Con Gaza y Beirut en el corazón
El doctor Carlos Castilla del Pino, nacido en San Roque, Cádiz, en 1922, fue un distinguido miembro de la Real Academia Española, en la que ocupó el Sillón Q. Este gran psiquiatra, erudito y humanista en todos los sentidos, se formó también en la disciplina filosófica de la fenomenología y fue un profundo admirador de Karl Jaspers. Comprendió que el lenguaje es la base de todo pensamiento. ¿Es posible imaginar un pensamiento sin lenguaje? No, porque es el rasgo distintivo de la humanidad, el elemento que nos define y distingue como seres humanos.
Como buen psiquiatra, aseguraba que en el lenguaje se encuentran el delirio, las alucinaciones, las fobias, las obsesiones y los sentimientos, incluido el sentimiento de culpa. Así como ciertas enfermedades neurológicas se manifiestan en el cuerpo con hemiplejia o alteraciones del movimiento autónomo, en el lenguaje se expresan los trastornos mentales. A través de la palabra mostramos nuestro mundo más íntimo. Sin embargo, hay momentos en los que nos quedamos sin palabras, cuando ninguna fórmula verbal parece capaz de expresar lo que sentimos.
En sus estudios sobre la depresión y la comunicación, así como en su análisis del discurso psicótico exploró con profundidad la estructura del pensamiento patológico. Comprender la importancia del lenguaje, su contenido y sus silencios es esencial para el estudio de las patologías mentales.
Castilla del Pino no solo fue un sabio en su consulta, sino un profesional poliédrico, comprometido políticamente con su tiempo: fue un firme opositor a la dictadura franquista y un defensor de los derechos humanos. Amante de Córdoba, en la que desarrolló décadas de trabajo, decidió permanecer allí, transmitiendo su conocimiento a nuevas generaciones y plasmándolo en una extensa producción bibliográfica. Sus estudios, lejos de envejecer, cobran cada vez más relevancia y son fundamentales para la comprensión de trastornos como la depresión y la disociación.
Sus memorias, divididas en dos tomos (Pretérito imperfecto (1922-1949) y La casa del olivo (1949-2003), son un testimonio valioso de la historia de España, puesto que relatan no solo la vida de un profesional excepcional, sino también la de un país marcado por la represión, la censura y la sutil, pero cruel asfixia del conocimiento científico bajo la dictadura. En sus escritos también refleja su tormento personal: el sufrimiento por la pérdida traumática de varios de sus hijos y la soledad del sabio.
Conocer su obra es adentrarse en la mente y la vida de un psiquiatra indispensable para comprender esta compleja especialidad y, a la vez, nos ayuda a entender la España del siglo XX.