«Solo quien sabe hacia dónde navega, sabe también qué vientos son buenos y cuál es favorable en su navegación». – Friedrich Nietzsche-.
Sin que exista en mí ningún tipo de inclinación a lo místico y mucho menos, la necesidad de plantear la realidad política del país, partiendo del papel histórico del azar en la consecución de los hechos y sin apostar al designio como figura generadora de algunos eventos surgidos de la propia naturaleza de los procesos en los que coinciden el tiempo y el espacio, tengo la firme convicción de que el cosmos se alinea en favor del desarrollo político de Carolina Mejía. Quien es sin dudas el fenómeno social del momento.
Ella, no obstante ser hija de uno de los políticos más activos de los últimos veinte años, y, a pesar de tener una exposición pública como elemento de ascensión a los escalones del poder, de un tiempo más o menos corto, no ha tenido la necesidad de usar como muleta el nombre de su progenitor para construir en torno sí su imagen, un perfil adaptable a los requerimientos de un partido cuyo esplendor, en parte, es fruto de su visión y compromiso, así como, de una sociedad que cada vez se apega más a la idea de políticos honestos, capaces y transparentes.
La vida se ha encargado por sí sola de ir colocando en sus manos las responsabilidades que asume con determinación y entusiasmo. Y, le ha dado ese don especial que le permite ser auténtica, en medio de la turbulencia como característica inherente de la política local. Carolina posee como pocos, la gracia para lidiar con la gente y sus complejidades en un sistema político amorfo y difícil. Tiene esa extraña inclinación febril a sentir el calor humano, como si ello alimenta su espíritu, y eso le ha colocado en el gusto de la gente sin aparente dificultad.
Hoy, a dos años de convertirse en la primera mujer electa por los suyos para dirigir los destinos de la también Primada Ciudad del Nuevo Mundo, sigue siendo garante de procesos internos en su casa política y en el quehacer nacional, en los que se necesitan líderes de su talla para impedir que la democracia perezca en manos indelicadas como sucedió en el pasado reciente.
Su paso por el estamento partidario y ahora por el cabildo del Distrito Nacional, me consta, son un hilo conductor hacia otros escenarios posiblemente cercanos y aspirados por quienes creemos en ella y su forma correcta de dirigir. Dejando huellas imperecederas y cambiando para bien, instituciones, que no encontró en las mejores condiciones, demostrando apego a sus principios, disciplina, un firme compromiso con el presidente Abinader y con las generaciones futuras.
No me cabe la menor duda que esa líder, valorada y perfilada para ocupar espacios de mando, además de ser la primera dama en administrar los destinos del Distrito Nacional, también trazará en la historia político-electoral nuevas líneas sobre el surgimiento de una figura que nació para vencer paradigmas y romper esquemas en este mundo gobernado por hombres, pues tiene dadas todas las condiciones, la oportunidad para ostentar por primera vez en nuestra frágil pero bien ganada democracia, la primera magistratura del Estado.
Carolina, más que una apuesta al tiempo es un producto político en ascenso, con un liderazgo extremadamente particular, y es ella quien se hará cargo de validar lo que auguro será inevitable. Asumiendo como siempre la responsabilidad que se le encomiende, e igual que en otras ocasiones, acudirá orgullosa a darlo todo por los suyos, impregnando a su paso autoridad, respeto, amor al prójimo y asistiendo feliz a otra cita con el destino.