Después de un muy largo calvario Carlos Julio Dore Cabral falleció el jueves 20 de enero en la mañana. Como una de las tantas bromas que le dejó su madre, él será enterrado el día de mayor religiosidad de esta isla, el día de la Virgen de la Altagracia.  Antes, no le había valido ser comunista durante muchos años, cuando ella falleció, en su testamento le dejó la casa a él y a la Virgen. ¡Y hubo un notario que aceptó registrar ese deseo! Como era buen hijo, Carlos entendió el deseo de su madre, vendió la casa y le dio la mitad del dinero a un amigo sacerdote para que lo usara en las obras que él considerara útiles.

Sobre todas las cosas, Carlos Dore fue un hombre apasionado, que se entregó literalmente en cuerpo y voluntad a la búsqueda de soluciones para los más desfavorecidos y, en esa contienda, encontró que su cerebro era la mejor arma por lo que progresivamente fue dedicándose a la investigación, hasta que, de nuevo en una ironía del destino, el primer mandatario le requiriera sus buenos oficios para analizar la realidad sociopolítica y así nació la Dirección de Investigación y Análisis de la Presidencia en el primer mandato de Leonel Fernández. La proyección pública e involucramiento político que tuvo esa oficina durante esos años nunca fue superada y es que era un cargo personalmente significativo para él.

Tenía la rara habilidad de hacer sentir a los demás más inteligentes cuando estábamos en su compañía. Para combatirlo o para seguirlo, nadie se sentía tonto a su lado y tal vez por eso consiguió tan buenos colaboradores a través del tiempo. También cosechó grandes contrincantes y por ello los encarcelamientos durante un período de su vida fueron un asunto habitual.

Otra característica inusual era su capacidad de mirarse a sí mismo con objetividad y hasta algo de sorna. “¿Qué te puedo decir? Las cosas vienen como vienen y uno debe saber cuál es su lugar en cada momento”, me dijo una vez cuando, incrédula, le pregunté sobre su postura ante el desenvolvimiento de una colaboración de larga data. También, al menos en muchas ocasiones, era capaz de evaluar con cierta objetividad cómo los demás usaban del poder más allá de las consecuencias que eso le acarreaba individualmente. A pesar de que la izquierda más radical y él dentro de ella, no vivió con paz los años post dictadura, en 1986 fue capaz de reconocer objetivamente muchos de los logros del presidente Balaguer y auguró, acertadamente, que volvería a ocupar la primera magistratura. Quizás por eso pudo ser tan útil muchos años después en sus tiempos de la DIAPE.  Dejó una extensa obra periodística y bibliográfica que sus allegados tuvieron la satisfacción de recopilar y publicar con él en vida porque, así como brilló con luz propia, no le quitó nada de esplendor a las luces de su descendencia.

Sus últimos años fueron mucho menos lúcidos y resplandecientes que toda su trayectoria anterior y, luchador como fue, quizás le sirvieron de oportunidad par desarrollar el temple, la paciencia y la humildad.  Deseo sinceramente que esta última transición sea un viaje de crecimiento.