La vida política inicia con una visión crítica de la sociedad en la cual uno existe. Es deber de cada ciudadano ejercer su capacidad de participar en la vida política de su país, para así poder iniciar el proceso de cambiar aquellas cosas que, luego de una evaluación crítica, entiende que debiesen ser de otra manera.
Y es precisamente esto lo que Ulla Prida hace con su película “Carajita”, poner la lupa sobre una sociedad que a lo largo de las últimas dos décadas presenció un colapso moral de impacto aún no cuantificado. En esta obra dominicana, que en la superficie trata sobre la relación asimétrica que se genera entre una “sirvienta” Yari (Magnolia Núñez) y la niña de la casa Sara (Cecile Van Welie), podemos identificar traumas históricos que han venido afectando los cimientos de una sociedad que ha aumentado su poder adquisitivo a costa de sacrificar las costumbres que le han dado su carácter.
Con Las Terrenas como trasfondo, vemos desarrollarse una historia de amor filial entre Yari y Sara, que es llevada al punto de quiebre cuando un accidente se interpone entre ellas. La actuación de Magnolia y de Cecile proyectan de manera excepcional los sentimientos que van aflorando y la relación entre ambas, capturando la esencia de sus particulares posiciones de manera espectacular.
Pero es en el andamiaje de esta obra donde podemos ver la crítica que la guionista quiere proyectar. Es la corrupción política que ha empujado a la familia a emigrar a Las Terrenas, es la participación de aquellos entes que durante dos décadas se enseñorearon sobre una sociedad que languidecía a sus pies. Así, vemos al “Diputado” participando en las fiestas del personaje que se encuentra retirado del ojo público por miedo a ser perseguido por actos de corrupción. Lo vemos en la reunión de “amigos” en las cuales comparten videos sexuales sobre las hazañas de sus intercambios de parejas, lo vemos en las fiestas desbocadas de los jóvenes, en el encubrimiento de crímenes, en la actitud de encontrarse por encima del bien y del mal, de las consecuencias.
Una actitud rayana en la psicopatía, como cuando uno de los personajes confiesa que al ver como un niño fallecía luego de cumplir sus órdenes, este simplemente se retiró a su habitación a estudiar, dejando al niño con la cabeza abierta en el patio de su casa.
En los detalles se encuentra la riqueza de esta película que trae al frente lo que ya todos sospechábamos y que lentamente hemos ido descubriendo; que durante dos décadas la corrupción no fue solamente política y económica si no también, y tal vez mucho peor, moral.
Pero, no obstante, este tipo de obras sirven como punto de partida para empezar el camino de la absolución y trabajar de manera concertada en subsanar el alma de una nación, para que en el futuro el desenlace de “Carajita” sea solo el de una obra de ficción, y no el fiel reflejo de una sociedad moralmente devastada.