Emprender campañas contra la violencia podría resultar como tirar piedras a ciegas contra un árbol de mangos, y que sólo caiga un pajarito que enseguida salga volando (protagonice semejante dislate siendo un adolescente). Es que, para dar en el blanco, tenemos que saber a qué se apunta. De lo contrario, pierdes la piedra o le pegas a cualquier objeto irrelevante.
De acuerdo con nuestra constitución, las funciones del Ministerio de Interior y Policía son las siguientes:” implementar la política de seguridad interior del Estado, garantizando su sustentabilidad permanente. Dirigir, coordinar, apoyar y garantizar el desarrollo y la gestión eficiente de la Policía Nacional y los Cuerpos de los Bomberos”. No hay dudas, la violencia en nuestra sociedad compete a ese ministerio (y al de educación y cultura; si consideramos el papel preventivo que las aulas y la propagación cultural pudieran realizar).
No tengo competencias que permitan ofrecer instrucciones a ministros ni a ministras de cómo ejercer el cargo. Pero creo tenerlas para sugerir formas de hacer efectiva una lucha contra la violencia, pues me ha tocado leer abundantes estudios sobre el tema.
Campañas contra una violencia en singular, indefinida y generalizada, resultan dispendiosas, inútiles y frustratorias. No basta la inteligencia, buenas intenciones, ni el talante de eficacia y honestidad que tiene la actual ministra de Interior y Policía. Si trabaja sin especificaciones factuales, sin estudios y estadísticas psicosociales, corre el riesgo de disparar salvas al aire.
La violencia, igual que el amor, no cabe en singular ni tiene un mismo origen; no es lo mismo “el amor del negrito” que el amor de madre. Si de combatir violencia se trata, el inevitable primer paso sería (puede que lo hayan dado, no lo sé…) estudiar los diferentes tipos que de ella existen, particularidades, estratos sociales en las que abunda, y la salud mental de los violentos; incluidas sus biografías y condiciones de vida. Sin omitir el uso de alcohol y drogas
En esa indispensable investigación, no deberá pasarse por alto el número de perpetradores provenientes del narcotráfico y el trapicheo de drogas. Por supuesto, se tomará en cuenta la violencia institucional establecida como cultura en nuestras instituciones de orden pública. Y se subrayaría la espeluznante facilidad con la que el sistema judicial devuelve a las calles criminales peligrosos. En ese desglose de particularidades, en ese indispensable perfil de la violencia, no puede esquivarse la gestación de resentimiento y agresividad estimulada por la impunidad histórica de las clases gobernantes.
Antes de implementar cualquier medida preventiva, el ministerio debe darse a la tarea de revisar estudios similares en otras naciones y conocer la efectividad-o inutilidad- de otras campañas, y los diseños implementados para hacerlas llegar a quienes tiene que llegar.
Finalizado el estudio, podrá verse la violencia en su gestación y pluralidad. Un documento cercano a la realidad y distante de inservibles generalizaciones; tendrían un esquema racional con el cual planificar medidas correctivas, sabiendo a quien apuntar y evitando el desperdicio de fondos públicos. En ningún momento deberán confundir la propaganda política con la creación de conciencia.
Antes de emprender la guerra, de lanzar ataques, manda conocer cada detalle del enemigo: número, refugio, entrenamiento, fuerzas y debilidades; y aquellos que estimulan y facilitan su presencia. Entonces, y no antes, se estará en condiciones de acertar y lograr victorias contundentes. Y aun así ni eso basta, porque los enemigos de la sociedad poseen armas secretas y aliados impredecibles.