Desde que Pittini asumió el poder como arzobispo en 1935 las relaciones entre la Iglesia católica y la bestia fueron poco menos que idílicas, por lo menos hasta el año de 1959. Es decir, casi toda la era gloriosa.
En semejante estado de armonía no parecía difícil negociar un concordato, pero la tozudez de la bestia lo había impedido o por lo menos demorado. La bestia se quería casar, quería unirse en matrimonio con su esposa María Martínez, pero no cualquier matrimonio. Quería un matrimonio eclesiástico, un matrimonio religioso, como el que lo había unido a Aminta Ledesma, su primera mujer. Y ahí estaba el problema. El matrimonio eclesiástico es por lo general indisoluble…
La bestia se había casado en 1913, a los veintidós años, después de haber puesto encinta a la infeliz Aminta Ledesma Pérez, la que sería la madre de su hija Flor de Oro.
En 1920, mientras servía a las tropas de ocupación en el este del país, violó a una menor de edad llamada Isabel Guzmán. Semejante tropelía desató un escándalo mayúsculo, una indignación colectiva. La bestia fue llevada a juicio, un juicio que no tuvo mayores consecuencias gracias a la protección que le brindaba el uniforme.
En 1922, cuando ya era capitán de la llamada Guardia Nacional (y todavía legalmente casado con Aminta), tuvo el descaro de pedir la mano de una joven de El Seibo, cosa que provocó de inmediato la repulsa de la familia y probablemente de todo el pueblo. Para matrimoniarse tuvo que buscarse una mujer al otro lado de la isla. Y así, en 1927 se casó con la montecristeña Bienvenida Ricardo, después de haberse divorciado de Aminta Ledesma en 1925, un divorcio civil.
El matrimonio duró hasta 1935 y mientras estuvieron casados no tuvieron hijos. En el interín la bestia estableció relaciones adulterinas con María Martínez Alba (llamada la españolita porque era blanca y bonita), casada con un cubano llamado Rafael Dominici.
Con María Martínez tuvo la bestia su primer hijo varón en 1929, cuando todavía estaba casada con el cubano, que al ver como andaban las cosas abandonaría el país prudentemente y nunca más regresó.
La bestia se divorció de Bienvenida en 1935 para casarse con María Martínez, bajo el alegato de que no podía darle hijos, y la convirtió de esposa en amante. Amante de ocasión.
Con María Martínez se casó en el mismo año 1935 y la convirtió de concubina a esposa. Con ella tuvo otros dos hijos, Angelita y Radhamés. Y además, en su condición de amante, Bienvenida le dio lo que no pudo darle como esposa: una hija llamada Odette Trujillo Ricardo.
En el mientras tanto conocería la bestia a la mujer de su vida, la amiga de Flor de Oro, una amiga que fue elegida reina del carnaval de 1937 y que su hija le había presentado unos años antes durante unas vacaciones en su casa veraniega de San José de las Matas: Lina Lovatón Pittaluga.
La bestia tenía la costumbre de apropiarse de la reina e incluso de las finalistas de los concursos y desecharlas al poco tiempo, pero esta vez fue diferente. De Lina (una muchacha de sociedad que no pasaba desapercibida), según todos los indicios se enamoró o encaprichó o se emperró sexualmente. Con ella tuvo una hija llamada Yolanda en 1939, y un hijo llamado Rafael en 1943. Un hijo que alguna vez se declaró orgulloso de su padre y que exhibía su misma sonrisa de hiena.
A Lina y sus hijos la bestia los trató generosamente e incluso heredaron de una manera retorcida una cuota apreciable de su fortuna. En principio parecía que la bestia estaba dispuesto a dejar a la españolita para casarse con ella, o tal vez era Lina Lovatón la que trataba de divorciarlo o tal vez ambas cosas, pero María Martínez defendió su matrimonio con uñas y dientes y le hizo a Lina la vida difícil, la obligó a salir del país o convenció a la bestia de que la sacara y la bestia la sacó. La escondió como quien dice bajo la alfombra en Miami y la hacía venir esporádicamente o se veía con ella en Estados Unidos.
Por alguna razón sentimental o de estado, o por lo que se quiera suponer, la bestia prefirió conservar a su españolita. Le permitió, además, adquirir fortuna en compañía de su hermano Paquito a través del monopolio de ferreterías y otros negocios. Una fortuna cuantiosa, calculada en más de cuarenta millones de dólares de la época.
De hecho, la bestia la consintió hasta el punto de volver a casarse con ella en 1954. Ya estaban casados, pero uno de los dos o quizás los dos querían casarse formalmente por la iglesia y se casarían. María Martínez había nacido con el siglo y ya estaba entrada en años y en evidente sobrepeso y de seguro la bestia no le daba mucho uso, si acaso le daba alguno, pero la unión matrimonial se mantenía y los felices consortes querían volverse a casar, esta vez por la iglesia.
En realidad el asunto no tiene nada de extraño. Tanto la bestia como su consorte vivían de la adulación y las apariencias. Aparentaban estar felizmente casados y aparentaban tener convicciones religiosas, y hasta es posible que María Martínez fuese en el fondo, muy en el fondo, una mujer casta y devota.
La firma del Concordato representaba un espaldarazo, un reconocimiento al régimen de la bestia mientras que el matrimonio representaría un reconocimiento de las virtudes morales de la ejemplar pareja. El único problema es que para casarse por la iglesia había que anular el matrimonio con Aminta Ledesma y eso está prohibido. El divorcio eclesiástico no está permitido, al menos para los pobres y la gente sin influencia. Incluso gente con influencia, como el famoso rey Enrique VIII, no pudieron divorciarse. Por eso, principalmente, se complicó y demoró el concordato. Pero la bestia lo consiguió.
Lo que había unido Dios no podía nadie separarlo a excepción del papa y el papa lo separó. Lo que Enrique VIII no pudo, la bestia lo consiguió.
Como sugiere Crassweller, a la larga todos los problemas fueron superados y las negociaciones (porque de un negocio se trataba), llegaron a feliz terminó a inicios de 1954.
(Historia criminal del trujillato [148])
Bibliografía: Robert D. Crassweller, “The life and times of a caribbean dictador