Distinguido amigo Víctor:

Siempre nos convocas a reflexión acerca de temas de carácter histórico. A todos nos duele en igual o parecida medida el legado político de Juan Bosch, en torno al cual gira tu importante artículo fechado a 8-V-2022, y en el cual haces referencia a un artículo escrito por ti en 2015, donde analizas los hechos ocurridos en el PLD en 1978.

Considero oportuno reparar en un simple dato cronológico: Juan Bosch nace en el año 9 del pasado siglo, y preside la fundación del PLD en 1973; de modo que tenía 64 años de edad. Ya se han cumplido 48 años de ese hecho histórico; y todos los que teníamos alguna función orgánica en dicho congreso constitutivo éramos mayor de edad ante la ley; es decir, habíamos cumplido 18 o más años.

Y si apelo a tan elemental aritmética lo hago solo para traerte al terreno de que todos los fundadores del PLD tenemos hoy más edad de la que tenía Juan Bosch en 1973; y si alguien de nosotros estuviera loco, habría de estarlo por otras razones, que no por el hecho simple de haber cumplido 64 o más años de edad. Sé bien que tú no te haces portavoz de ese concepto alienante acerca de la buena fortuna de estar vivo para cumplir años. No es por eso que lo traigo a colación.

La sola mención de esa falta de miramiento de parte de nuestros adversarios políticos da pábulo a que se recree tan aberrante desaprensión. En realidad, fue la de traidor la primera falsedad que los que se quedaron en el PRD enarbolaron contra Juan Bosch. Ya luego habían de recurrir al alienante prejuicio cronológico de viejo loco: ni la vejez, per se, enloquece a nadie; ni la simple juventud comporta por necesidad cordura. Lo que sí calificaría al sujeto que la padezca, y dígase de pasaditas que convocaría a la humana compasión, sería el uso del sustantivo locura, a despecho de la edad de quien la padezca. En el caso específico de Juan Bosch, el insulto se profiere justo cuando el presidente del PLD estaba en el momento de mayor reviviscencia de sus excepcionales dotes políticas y de escritor eximio.

Vale la pena recrear un pelín estos hechos, porque sucede que todavía hay en nuestro país partidos políticos en cuyo seno se recurre al reproche literal o metafórico de una enfermedad como si de una tara moral se tratara. Hay insultos que insultan a quien los profiere, porque retratan una mente tan llana, tan vacía que nunca ha reflexionado sobre el hecho simple de que las enfermedades solo se producen por contagio o por deterioro celular indeseado por el paciente, y en ninguno de los dos casos el quebranto comporta culpabilidad para quien lo padece. El padecimiento de ninguna enfermedad puede ser un insulto en la mente de ninguna persona que haya alcanzado el desarrollo intelectual de un púber de escuela intermedia.

Disiento de tu rotunda afirmación de que en el PLD el único líder era Juan Bosch, si bien él era el ideólogo y el miembro con mayor experiencia política del partido. Y disiento por haber sido partidario de —y partícipe en—  la lucha por construir un partido de líderes, donde los parámetros reglamentarios de actos y expresiones de sus miembros estuvieran dados por los estatutos, los métodos de trabajo y la doctrina del partido; que no por el temor a la figura de un caudillo decimonónico. Juan Bosch presidió el partido durante más de 20 años y nunca lo usó de manera absolutista para hacerse con la Presidencia de la República, además de que facilitó con su trabajo infatigable y metódico que ejercieran la Presidencia durante 20 años dos compañeros de origen modesto que no estaban en las quinielas de los poderes fácticos del país. Eso no lo ha hecho ningún líder único, que es una manera piadosa de decir caudillo, en ninguna parte del mundo.

Por haber militado los dos presidentes a los que acabo de aludir durante decenios en un partido de líderes, no tuvieron siquiera que pactar la Vicepresidencia del país, en ninguno de los cinco cuatrienios en que gobernaron, con ningún poder fáctico que exigiera un candidato suyo a la Vicepresidencia. Eso no había sucedido nunca en la historia política de la República Dominicana; y eso no puede repetirse en el futuro próximo porque aquel único líder del PLD al que tú aludes está muerto y enterrado hace más de 20 años. Si hemos aprovechado bien o no las sabias y patrióticas enseñanzas de ese único líder, ya ese sería un mea culpa que tendríamos que asumir entre todos, si aspiramos a regresar a un partido de líderes, que no a uno de líder único.

Doy fe de vida y estado de que nunca sentí sobre mi cuello la coyunda de aquel supuesto liderazgo único, ni siquiera cuando desde la Secretaría General de la Seccional del PLD en Puerto Rico le negué mi voto a Juan Bosch porque nos bajaron una terna donde solo aparecía su nombre, actitud para mí incomprensible, con la cual me negaron el placer de votar por él. Era el ejercicio de mi derecho de miembro de un partido que encarnaba la negación del caudillismo político.

Si se me liberara de la premura que me impone esta carta, que ya es en exceso extensa a los ojos del más piadoso de mis lectores, podría citar decenas de evidencias de lo poco que en el PLD presidido por Juan Bosch me perjudicó el ejercicio del derecho a negarle mi voto; pero en virtud de la preindicada razón, lo limito a un solo ejemplo del que tú mismo, amigo Víctor, fuiste testigo mayor de toda excepción.

Corría ya el año 1984 para la época del ejemplo que empiezo aquí a narrar. Yo era entonces miembro del Órgano de Seccional del PLD en Nueva York, adonde había llegado propuesto por el C.I. Col. Fernández Domínguez, y ratificado en Sto Dgo por el Comité Político del Partido. Yo había notado entonces dentro de la Seccional el comportamiento de la primera secta —que en el PLD llamábamos grupo— dentro del Partido en el extranjero.

En un viaje tuyo a NYC, Víctor, en el verano de ese año 1984, el compañero Pedro Pablo Cacique Reyes y yo habíamos ido a llevarte al aeropuerto JFK. Te pedí el favor de comunicarle de mi parte al presidente del partido que, si él me cursaba una invitación al respecto, yo iría a verle. Tú ponderaste mi solicitud camino al aeropuerto y antes de llegar a nuestro destino me previniste: ”Dudo mucho que el presidente te curse esa invitación, porque con ella parecería solidarizarse a priori con tu versión”.

—Sucede que el portavoz de la versión opuesta a la mía irá a verlo sin invitación, pero yo solo iría si él me invita, si desea oírme —insistí.

A las primeras luces de la mañana siguiente oí tu voz al teléfono: “Que sí, que dice él que sí”.

En efecto, cuando acudí a su despacho allí estaba la otra versión. El compañero Juan me recibió a solas durante hora y media. Yo estaba sobrecogido por el uso de su tiempo, pero él insistió en que regresara en la tarde y al hacerlo yo nos reunimos de nuevo por otra hora y cuarto.

Ya prometí que eximiría al lector del tiempo necesario para otras evidencias que corroboren lo que digo; pero puedo afirmar que después de los padres que me engendraron y me criaron, de la esposa que me adoptó ya criado y de los hijos que tuvieron la gentileza de dejarse criar por nosotros dos, Juan Bosch fue la otra persona que nunca se cansó de dispensarme atenciones para que me sintiera bien; y sé que el resto de mis amigos, que suman decenas largas si a los que dejé en el pueblo donde nací y me crie agrego a los que he hecho en las diferentes ciudades en que he vivido, así como el cariño heredado en los excelentes familiares consanguíneos y políticos que me dio la vida,  no me toman en cuenta que yo diga esas cosas, porque todos han comprobado en el terreno de los hechos que divido mis afectos a partes iguales entre todos ellos, no empece el hecho de que haya comprometido en tal medida mi gratitud con las personas arriba indicadas.

Alexandria, Virginia, EEUU

a 11 de mayo de 2022