Desde que llegué a la República Dominicana en el año 2002 he conocido seres increíbles en este país. Tengo la obligación de referirme a algunos de ellos (y lo haré), de manera especial a Antonio Meléndez y su familia. Sin embargo, y por mil razones que intento reseñar en la sección de esta semana, ahora debo hablar de Ismaela Tavárez Abréu (Carmen Tavárez, Doña Carmen), nombre y persona que no han pasado ni jamás pasarán desapercibidos en el ámbito educativo dominicano y mucho menos en la comunidad de Alma Rosa, Santo Domingo Este. ¿Por qué de ella y ahora? La respuesta es simple: porque honrar honra y para honrar nunca es demasiado temprano.

Hace casi 46 años que aquella joven y entusiasta maestra se propuso fundar un colegio que hoy es una realidad: el Centro Educativo Las Américas (CELA), una institución que es reconocida por su historia, por sus logros socioeducativos, pero sobre todo por sus aportaciones a la construcción de los más sólidos valores humanos y espirituales. Hoy, esa maestra de ayer y de siempre mantiene el mismo espíritu de cuando inició su proyecto, con cuatro estudiantes y en un pequeño apartamento. Es la misma educadora que, desde aquel junio de 1976, defiende con arrojo esa obra conocida como “el CELA”, proyecto que ella asegura el Señor Jesús puso en su corazón, en su mente y en su espíritu; ella es hoy la misma maestra que hace realidad la consigna institucional “Hagamos niños felices y el mundo será mejor”.

Cuando hay un proyecto exitoso como el CELA, sobre todo en el ámbito educativo, hay detrás una historia y un esfuerzo que no siempre son perceptibles. Pero, para eso estamos las personas cercanas, las que de un modo u otro hemos palpado esa realidad. Personalmente, soy testigo de por qué el proyecto de Carmen Tavárez ha sido exitoso y estoy seguro de que quienes se atrevan a seguir su ejemplo podrían lograr algo similar. ¿Que será fácil? Claro que no, todo lo contrario; el alcanzar el estatus que hoy exhibe el Centro Educativo Las Américas es un gran reto.

Si trato de decirlo en unas pocas líneas, me es obligatorio destacar que la clave del éxito de este centro educativo dominicano, amén de las indiscutibles bendiciones que le llueven de lo Alto, está en que su líder fundadora es un ser que practica como nadie la sentencia bíblica que reza “Cada uno debe dar según lo que haya decidido en su corazón, no de mala gana ni por obligación, porque Dios ama al que da con alegría. (2 Corintios 9:7). Carmen Tavárez tiene como norma el “dar y darse”; reitero: esa es la clave.

La preocupación de esta singular dominicana llega a dimensiones que cada director de una institución educativa debería incorporar en su quehacer diario, si desea obtener frutos de su labor y trascender en el tiempo. Mantiene como nadie su interés en conocer cómo se sienten sus colaboradores (“hermanos”, como dice), sus estudiantes y sus familias… Nada escapa a su preocupación: qué comieron, cómo viven, cómo se sienten… En consecuencia, trata de llegar a cada uno con sus manos generosas y su altruismo incalculable para apoyar, sin que importe el sacrificio, la hora ni el lugar. Ese es el gran sello distintivo de alguien que se gana el aprecio, cariño y respeto, no por lo que dice sino por lo que hace. Nada es más importante para Carmen que la gente y su bienestar. Por eso, es constante su insistencia en que procuren el crecimiento en todos los ámbitos posibles; especialmente en lo espiritual, profesional y personal.

Tengo muchas evidencias, como las tienen los que de algún modo están cerca de ella, de cuánta importancia le da Carmen a los problemas y necesidades de los demás. Ella testifica que el director que, ante todo, es humano, tiene garantizado el éxito en su vida laboral y profesional. Por añadidura, a quien es así le lloverán bendiciones y sentirá el más grande de los regocijos: el del deber cumplido y del amor multiplicado.

Por todo esto tengo la convicción de que los directores de los centros educativos que desean ser exitosos y sentirse orgullosos de lo que hacen deberían comenzar por dar y darse, por entregarse sin límites a la gente. Carmen y el CELA son ejemplos de que eso es más importante que las grandes inversiones (aunque son necesarias) y la palabrería intrascendente. La mejor manera de decir es haciendo. Combine atención sin límite con buen trato, respeto y dedicación como ella y el éxito estará garantizado.