Si el lector desea experimentar en carne propia las emociones y sobresaltos que se viven en una película de ficción, de aventura o terror, solo tiene que aventurarse a atravesar la ciudad de Santo Domingo en cualquier momento de la semana, porque el caos en el tránsito vehicular de nuestra ciudad ya sobrepasa, en muchos casos, las horas laborables.

Y es que basta con imaginar lo que nos espera al salir a las calles de la ciudad de Santo Domingo para comenzar a experimentar la ansiedad y el miedo que provoca el hecho de que estaremos en medio de cientos de conductores inconscientes, desconocedores o violadores de las leyes, cuya imprudencia convierten el tráfico vehicular en un caos apocalíptico, cual película de ficción sobre el fin de los tiempos.

Llegar ilesos a la casa o al trabajo es un gran logro. Para cumplir esto, atravesar la ciudad resulta algo similar al periplo de Ulises para volver a Itaca; o en el mejor de los casos, a superar los niveles de desafíos de Mario Bros, esquivando motores, camiones, carros de concho, “voladoras” o los “policías” que te quieren timar.

Solo hay que salir, si vives en las afueras de la ciudad o en el polígono central, no importa hacia dónde te dirijas, ya sea Santo Domingo Norte, Este u Oeste, e incluso si te diriges al sur de la ciudad, no te sorprendas si te encuentras con un larguísimo tapón, que te obliga a contemplar, sin querer, el hermoso malecón o las vistas panorámicas de los letreros que mercadean políticos, productos y servicios en la capital dominicana.

Hacer cualquier diligencia en Santo Domingo se convierte en un pandemonio. Salir de tu hogar al trabajo o viceversa, a pocos kilómetros de distancia, puede llevar varias horas. Por ejemplo, trasladarse desde Manoguayabo a la Máximo Gómez o la zona colonial para hacer una diligencia, puede tomarse hasta 5 horas de ida y vuelta.

Comparativamente, para aquellos que residen en el interior, como Santiago, que también enfrentan dificultades con los tapones, pero en menor escala, ir a Puerto Plata a una velocidad prudente les tomaría alrededor de 1 a 1.25 horas, tiempo que se toma cualquier persona en recorrer distancias cortas en el Gran Santo Domingo.

Comúnmente, se identifican como causas que las vías, el sistema de transporte y otras cuestiones  no son adecuados. Sin embargo, sin pecar de extremista, entiendo que las causas de más peso se encuentran en los conductores, quienes se han convertido en agentes letales.

En nuestras avenidas, es común ver a los motoristas y conductores de vehículos de todo tipo haciendo lo que les viene en gana, especialmente cerrando el paso a otros. Hay que salir y encontrarse con un motorista que, después de violar las normas de tránsito y ser cuestionado con una bocina, te responde con un mal gesto o palabras grosera, en lugar de reconocer su error.

Hay que salir, para encontrarse con conductores de carros de concho, “voladoras”, patanas, autobuses, camiones, motocicletas, vehículos privados y oficiales, manejados por gente de todos los niveles sociales, desde el “pobre padre de familia” o de la clase media emergida de las últimas décadas, bajo una denominación común: criminales de las vías, como lo demuestra la cantidad de víctimas mortales y mutiladas cada año.

¿Quién está pensando en las horas que las personas dedican cada día para trasladarse a sus lugares o centros de trabajo? ¿Dónde están los recursos para cubrir los gastos hospitalarios o clínicos que les genera el agotamiento, estrés, ansiedad y depresión, entre otras enfermedades físicas y mentales que les ocasiona a la población el caótico tránsito capitalino?

A esto se suma la ausencia del hogar por tiempo más prolongado, la baja productividad laboral, familiar, social y la mala calidad de vida, en sentido general.

La solución a este grave problema, que afecta la calidad de vida de los residentes en el Gran Santo Domingo, no se reduce a recursos financieros, ni a cambiar la dirección de determinadas vías. Se necesita más imaginación de las entidades encargadas del ordenamiento del tránsito y más educación vial de los ciudadanos.

Sin embargo, cuando hablo de educación vial no pienso únicamente en campañas publicitarias orientadas a concientizar, pues estas constituyen solo uno de los componentes.

Y es que no debe hablarse de educación sin incluir el anuncio y aplicación estricta de acciones ejemplarizadoras a quienes violan estas leyes y contribuyen a este caos. Aprendemos, tanto al ver resultados positivos cuando cumplimos las normas como por el temor a sanciones originadas en el no cumplimiento de reglas.