Hace unos días tuve la suerte de escuchar a Pedro Vergés, ex ministro de cultura, ex embajador en varios países y, sobre todo, autor de la novela “Solo cenizas hallarás”, que recoge el lenguaje y las costumbres del Santo Domingo del principio de la década de los años sesenta bajo una estructura inusual, pero descrito desde la distancia de una docena de años después.  Y es que, por enjundiosa, bien lograda y hermosa que sea la obra, conocer los entresijos de su preparación le da un carácter diferente. Inspirada por esta experiencia y por la proximidad de las fiestas carnavalescas les cito ciertas interioridades sobre la preparación del tercer libro con el que me vi involucrada.

A mediados del año 2007 tuvimos la oportunidad de transformar en un libro las fotografías que Mariano Hernández había ido realizando desde hacía más de tres lustros por toda la geografía nacional.  En muchos de estos viajes los acompañaba el antropólogo Dagoberto Tejeda. Ambos nos llevaron al Banco Popular Dominicano la propuesta de hacer un compendio que además jugaba con el nombre de la institución.  Un elemento que seguro influyó en esa positiva aceptación, además de su calidad, fue la sensibilidad de José Mármol que, aunque nació en la ciudad capital, pasó los primeros dieciocho años de su vida en la culta y olímpica ciudad de La Vega y donde esta manifestación cultural alcanza tanto esplendor.

Como antropólogo, Dagoberto fue quien ofreció el marco teórico para seleccionar y reunir las fotografías atendiendo a temas. Sin embargo, al yo haber estado muy involucrada en el proceso de diagramación, les puedo regalar un párrafo sobre las particularidades locales que no aparecen en el texto publicado en el mes de diciembre de ese año y que está disponible en el ciberespacio.

Mientras íbamos revisando los diferentes capítulos temáticos, Mariano nos contaba sobre sus viajes y su conocimiento de las características que hacían únicos a cada uno de los pueblos. Hoy día, como todas las imágenes se comparten a través de los celulares, los artistas se inspiran en la labor de personas que están físicamente lejanos, pero, al principio, solo en Puerto Plata se usaba la figura de los cemíes para las máscaras. Durante unos cuatrocientos años, las de La Vega representaban en diversos colores la cara de un hombre que tenía una fisonomía más bien de hombre blanco, tal como se veía al diablo en las pinturas y libros religiosos. En Santiago de los Caballeros, sin embargo, preferían aludir a cerdos para idear al demonio y sobre las bases de las diferencias locales se dieron las famosas batallas entre los barrios de Los Pepines y La Joya, cuyos cuernos los diferenciaban.

En la capital se usaban bienes producido industrialmente para los disfraces: el aceite negro de los “tiznados”, el papel de periódico para los “papeluses” y pastas alimenticias para crear caretas y adornos. Aquí les doy otra información que no se menciona en el texto, pero que es congruente con el título del libro “popular dominicano”. Al retratar la expresión del pueblo llano, toda esa explosión de color recogida en las imágenes de Mariano tenía la particularidad de ser barata. Increíblemente hermoso cómo un buen artista del lente, provisto de un gran cariño por sus conciudadanos de bajo nivel económico, pudo mostrarnos tanta belleza en la felicidad de los que no necesariamente tienen los presupuestos más holgados. El resultado fue tan apreciado que varios años después el Ministerio de Cultura hizo una exhibición sobre estas fotos que estuvieron disponibles en gran formato en la verja del Parque Independencia. Luego, diversos centros comerciales también acogieron una selección de estas fotos. Hoy día, para disfrutar del libro completo, solo hay que buscarlo en el navegador de su preferencia. Espero que lo disfruten.