He comentado varias veces que Bosch destaca la naturaleza burguesa esencial de la sociedad estadounidense debido a que nació de la emigración de burgueses europeos que escapaban de los gobiernos absolutistas herederos de la sociedad feudal. En este texto lo reafirma: “De ahí que si los Estados Unidos fueron desde el primer momento una sociedad burguesa, y por tanto capitalista, se hicieran presentes en todos los aspectos de su vida las características del capitalismo, entre las cuales la primera y más importante es la de que todo el mundo tiene derecho a obtener y acumular beneficios económicos y sociales en cualquier actividad a que se dedique sin que esté obligado a respetar principios morales” (Bosch, v. XIV, p. 77). Ese hecho es lo que explica que la venta de armas, incluso de guerra, a cualquiera que pueda comprarla es un “derecho” sagrado en Estados Unidos, porque su prohibición afectaría a una de las industrias más rentables de dicho país. Y justo el negocio de esa rama es que explica en parte que los norteamericanos estén promoviendo guerras en todo el planeta.

La importancia de los Estados Unidos, en cuanto primer Estado burgués, y sin herencia del sistema feudal, es muy relevante para conocer la marcha del siglo XX y parte del XXI. Pero es obligatorio mirar hacia el siglo XVIII que fue donde se forjaron los primeros Estados burgueses, la formación de las democracias burguesas y los partidos políticos. “Antes de que el sistema capitalista se estableciera en el mundo no se había conocido la democracia burguesa ni en su tipo norteamericano o presidencialista ni en su tipo parlamentario; es más, no se habían conocido ni siquiera los partidos políticos tal como los conocemos hoy. (…) la democracia burguesa es la proyección, en el campo político, del dominio de la burguesía sobre la sociedad, y en ese terreno político el dominio se ejerce por medio de los partidos burgueses, que en su forma actual aparecieron donde tenían que aparecer: en el país donde se había establecido por primera vez “una sociedad burguesa”, como dijo Engels, o como dijeron él y Marx, allí donde se levantó el “ejemplo más acabado de Estado moderno” (y en este caso, moderno significa capitalista)” (Bosch, v. XIV, pp. 78-79). Entender eso nos permite comprender el atraso de la sociedad dominicana en el orden de su democracia, ya que su capitalismo sigue estando en etapas muy atrasadas, y eso nuestros partidos políticos están articulados como pandillas de pequeños burgueses en tornos al cacique del momento.

El desarrollo político dominicano no puede trascender el desarrollo del sistema capitalista local y únicamente podría hacerlo mediante una acción revolucionaria que tomara el poder del Estado y cambiara el ordenamiento social, político y económico del país, lo cual es imposible porque el tiempo para esa posibilidad terminó hace medio siglo. En el presente el riesgo más grave para la pequeña burguesía dominicana es dejarse arrastrar por la extrema derecha y destruir el grado de desarrollo capitalista alcanzado y sumiría al país en la extrema pobreza y el autoritarismo. La xenofobia antihaitiana y la misoginia son la vanguardia de esa agenda.

Juan Bosch analiza aquellos aspectos de la democracia norteamericana que conducen a una perspectiva equivocada de la misma: “La propaganda favorable a la democracia representativa descansa fundamentalmente en la suposición de que en ella hay garantías suficientes para que todo el mundo haga uso de derechos y de libertades que son no sólo políticos sino también económicos, lo mismo que ganarse la vida como obrero que hacerse millonario si eso es lo que una persona quiere ser; pero la historia de los Estados Unidos nos dice que eso no es cierto” (Bosch, v. XIV, p. 80). La idea de que es un sistema que brinda la libertad y posibilidades a todo el que quiere enriquecerse es pura ideología. El mismo Bosch señala un hecho muy relevante en el desarrollo de Estados Unidos. “A nadie se le ha ocurrido hacer un estudio de lo que aportaron a la acumulación originaria de Norteamérica las tierras arrebatadas a los indios y el trabajo forzado de los esclavos africanos y sus descendientes, pero no puede haber duda de que esos dos aportes fueron determinantes para hacer de los Estados Unidos el gran país capitalista en que iba a convertirse a partir de la guerra de Secesión (1861-1865)” (Bosch, v. XIV, pp. 81-82). Y en el caso de la población de origen africano tuvieron que esperar un siglo después de la guerra de Secesión para que se les reconocieran sus derechos civiles en el sur y todavía en el presente padecen altos grados de marginación y explotación.

Los miles y miles de emigrantes de América Latina y otras zonas del mundo que hoy marchan del sur al norte para intentar penetrar en Estados Unidos están obedeciendo a una imagen falsa de lo que es dicho país, pero indudablemente huyen de la realidad terrible de sus países, la mayor parte de los cuales están en esas condiciones por responsabilidad de Estados Unidos y por supuesto por sus oligarquías y burguesías locales. La efectividad de los medios de comunicación norteamericanos y la industria del cine de entretenimiento de California, han construido un imaginario de lo que es Estados Unidos -y el resto del mundo- en función de los intereses de la burguesía norteamericana que opera a escala planetaria. Esa ilusión encandila a los millones y millones de latinoamericanos, africanos y asiáticos que sueña con llegar a los Estados Unidos para resolver todos sus problemas.

Semejante al grado de explotación que padecen los pueblos originarios de América del Norte y la población de origen africano, en el seno de la democracia burguesa norteamericana, se suman desde hace pocas décadas los millones de latinos que llegan a mal vivir con salarios de miseria o la marginación de ellos y sus familias que los conduce al mundo del delito y la adicciones.

La democracia burguesa no logar ofrecer libertad política a todos los ciudadanos de sus países, no promueve el desarrollo social pleno y económicamente está atada a las ganancias de las minorías que usufructúan el trabajo de las mayorías. Fuera de ese presente político, el resto es pasado, y en este complejo parto de la historia todavía no tenemos pistas del futuro. No sabemos con que modelo sustituir la democracia burguesa, sin regresar a formas arcaicas indeseables.