Algunos analistas criollos han dictaminado que un 55.7 por cierto del parque vehicular dominicano está compuesto de motores. La otra parte son un 20% (automóviles), 10.7 % (jeeps), vehículos de carga (9.5%), 3.7% autobuses, máquinas pesadas y volteos.

Vistos desde arriba, desde un helicóptero o desde un drone, estos motores se verían como hormiguitas que avanzan tomando curvas, adelantándose a mayor velocidad o frenando cuando el peligro se interponga.

Marchan por calles, caminos vecinales y autopistas. Atraviesan las agitadas venas de la ciudad, los lugares por donde transitan de manera veloz.

Aceleran entre vehículos y llegan a su destino en un corto tiempo. Suben cuestas, se meten por intrincados parajes, hacen equilibrio en los arroyuelos con cargas a cuestas, y penetran en fincas de “suelo complicado” sin temor a caerse. En las ciudades dominicanas, avanzan por avenidas, puentes, elevados y túneles, zigzagueando entre vehículos.

Evaden automóviles y aceleran por lentos tapones, se meten con velocidad entre autos que esperan el cambio de luz: todos hemos visto cómo estos se mueven entre carros durante los embotellamientos en las congestionadas calles dominicanas.

Se abalanzan en complicadas curvas o en trayectos rectos de las avenidas más conocidas o menos experimentadas de las movidas zonas urbanas y rurales. Frenan de golpe si ven que un auto frena, pero pronto se reponen y vuelven a acelerar hasta pasarle al auto y luego meterse en la fila delantera. Tomarán la curva primero que todos: camiones, vehículos pesados y dos minis que luchan por creerse amigos de Charlize Theron.

Obviamente, no tenemos motos en algunas partes de nuestras ciudades. Algunos sectores residenciales no tienen la molestia de los mufflers con el intoxicado humo, aunque podemos decir que en algunos sitios los serviciales delis de los rentables colmados hacen acto de presencia.

Como muestra la foto de este artículo, estos motores se reúnen en muchas esquinas de nuestros pueblos. En un lugar estratégico, tienen una parada que es el punto donde el transeúnte puede ir a tomarlos. Hasta hoy no se ha hecho una investigación para determinar “cuánto hace” un motoconchista en una esquina y si un punto es mejor que otro.

En algunas de estas paradas, como hay más de un motor, es normal que estos se disputen al cliente que llega y que lo que quiere es transportarse de un lugar a otro. En algunos lugares, estos motociclistas tienen un chaleco especial que las autoridades han dictado que se pongan (sobre sus ropas). Entre otras, esta medida permite que el cliente sepa que se trata de “motociclistas regulados”.

Como también muestra la foto, en algunos lugares se recomienda el uso de cascos. Lo que no podemos decir es que se sientan cómodos con tal indumentaria que, a la larga, se entiende que se trata para lograr un trabajo más organizado y seguro. Un casco puede salvar la vida de uno de estos usuarios de motor conocidos popularmente como “motoconchos” o uno de los pasajeros.

En cualquier temporada del año, en cualquier tarde, en tu casa, pides una soda carbonatada que te traerá un delivery en pocos minutos. Viene de un local de ventas (un colmado, vamos), y desde allí recorre toda la zona con tu pedido a cuestas. En pocos minutos, llegará a tu casa al tiempo que entrega otras órdenes de otros ciudadanos que han pedido cerveza, unos snacks y un poco de café.

Podemos decir que el marketing ha cambiado con las motocicletas. Caliente y con mucho mozzarella, la pizza viene inmediatamente en una noche de sábado futbolera –ahora juega el Paris Saint Germain–, donde no quieres salir a las luminosas calles de una ciudad movida y despierta que quiere darse luces de cosmópolis, de una ciudad grande con todo lo que pidas.

En las últimas décadas del pasado siglo, muchos campesinos que antes montaban en burros, cambiaron de los animales a las máquinas. El término “máquina” sí era entendido: vinieron los automóviles y ya hemos cronometrado cuándo entraron por primera vez en la sociedad dominicana de entonces.

Muchos años después de su primera entrada, podemos hacer el inventario de estos motores que, veloces y peligrosos, andan por todas las ciudades y que algunos catalogan de plaga (son 2.4 millones).

Muchos de ellos fueron 70’s, y 50’s en el nivel de cilindrada. Años después, vinieron los 125 y los 175, las famosas Ninjas y también las Harleys. Es obvio que aquel motociclista que tiene un motor de menos potencia, quiera uno de mayor fuerza.

Con la llegada de las actuales marcas de motocicletas, recordamos el mercado dominicano en los últimos cincuenta años. Para solo mencionar cuatro marcas, tenemos Kawasaki, Yamaha, Honda y Suzuki, las más recordadas por los dominicanos.

En un viaje reciente al interior del país, pude ver un fenómeno super interesante que nos dará una nota sobre una costumbre de este mundo de las motocicletas. Bajaban de Jarabacoa, un pueblo no costero sino de montaña, un montón de motociclistas camino a Santo Domingo.

En la carretera, como si esto no fuera nada, pudimos ver a un montón de motociclistas de una cilindrada menor, haciendo piruetas sumamente peligrosas en el recorrido de la autopista, algo húmeda por las lluvias recientes.

Algunos argumentan que el origen de los motoconchistas no tiene que ver con los antiguos trabajadores de los campos dominicanos, sino de seres que se manejaban en lo urbano de los pueblos. En todo caso, sería interesante saber si tenían antecedentes campesinos o eran más bien pueblerinos.

Más economistas, algunos enfocan el tema en los precios que tenían las motocicletas en la década de los setenta, y ese sería un filón temático (algunos aseguran que rondaban los 300 pesos).

Lo cierto es que sabemos que los precios han evolucionado y han aumentado mucho con el correr del tiempo. Alguna persona me dirá que no solo eso: las motocicletas han mejorado en su tecnología, incorporando los modelos eléctricos, como ocurre en el mercado automovilístico.

Queda claro el rol histórico que han jugado las motocicletas en la sociedad dominicana, ofreciendo modernidad y transporte de manera efectiva por todos los territorios: el campo y la ciudad. Alguno sostendrá que solo aportan smog y ruido, aparte del peligro en que ponen a autos mayores. Son dos posiciones encontradas que muchas veces se torna pasional como si se tratara de que hubiera alguna suma envuelta en la discusión entre el Canelo y Golovkin.

A fin de cuentas, los motociclistas tienen claro que manejan sus vidas y se requiere de una extraña valentía para salir de la ciudad capital a ciertos pueblos. Como me han dicho algunos motociclistas, cuando están en la autopista, se sienten libres. En este caso, se trata de motores de una alta cilindrada, de los conocidos como Ninjas.

Por otro lado, los vehículos en los que se sacan las papas y los aguacates, los plátanos y la yuca, los tomates y los guandules, fueron conocidos como “máquinas” en alguna fecha lejana del siglo XX.