A cada palabra su puesto. Ante cada promesa, una vela y a la espera.
Pero las palabras ya andan oxidadas y de las promesas, mejor un hoyo en medio de la calle para finalmente hundirte y llegar así a tu adorado Pekín, que es lo que debería estar al otro lado del globo. ¿O Siberia?
Cada vez el diccionario dominicano se me reduce en las palabras que vitalmente uso. También hay un diccionario para la muerte, el consumo, los adioses. Ese es el que tienes que sacar.
Sé que mi insomnio florece en la medida en que mi almohada es testigo de todos esos repasos de los golpes que me hunden: esa obsesión de siempre quedar bien, tan mal que se le está dando al paquetazo de gente que me rodea.
Citas desplazadas, promesas incumplidas, -como en la canción de Noel Nicola-, ganas de chuparte la sangre aunque estés podrido, el "se me olvidó" como frase que media humanidad repite y mientras tanto tu mochila de desencantos te va rompiendo la espalda.
¿Hay salida en el país dominicano?
Francamente no las veo, aunque naturalmente siempre las haya.
El triturador de galletas de Plaza Sésamo me visitó el otro día pero no lo dejé entrar por puro egoísmo. Yo debía triturar las mías propias, aunque estuviesen solo en mi imaginación.
El profeta de vocecita aflautada me quiso advertir del alineamiento de algunas estrellas sobre Saturno y le pedí que no me quitara la luz del elevado de la 27, que mejor la molicie de ese tráfico que no avanza que la cháchara de las energías y el Pramayana y Rama Rama Hare Hare.
La maestrica del auto coreano recién sacado del taller me quiso incluir en sus terapias post-auto-coreano-dañado y le dije que el Sur también existe, -como proclamaría algún chavista resacado en Jarabacoa-, que como peatón me interesa un rábano o un maní el futuro de los bumpers y chasis y el rayoncito ese por donde debería ir la placa y no esa fotocopia de placa y que tal vez lo mejor que el mismo auto suyo se pierda por el hoyito de la discordia, pero no hubo forma.
Autos, premios, festivales, ferias, pasarelas, el afuera, el evento, money, money, money, como diría el grupo ABBA.
Uff.
Qué cárcel de palmeras nos gastamos, cuando la amistad es a veces un carro que necesita ser empujado cuando mejor sería tirarlo en alguna chatarrería.
¡Qué cárcel este país en el que la gente ya no cree ni en sí misma!
¡Qué país sin un sí mismo!