Fue de todos los hombres de izquierda el más flexible, quien sin temor supo establecer un diálogo entre polos opuestos. Y todo esto tan solo era posible por ser él "un hombre de cultura" en la acepción más completa y profunda del término. Tuve la dicha de conocerle desde muy joven. Mi recuerdo más remoto está vinculado a una navidad en la que fui con mi hermano César a su casa y me brindaron turrón. Yo, en mi ingenuidad, pregunté sí eso que yo comía eran huesos. Mi pregunta produjo, por supuesto, la hilaridad de todos los presentes. Años más tarde trabajé junto a un grupo de estudiantes, bajo su supervisión, en un proyecto de investigación sobre la migración haitiana, subvencionado por la universidad Intec y la Unesco.

La última vez que conversé con alguien acerca de Carlos Dore fue con el historiador Frank Moya Pons. Le encontré entre libros en la librería Cuesta y me acerqué para referirle que, en mi locura, yo era la persona que una vez le había llamado por teléfono para pedirle que presentará un posible libro de Juan Freddy Armando. Comenzamos a charlar y no sé qué vía nos llevó hasta Dore. Le conté entonces que, siendo yo un muchacho de unos diez siete años, le había llevado, por encargo de Carlos una carta hasta su oficina, que en aquel tiempo estaba en la calle La Altarazana. Le comenté que lo que más había llamado mi atención fue que siendo él un hombre de izquierdas mantuviera una relación tan fraternal y armoniosa con un hombre… Moya Pons no dejó que yo terminará la frase y concluyó la misma: que tuviera relación con un hombre de derecha.  Después me confesó el profundo cariño que le tenía, hasta el punto de manifestarme que era como un hermano para él. Este breve diálogo fue para mí toda una enseñanza. Me hizo ver hasta qué punto, el hombre político que fue Dore, no reñía ni ocultaba al ser humano tolerante y universal que habitaba en él.

Carlos amaba el Jazz, la poesía y todo cuanto tuviera relación con el arte y la cultura. Y lo amaba no como elemento decorativo o un accesorio más con el que llenar su currículum -como es el caso de muchos políticos- sino que esta pasión estaba integrada en su persona formando parte de su naturaleza. Dicho rasgo le permitió ser, en muchas ocasiones, puente para orquestar los diálogos más difíciles y complejos, en muchos de los distintos escenarios que le tocó actuar.

La sociedad dominicana pierde hoy un intelectual de cuerpo entero, que estuvo en todo momento en el centro del debate sin rehuir dar la cara y sin medias tintas. Fue un hombre que se implicó en la historia de su país y del que al hacer balance de su vida descubrimos muchas, pero muchas más luces que sombras, viviendo siempre su presente con total intensidad.