En el trono de la república se sentaba otro gobernante, es decir, otro títere, y nada había cambiado en esencia o cambiaría para empeorar. En efecto, la represión recrudecería en esos años (los últimos que le quedaban) en que la bestia no ostentó el título de presidente. En ese tiempo cometió la bestia algunos de sus peores crímenes e imprudencias y el aparato militar se fortalecía día tras día.
En los primeros años de la era gloriosa no habría más de ocho mil hombres en la guardia y un número muy reducido en la marina, que era casi inexistente, igual que la aviación. Con eso era suficiente para mantener a raya y aterrorizada a la población, pero no para contener una expedición armada como la que pudo ser Cayo Confite. La bestia dio entonces inicio a un ambicioso plan de expansión de sus fuerzas armadas.
Muy pronto el ejército llegó a tener dieciocho mil hombres y su número seguiría creciendo y el armamento modernizándose. En 1947 ya había una Marina de Guerra con su propio estado mayor, una armada en regla, con bases en Las Calderas e Isla Beata, diez guardacostas, una fragata, una corbeta, destructores y un buen número de lanchas auxiliares, aparte de una goleta destinada a la instrucción.
Pero eso fue sólo el comienzo. Tres años más tarde, apenas en 1950, se había convertido en la armada mejor equipada del Caribe, quizás la más poderosa de todas, con numerosas naves de guerra, tres mil efectivos y un batallón de infantes de marina.
Las Fuerzas Armadas se consolidaron en 1948 con el surgimiento de la moderna Fuerza Aérea o Aviación Militar Dominicana que se convirtió en la niña mimada de la bestia y de su hijo mayor Ramfis Trujillo. En la creación y fortalecimiento de este cuerpo represivo, de muy triste historia, la bestia no escatimó recursos. Hizo construir unas doce bases aéreas en todo el país, entre ellas la de San Isidro, que entonces se llamaba Presidente Trujillo, como tenía que llamarse, adquirió en Suecia y Gran Bretaña equipos de combate recién estrenado en la segunda guerra, y en excelentes condiciones. Compró, para empezar, varias docenas de aviones P-51 Mustang, veinticinco caza bombarderos P-47 Thunderbolt, treinta aviones de caza a reacción De Havilland DH.100 Vampire y todo lo necesario para proteger o blindar los cielos del país que gobernaba como una finca.
Se dice que también adquirió, más o menos en secreto, versiones modificadas del S-26 Mustang, una aeronave de reconocimiento, y que algunas de ellas, sin matrículas y pintadas de negro, fueron vistas alguna vez sobre Cuba e incluso Venezuela, que es más distante.
«Las ambiciones de Trujillo no terminaron ahí, el dictador ansiaba expandir la capacidad de ataque de la AMD y en 1958 comenzó negociaciones con la compañía Florida Aerocessories Inc. para comprar 12 ex -bombarderos Douglas A-26B Invader retirados de la USAF y modificados como “entrenadores” por esta compañía civil. Al obtener la licencia, los dominicanos pronto aumentaron el pedido a 16 ejemplares. Analizando la rápida expansión de las fuerzas armadas dominicanas y la insistencia de Trujillo en adquirir armamento estadounidense, el gobierno de los Estados Unidos bloqueó esa venta y varios intentos del servicio de inteligencia dominicano, incluyendo otras dos a través de compañías civiles. Agentes de Trujillo, posando como directivos de una compañía chilena fantasma, dedicada a la cartografía, lograron adquirir una flota de 5 aviones A-26B de la compañía Manhattan Industries. Estos cinco A-26B desmilitarizados aterrizaron en Base Trujillo (San Isidro) en 1959 durante un supuesto vuelo de entrega hacia Chile, en donde fueron confiscados, artillados con el material disponible y puestos en servicio con la AMD». (1)
Aunque parezca increíble la Aviación Militar Dominicana de la bestia llegó a tener a mediados de la década de los cincuenta unas doscientas cuarenta aeronaves, vehículos blindados y unos tres mil quinientos efectivos, y prácticamente no tenía rival en el área de Centroamérica y El Caribe, con excepción de México y Venezuela.
A todo esto se sumaba un formidable y efectivo y brutal Servicio de Inteligencia Militar (SIM), que administraba varios centros de torturas en los que se aplicaban crueles suplicios, y que contaba con cientos de agentes que infundían el terror entre civiles y militares, y operaban tanto en el país como en el extranjero.
La bestia se enorgullecía de su poderío por supuesto. Se había convertido en el hombre más fuerte y peligroso de la región por aire, mar y tierra, y junto con su poder crecía su ego y su codicia, su enfermiza megalomanía. Quería más y más, probablemente sentía que el país le quedaba chiquito, chiquitico. De hecho, dicen que con frecuencia se lamentaba porque le había tocado un país tan pequeño para gobernar, apenas poco más que una media isla.
No es de extrañar que promoviera con tanto afán el culto de la personalidad y que su efigie estuviera presente en cada rincón del terruño y que exaltara por igual a sus seres queridos.
En honor de su hijo mayor, que ya era general desde los nueve años, se creó en la Fuerza Aérea el Escuadrón Ramfis, integrado por varias docenas de Mustang, y en honor de sí mismo (a pesar de que le tenía pánico a los aviones), la bestia creó el Escuadrón Leonidas, compuesto por unos cincuenta cazabombarderos.
En muchos aspectos, y sobre todo en relación con los ejércitos de otros países pequeños del área, las fuerzas armadas dominicanas podían ser comparadas —como sostiene Crassweler— con el ejército de Federico el Grande, «un cuerpo que era todo músculo y nada de grasa». La disciplina, como dice Crassweller, era muy estricta y su moral alta, paradójicamente alta, y el armamento y equipamiento excelentes. De hecho Crassweler considera que la fuerza militar de la República Dominicana era desproporcionada con respecto a la de los países de la comunidad caribeña.
La bestia se había convertido, pues, en el primer potentado de la región y mantenía a raya a todos sus enemigos.
Por eso de vez en cuando los nostálgicos de la era, los patrioteros trujillistas de ayer y de siempre, escriben agrios mensajes (o más bien comentarios) en los que me sacan en cara mi supuesta ingratitud. Me dicen que gracias a esa persona a la que llamo bestia existe todavía la República Dominicana. Lo dicen y se lo creen, y amenazan de paso con castigar mi atrevimiento, con partirme el pescuezo por las cosas que escribo, a pesar de que yo no escribo con el pescuezo.
(Historia criminal del trujillato [142])
Notas: (1) Fuerza Aérea de República Dominicana (https://es.m.wikipedia.org/
Bibliografía: Robert D. Crassweller, “The life and times of a caribbean dictator”