y de los intereses de las minorías en la carrera de acumulación de riquezas y afirma, con mucha razón, que las elites “en Haití y en la República Dominicana utilizan a ambos pueblos para sus ventajas personales”.
Y en esa misma dirección estructural, que va más allá de lo personal, Bosch reflexiona con la visión de Gandhi: “El pueblo haitiano es un poco más pobre, y debido a esas circunstancias, luchando con el hambre, que es algo muy serio de lo que pueda imaginarse quien no la haya padecido en sí, en sus hijos y en sus antepasados, procura burlar la vigilancia dominicana y cruzar la frontera; si el caso fuera al revés, sería el dominicano el que migraría ilegalmente a Haití”.
Con un profundo conocimiento de ambos países, insertados en la dimensión de un capitalismo subdesarrollado y dependiente, en el proceso de globalización, Bosch profundiza las relaciones del poder y de las elites de ambos países en un proceso de enriquecimiento y proclama: “Ahora bien, así como el Estado de ambos pueblo se relacionan, porque los dos padecen , así también se relacionan aquellos que en Santo Domingo, igual que en Haití, explotan al pueblo, acumulan millones, privan a los demás del derecho de asociarse políticamente para que no combatan su prestigio, del derecho de ser dignos para que no echen por el suelo sus momentos de indignidad”.
De manera muy lucida, Bosch discrimina las dimensiones clasistas al diferenciar a las elites que detentan el Poder y a los oprimidos de ambos países definidos en función de los mismos intereses: “No hay diferencia fundamental entre los dominicanos y los haitianos de la masa. No hay diferencia fundamental entre los dominicanos y los haitianos de la clase dominante”.
Superada la visión prejuiciada totalizadora, redefinida por el análisis sociológico de Bosch como variables para la comprensión y la ruptura de la miseria, la pobreza y la dependencia, define el camino a seguir: “Nuestro deber como dominicanos que formamos parte de la humanidad es defender al pueblo haitiano de sus explotadores con igual ardor que al pueblo de los suyos”.
Con la pasión de todos los revolucionarios del mundo, soñadores de amaneceres y de estrellas, Bosch se despide de sus tres amigos, intelectuales trujillistas, diciéndoles: “Nuestro deber es ahora luchar por la libertad de nuestro pueblo y luchar por la libertad del pueblo haitiano”.
Esta es una carta de grandeza humana, donde las diferencias políticas no rompen las amistades no caen en el insulto y menos en el sectarismo.
Él escribe la carta con sinceridad y con sufrimiento, por ver que estos amigos que ama están no solamente al servicio de una dictadura maldita y del dictador, sino porque tienen las mentes y los corazones llenos de odio contra un pueblo noble, protagonista de la epopeya gloriosa de ruptura de la esclavitud del imperio francés. Haití, además, fue víctima también del saqueo y explotación del imperialismo norteamericano.
Hoy, el interés de coincidencia de estos antiguos imperios están accionando en la búsqueda de una fusión política y cultural, imposible de conseguir, de dos pueblos con diferencias históricas y antropológicas tan profundas que la realidad y los sentimientos dicen que ambos pueblos tienen que vivir en la misma isla, pero cada uno con su identidad, con su historia particular, para eso es necesario la ruptura de los prejuicios, odios y mentiras, practicando el respeto, estando cada uno en su lado, cultivando flores con su propio perfume y sin odios, para poder vivir en paz.
La carta de Bosch es la de un profeta, a pesar del veneno de odios que promueven las elites de ambos países, el camino es la tolerancia y el respeto: “Cuando de aquel lado y de este lado de la frontera los hombres tengan casa, libros, medicina, ropa, alimentos en abundancia, cuando seamos todos, dominicanos y haitianos, ricos y cultos y sanos, no habrá pugna entre los hijos de Duarte y de Toussaint porque ni estos irán a buscar, acosados por el hambre, tierras dominicanas en que cosechar un misero plátano necesario en su sustento, ni aquellos tendrán que volver los ojos a un país de origen, idioma y culturas diferentes, a menos que lo hagan con ánimo de aumentar sus monumentos de la tierra y los hombres que la viven”.