Cuentan que Balaguer, hastiado ante la insistencia por la necesidad de una carretera que comunicara a Santiago Rodríguez y Montecristi, luego de haber asignado recursos varias veces para la obra, preguntó de manera incómoda: ¿y cuántos Martín García es que hay en este país?
Martín García, intermedio entre Sabaneta y Guayubín, es el poblado principal en un trayecto cuyo camino posiblemente data del nacimiento de la República Dominicana, pero con unas condiciones que han mantenido cerca y lejos a dos provincias con mucha historia compartida.
El clamor para el acondicionamiento de esa vía, por fin, ha logrado ser escuchado. De dar seguimiento a los trabajos, posiblemente en lo que queda de año se contaría con una conexión ágil entre Santiago Rodríguez y Montecristi.
Como esta obra, otras dos, la presa de Guayubín y el subcentro de la UASD, han de ser determinante soporte para el desarrollo de la provincia que honra con su nombre al Padre de la Restauración de la Independencia Dominicana: Santiago Rodríguez.
Ahora, para que realmente se traduzcan en desarrollo territorial, ¿qué se necesita? Lo primero a tomar en cuenta es que las obras, por sí solas, no representan desarrollo para los territorios. Es algo muy parecido a “sacarse el premio” o encontrarse un botín. Regularmente, cualquiera de esas dos situaciones termina en derroche y hasta en empeoramiento de la situación.
Muchos tratadistas han abordado las diversas corrientes sobre el desarrollo territorial. Entre ellos destaca la investigadora Luisa Rodríguez, para quien el desarrollo local es “el proceso de organización del futuro de un territorio”.
Para esta estudiosa, ese proceso “resulta del esfuerzo de concertación y planificación emprendido por el conjunto de actores locales, con el fin de valorizar los recursos humanos y materiales de un territorio dado, manteniendo una negociación o diálogo con los centros de decisión económicos, sociales y políticos en donde se integran y de los que dependen”.
El presidente Luis Abinader ha sido reiterativo al defender su decisión de impulsar un “verdadero desarrollo económico y social en el país”. El ministro de Economía, Planificación y Desarrollo, Pavel Isa, ha explicado la necesidad de “reestructurar la inversión pública” de cara a que “la prioridad sea satisfacer las demandas de las comunidades más vulnerables del país”.
En el Congreso, por otro lado, se impulsa la Ley Orgánica de Regiones Únicas de Planificación de la República Dominicana, iniciativa que procura propiciar un mejor desarrollo a escala nacional, regional y local, orientando las políticas, planes, programas y proyectos de inversión pública, para asegurar una mayor cohesión territorial.
Es cada vez más evidente la necesidad de superar aquella etapa en la que se consideraba al Gobierno como ese “papá” al que se le pide y que, casi siempre, luego de muchos ruegos, termina satisfaciendo el requerimiento de su cría.
De manera creciente, los territorios van asumiendo roles protagónicos en la construcción de su futuro. Está claro que también los hay sumidos en aquella etapa cuasi feudal, considerando al Gobierno como el que propone, dispone y pone. Pero los territorios que asumen responsabilidades, esclarecen su visión, colocan al ser humano en el centro, generan procesos participativos y construyen consensos, son los que logran marcar la diferencia y volverse referente para los demás.
En Santiago Rodríguez, como en otros territorios, sobran ejemplos de lo que resulta al obviar esa participación activa. Algunas preguntas sirven para alentar el debate y encontrar pistas que nos inserten en una real perspectiva de desarrollo sostenible.
¿Cuáles serían los beneficios de la Presa de Monción, si esta estuviera articulada a una real estrategia de desarrollo territorial? De haber sido así, ¿sufrirían falta de agua en Monción? ¿Necesitarían los ganaderos auxilio ante cada sequía, si se enfocara de manera sostenible ese potencial de desarrollo? ¿Qué ocurrirá con el potencial turístico de Santiago Rodríguez, si se explota sin antes organizar el desarrollo del mismo?
Por el mejor aprovechamiento de las aguas del río Guayubín, por los múltiples beneficios que representa mejorar la conexión con Montecristi, así como por modernas instalaciones, en las que se ha de orientar recursos, contenidos y acciones al mejor desarrollo de las capacidades y destrezas conectadas con el territorio, lo más sabio y sano es esclarecer visión, construir consensos y cohesionar el territorio a la luz de los cambios, la sostenibilidad y el auténtico desarrollo.