Para Juan Bosch es un hecho harto demostrado que la mentalidad burguesa, o ideología burguesa, es dominante en las sociedades capitalistas, pero también en las que no han logrado el desarrollo económico necesario para ser consideradas como tales. Pero son diferentes la formas en que se asumen. “La ideología burguesa está sembrada en pueblos como el francés, el inglés o el norteamericano en la conciencia de la mayoría de las personas, y al decir en la conciencia estamos diciendo en su inteligencia, pero en las grandes masas de los pueblos dependientes, lo mismo los asiáticos que los latinoamericanos, esa ideología tiene sus raíces no en la inteligencia y por tanto no en la conciencia sino en el instinto, lo que significa que esos pueblos reaccionan de manera instintiva, y no por razonamiento, contra lo que ellos creen que pone en peligro de destrucción al sistema de vida capitalista” (Bosch, v. XIV, pp. 108-109). Este fenómeno es debido a que todo sistema económico genera una ideología que lo justifica -en el periodo feudal ocurrió lo mismo-. Imaginar formas alternativas a la manera en que el orden económico funciona de manera aparentemente natural requiere esfuerzos ingentes de concientización que usualmente son debilitados por el simple hecho de que la reproducción material de los individuos y las sociedades fortalece la asunción de los modos en que este ocurre, incluso reconociendo sus debilidades y formas de explotación.

Pretender hacer una revolución socialista, implicando la transformación radical de la propiedad de los medios de producción y sus consecuencias sociales y políticas, siempre es un mensaje cargado de sospechas sobre lo que ocurrirá una vez logrado el cambio. Es evidente que para un ciudadano o ciudadana de un país de altos niveles de ingresos es un riesgo alto, pero también, tal como señala Bosch, es también un motivo de suspicacia para los ciudadanos y ciudadanas de sociedades con bajos ingresos. Ese argumento fortalece su tesis de que un proyecto de liberación nacional para pueblos que no han alcanzado un grado alto de desarrollo capitalista es más sensato a nivel de la conciencia colectiva que un proyecto revolucionario hacia el socialismo.

Por tanto él se hace la gran pregunta: “¿Por qué, entonces, hacen revoluciones como la de Cuba, la de Nicaragua, la de Etiopía? Las hacen porque al mismo tiempo que reaccionan instintivamente contra el peligro de aniquilamiento del sistema de vida capitalista se dan cuenta, también instintivamente, de que los ricos de sus países forman con los grandes ricos extranjeros frentes políticos, económicos y militares que los explotan y les impiden disfrutar de las ventajas que ese sistema de vida les proporciona a las gentes de esos grandes centros extranjeros de poder, y están en disposición de apoyar a quienes luchan por destruir esos frentes siempre que la lucha no sea dirigida por un partido comunista porque se les ha hecho creer desde antes de que aprendieran a hablar que comunismo significa esclavitud, hambre, pobreza, opresión política, atraso; en fin, lo mismo, sino peor, que ellos conocen por la experiencia de sus condiciones materiales de existencia, de manera que para ellos comunismo no quiere decir cambio favorable de vida sino todo lo contrario” (Bosch, v. XIV, p. 109). Indudablemente la propaganda y la construcción de formas culturales ideologizadas fortalecen el rechazo de que una sociedad donde la mayoría son pobres y explotados intenten avanzar hacia un régimen socialista, por más tengan conciencia de la causa de su miseria, pero el factor clave es lo que llamaríamos un salto al vacío, como dicen popularmente pasar de guatemala a guatepeor. Todo cambio pone en riesgo lo que existe, aún con sus falencias, y puede sumir al pueblo a una situación peor.

Lo grave, y esto lo dice Bosch en los años 80 del siglo pasado, es que: “Lo que acabamos de decir es una verdad comprobada por acontecimientos históricos recientes pero que no ha entrado todavía en el mundo de los valores aceptados por muchos líderes y militantes comunistas” (Bosch, v. XIV, p. 109). Esto ocurría incluso antes de que la Unión Soviética y el Pacto de Varsovia colapsaron a partir del 1989, cuando eran el poder alternativo a nivel global del bloque capitalista encabezado por Estados Unidos y la OTAN. Para la mayoría de los partidos comunistas en los países del llamado tercer mundo, conformados en sus niveles de dirección por pequeños burgueses, la cuestión del cambio hacia el socialismo flotaba en el campo de las ideas y no en el análisis objetivo de las condiciones materiales del pueblo y su conciencia. Este hecho fortalecía en Bosch su convicción de que la sociedad dominicana debía ser dirigida hacia un proceso de liberación nacional, no hacia el socialismo.

La conclusión que lleva a Bosch a esa opción política se debe a que: “En los países dependientes no se desarrolla tanto la conciencia proletaria como la antimperialista, y la conciencia antimperialista no tiene que ser necesariamente anticapitalista. La conciencia anticapitalista o proletaria se desarrolla en los países dependientes más entre los pequeños burgueses que entre los obreros, en cambio la antimperialista se desarrolla lo mismo entre pequeños burgueses que entre los trabajadores y los campesinos y en muchos casos también entre algunos burgueses” (Bosch, v. XIV, pp. 109-110). La miopía de la pequeña burguesía que postulaba la lucha contra el capitalismo y la creación de una sociedad socialista o comunista, los hizo perder el apoyo del proletariado y el pueblo en sentido general, y si eso era un hecho antes del fin de la Unión Soviética, luego de su disolución los partidos comunistas se extinguieron en los países dependientes. Esa misma pequeña burguesía era la fuerza necesaria para crear un partido que impulsara la liberación nacional, pero necesitaba ser educada en la teoría y práctica política, disciplinada como parte de organismos basados en el centralismo democrático, y que pasaran a ser todos sus miembros líderes de la lucha del pueblo para su liberación.