Lo vi sudar en las calles bajo banderas verdes en un esfuerzo por camuflar una militancia política vehiculada sobre el asfalto de la imparcialidad, y con una dureza de discurso que se perdía entre la sinceridad, el resentimiento, la consigna política y el desmedido afán de llegar en manada y a tropel al abrevadero del Estado para saciar la sed del largo alejamiento del poder, como posteriormente lo confirmarían decretos en forma de refajos expuestos al exterior sin sonrojos ni prurito, y una cara adusta, sin fruncir la vergüenza, pensando quizás que la inteligencia del pueblo se puede burlar con abierta impunidad.

Se fundía con esa especie de altoparlante opositor con talante de bulla popular, verde, pero sin color ideológico ni partidario; serio, circunspecto, con aire sacerdotal y cariz de pastor de ovejas; convincente, puro, astral, descontaminado y atrincherado en la palabrería que permite la irresponsabilidad de hablar desde la oposición sin tener la carga y la responsabilidad que pone sobre los hombros de los incumbentes la pesada carga de la administración pública y sus complejidades, las que encuentra hoy, en el ejercicio del poder y que, al no saber gestionar, soluciona diciendo Diego por digo y digo por Diego ante la perplejidad del público que, absorto, dibuja algunas sonrisas o estalla en carcajadas.

Con desparpajo deportivo, como el que desde el terreno en un estadio repleto de público monta un espectáculo, hablaba, junto a su equipo, de deterioro institucional, de insensibilidad frente a la mayoría de la población y los más vulnerables, y toda suerte de críticas escupidas desde una insana bullanguería callejera ataviada de una clase media presta a minar la credibilidad del Gobierno para encontrar el resquicio y llegar, instalarse e incurrir en los pecados denunciados para justificarlos sin darse cuenta que la población tiene agudeza y sentido crítico para hacerles ver aquello de la guitarra y el violín, de los disfraces y las caretas, de las simulaciones con visos de verdades que, dichas a media, ocultaban el real propósito de aquellas tareas callejeras que no eran más que un aquelarre descafeinado: descontaminado de partidos, pero con militancias ocultas.

El portavoz de la auto electa sociedad civil, que gritaba a todo pulmón la defensa de los intereses del pueblo, el ejercicio ético de la función pública, la probidad en el quehacer político, ahora desde el poder se coloca una sordina ante los escándalos de corrupción de su gobierno, y la inmensa cantidad de "compañeros" que llegaron al congreso a pasar del señalamiento que la sociedad hacía sobre sus vínculos con el narcotráfico, la elusión fiscal, y la actual inscripción de candidaturas a puestos electivos en el PRM de individuos con cuentas pendientes con la justicia por cuestiones de profundo calado.

 

Y peor aún, desde su origen "wawawa", da el salto, con sus posiciones públicas, a la comunidad de los "popis", pues ante la crisis del programa de medicamentos de alto costo, declaró, en calidad de director de Compras y Contrataciones Públicas, que dicho programa "se va convirtiendo en algo que no es sostenible" porque su costo anda por más de los 8 mil millones de pesos.

Lo extraño del nuevo "popi" es que no ha expresado que el gasto en publicidad del Gobierno es excesivo, pues en 2022 alcanzó la cifra de 6 mil 374.6 millones y para este año el presupuesto alcanza los 7 mil 903 millones. Torpe manejo de un nuevo popi en reelección.