Ysabel Vargas Gutiérrez, presidenta de la Fundación de Héroes de Constanza, Maimón y Estero Hondo, parece es de la misma estirpe combativa de sus predecesoras en esa entidad, las inolvidables Guillermina Puig Subirá y Conina Mainardi, que siempre estaban alertas para enfrentar las maniobras de los remanentes del trujillismo procurando atenuar las heridas incurables del tumor maligno de la tiranía. Vargas Gutiérrez le ha salido al paso con mucha razón a una nueva discriminación contra la memoria de Enrique Jiménez Moya, comandante de la expedición patriótica del 14 de junio de 1959. Al inaugurarse la ruta de transporte colectivo en la mutilada avenida que lleva su nombre, se designó como “Corredor Winston Churchill”, ilustre personaje elegido por los herederos políticos de Trujillo para amputar el nombre de Jiménez Moya a dicha avenida. Míster Churchill es posible que nunca mencionara ni siquiera el nombre de Dominican Republic.
Enrique Jiménez Moya fue uno de los tantos jóvenes que dedicaron y ofrendaron sus vidas a la lucha militante contra la tiranía trujillista. En 1947 se incorporó a los intentos de un frente interno ante los preparativos de la fallida expedición de Cayo Confites, en Cuba. Tiene que salir del país por su actitud abiertamente rebelde, frente a los desmanes de la tiranía.
En la difícil vida del exilio, no se rindió ante la lucha contra el trujillato y los demás regímenes autoritarios en el Caribe. Residiendo en Venezuela consideró pertinente integrarse a la rebelión que derrocó a Marco Pérez Jiménez, tirano aliado de Trujillo. Poncio Pou Saleta también héroe antitrujillista, acotó que en esa histórica jornada revolucionaria participó en la liberación del líder opositor Carnevalli, y en el ataque a la base área La Carlota. Poncio Pou indicó que junto a Jiménez Moya planificaron secuestrar al asesino trujillista Arturo Espaillat (Navajita) de visita en Caracas, pero que este salió huyendo al sospechar se preparaba la actividad. (Poncio Pou Saleta. En busca de la libertad. Mi lucha contra la tiranía trujillista. Editora Lozano. Santo Domingo, 1998).
Derrocado Pérez Jiménez, venezolanos y dominicanos exiliados decidieron respaldar la revolución que en Cuba encabezaba Fidel Castro contra la tiranía de Batista, se preparó con la colaboración del Gobierno revolucionario de Wolfang Larrazábal (familiar del historiador dominicano y exiliado Carlos Larrazábal Blanco) un cargamento de armas para enviárselo a la Sierra Maestra a Fidel, y fueron escogidos el cubano Luis Orlando Rodríguez y Enrique Jiménez Moya para que entregaran personalmente al comandante cubano el cargamento. Se trataba del más importante arsenal de armas recibido por los insurrectos. La Unión Patriótica Dominicana también le envió una comunicación a Fidel que le entregó Jiménez Moya, solicitándole su apoyo para una futura invasión patriótica contra Trujillo. (Delio Gómez Ochoa. Constanza, Maimón y Estero Hondo. La victoria de los caídos. Editora Alfa & Omega. Segunda edición. Santo Domingo, 1998).
El avión aterrizó en el aeropuerto insurgente de Cieneguilla, en la Sierra Maestra, el 7 de diciembre de 1958. La guerra estaba en una peligrosa fase final, Jimenes Moya tenía instrucciones de no inmiscuirse en la lucha armada para preservarlo hacia la lucha futura. No obstante, se integró a los combates con el rango de teniente del Ejército Rebelde, luego ascendido a capitán. Se libraba una importante acción bélica en Maffo (localidad estratégica situada entre Bayamo y Santiago de Cuba) las tropas batistianas oponían feroz resistencia. Jiménez Moya combatía como asistente del artillero de una bazuca y luego lanzando granadas con un fusil. El héroe en unas breves memorias (que entregó al exiliado Cecilio Grullón) apuntó lo ocurrido cuando avanzaba tras el enemigo:
[…] sentí el silbido que produce el obús de mortero, estalló muy cerca, siendo lanzado del sitio donde me encontraba, resultando herido de gravedad, el fragmento del obús me había penetrado por el costado izquierdo y sentí en ese instante, aunque parezca mentira, su recorrido, pues la sensación que se siente cuando penetra es como si te introdujeran una brasa de candela. Me puse la mano al costado herido y le dije a Carlos: “Me han matado esos hijos de puta”. (Testimonio. Cecilio Grullón Martínez (Incluye relato Operación 6 de diciembre de Enrique Jiménez Moya y la carta que la Unión Patriótica Dominicana de Venezuela envió con él a Fidel Castro, el 23 de noviembre de 1958). Clío Núm. 179. Academia Dominicana de la Historia. Santo Domingo, 2010).
Fue operado de emergencia y logró sobrevivir. Poncio Pou refirió sobre esta aflictiva situación:
“Según me cuentan algunos cubanos, Enrique Jiménez Moya en todo momento, desde que llegó, quería integrarse a los combates, pero Fidel se oponía porque entendía que él era un emisario y no podía correr el riesgo de muerte, pero Enriquito insistió y salió a combatir, con tan mala suerte de ser herido, muy mal herido; […].
Destacaba Poncio Pou, que al triunfo de la revolución Jiménez Moya todavía estaba ingresado en un centro de salud en las labores de recuperación, pero salió para presenciar el desfile triunfal de Fidel Castro en La Habana, agregando: “Fidel lo alcanza a ver entre la multitud y lo llama, integrándole al grupo de revolucionarios”. Doña Conina Mainardi, aguerrida exiliada antitrujillista, en sus memorias refirió que previamente Fidel Castro se enteró de la valentía de Jimenes Moya en los combates y fue a visitarlo al hospital, resaltando que:
[…] Fidel le dice: “Muchacho, que quiere tú que yo haga por ti”, y él contestó: “Cuando triunfe la Revolución Cubana, que me ayude a libertar a mi pueblo”. Fidel le dijo: “Lo tendré en cuenta”. De ahí surgió la idea inmediata de que cuando, el 1ro. de enero de 1959, entraron las fuerzas de la Revolución Cubana triunfantes a La Habana, Enrique Jiménez Moya, todavía convaleciente de las heridas sufridas en combate, fue a Caracas y dice que es el momento de organizarnos de nuevo, y nace una unidad del exilio donde la esperanza se restablece entre los dominicanos”. (Carolina Mainardi vda. Cuello. Vivencias. Editora Manatí. Santo Domingo, 2000).
El comandante Delio Gómez Ochoa, destaca en su libro como conoció a Jiménez Moya en los días finales de la revolución:
“Enrique estaba convaleciente, cuando Fidel -quien se dirigía hacia La Habana en la llamada “Caravana de la Victoria”- nos presentó en el regimiento de Holguín, el cual las fuerzas bajo mi mando acababan de ocupar”.
En enero de 1959 Fidel visita a Caracas y anuncia la campaña para recolectar fondos con el propósito de derrocar a Trujillo, se reúne con el exilio dominicano y acepta que se entrenen en Cuba los insurgentes criollos, fueron asignados al campamento de Mil Cumbres en Pinar del Río. Se ha indicado que la única solicitud de Fidel fue que Enrique Jiménez Moya fuera el comandante de la expedición, por su experiencia de guerra y su valor personal. Gómez Ochoa refiere que fue comisionado junto a Jiménez Moya y dos exiliados más para comprar el avión que trasladaría a los rebeldes dominicanos a combatir en Dominicana, un bimotor C-46 Curtis.
Mayobanex Vargas, héroe y sobreviviente de la jornada patriótica, apuntó en su libro que Enrique Jiménez Moya como comandante de la expedición fue el encargado de seleccionar los que vendrían en el avión, escogiendo a los de mayor habilidad por lo arriesgado del operativo aéreo. (Mayobanex Vargas. Testimonio histórico Junio 1959. Editora Cosmo. Segunda edición. Santo Domingo, 1981).
Tras la llegada sorpresiva al aeródromo militar de Constanza al caer la tarde del 14 de junio de 1959, luego de una escaramuza con soldados adscritos a la base aérea, los insurgentes se encaminaron a las lomas, por circunstancias imprevistas quedaron divididos en dos grupos, dirigidos cada uno por los comandantes Enrique Jiménez Moya y Delio Gómez Ochoa.
El 16 de junio el grupo comandado por Jiménez Moya entró en combate con la guardia trujillistas en la sección La Guamita, más de 200 guardias le tendieron un cerco a treinta rebeldes, la desigual escaramuza se extendió desde el amanecer hasta terminar la tarde. Los militares llegaron a dispararse entre ellos mismos, allí cayeron cerca de una docena de soldados, la loma fue incendiada por estos. El combatiente José Batista Cernuda (Chefito) en su Diario de guerra, (ocupado por el enemigo) describió el combate:
“MARTES 16. Hoy caminamos muy poco. Nuestras tropas están cansadas. Al amanecer fuimos descubiertos por las tropas enemigas. Peleamos desde el principio de la mañana hasta entrada la tarde. Los aviones nos ametrallaron y nos dispararon cohetes. Durante la batalla perdí contacto con el capitán Jiménez y con muchos compañeros. Conté más de cinco bajas del enemigo. La loma ha sido incendiada. Bajo fuego, salimos a las 9 de la noche del lugar”. (Anselmo Brache Batista. Constanza, Maimón y Estero Hondo. Testimonios e investigación sobre los acontecimientos. Colección del Banco Central de la República Dominicana. Tercera edición. Santo Domingo, 2008).
Tras este arduo combate, con una retirada en condiciones muy precarias. Se estima que el 22 o 23 de junio, el comandante Jiménez Moya acompañado de J. A. Patiño en pésimas condiciones físicas llegaron a un bohío en Las Auyamas, allí fueron sorprendidos por un grupo de campesinos que lograron neutralizarlos y se los entregaron a los guardias. Anselmo Brache en su importante obra sobre el tema, describe que cuando eran conducidos prisioneros:
“Más adelante, en una estrecha vereda, Enriquito se negó a caminar. Le dieron una estocada de arma blanca en un costado, un guardia, al que le decían Saúl, lo golpeó, Enriquito le contestó con un puntapié por sus genitales, a la vez que se tiraba al suelo. Entonces otro guardia al que apodaban Alecón (Alecón Polanco), le disparó”.
Aclara Anselmo Brache que el guardia que lo mató su nombre era Margarito Figuereo. Entretanto, el trujillato mantuvo en secreto oficialmente a lo interno del país el desembarco de los patriotas por alrededor de dos semanas. Para la prensa internacional se ofrecían declaraciones, señalando que los insurgentes habían sido derrotados. El historiador Miguel Guerrero en su libro sobre este proceso, nos dice que:
“El martes 23, Trujillo cambió de táctica. Ese día, el Palacio Nacional difundió a las agencias internacionales de prensa un boletín, según el cual una “fuente militar autorizada” informaba que en horas de esa misma mañana, en una loma de Constanza, se había recogido el cadáver del capitán Enrique Jiménez Moya, “quien huía de la persecución de patrullas de las Fuerza Armadas nacionales”. (Miguel Guerrero. Trujillo y los héroes de junio. Editora Corripio. Santo Domingo, 1996).
El comandante Enrique Jiménez Moya, al igual que sus compañeros como exclama el himno del 14 de junio «con su sangre noble encendieron la llama augusta de la libertad». Apenas dos años después el tirano fue ajusticiado. Ese pundonoroso historial de lucha tras la salida de los remanentes del trujillato conllevó en 1962 al homenaje de cambiar el nombre de la llamada “Feria de la paz” por Centro de los héroes de Constanza, Maimón y Estero Hondo y de la antigua avenida cardenal Spellman por Enrique Jiménez Moya. Cuando regresó al poder Balaguer como principal discípulo de Trujillo, dispuso en 1968 que la prolongación de la avenida Enrique Jiménez Moya, fuera designada como Winston Churchill, una venganza histórica contra el comandante de la gloriosa expedición armada antitrujillista del 14 de junio.
Seriamos injustos si calificáramos la decisión de no tomar en consideración el nombre de Jiménez Moya para la nueva ruta de autobuses, como algo exprofeso de parte de la burocracia oficial del transporte. Sin dudas, la indecorosa división de la avenida (maniobra balaguerista-trujillista) cada día cobra vigencia y se presentan situaciones como la presente, que en lo más mínimo se pensó que esa avenida el tramo inicial es compartido con el nombre de un hombre que entregó su vida en defensa de la patria como Enrique Jiménez Moya. Las actuales autoridades han dado notaciones correctas de rectificar en momentos no adecuados, esta es una ocasión que deben ponderar y otorgarle el nombre que esa ruta merece: «Corredor Comandante Jiménez Moya». Estoy seguro que míster Churchill no se molestaría por la merecida rectificación histórica.