El mundo debe asumir esta responsabilidad, y las naciones desarrolladas, responsables de alimentar este fenómeno, tienen el deber moral de liderar este cambio hacia una economía más verde y sostenible. Con menos desigualdad y pobreza.
Por Antonio Isa Conde

El cambio climático es la crisis más seria que enfrenta la humanidad. Años de negación han sido aplastados por una realidad evidente: incendios, inundaciones, olas de calor y tormentas de intensidad inédita.
Aunque la República Dominicana produce una mínima fracción de los gases de efecto invernadero, sus efectos están siendo devastadores en el país, exponiendo una desigualdad climática tan injusta como peligrosa. Los fenómenos naturales, antes más esporádicos, son ahora una amenaza recurrente, amplificada por la falta de infraestructura adecuada y una geografía vulnerable.
Pero sobre todo por la desigualdad y la pobreza existente, que pone en evidencia la miseria humana, de manera cruda antes cualquier fenómeno natural, incluso por un fuerte aguacero.

La falta de sistemas eficientes para gestionar el agua pluvial convierte las lluvias intensas en tragedias que inundan hogares, destruyen cultivos y dañan infraestructuras.
Un sistema moderno de recolección y almacenamiento de aguas no solo reduciría estos daños, sino que permitiría aprovechar este recurso en tiempos de sequía.
Pero sobre todo crear conciencia sobre el problema y luchar por reducir la brecha de la desigualdad, acumulando capital social en salud y educación.
Sumado a esto, la proliferación de sargazos en las costas representa un reto aún sin respuesta. Estas algas, acumulándose en las playas, afectan al turismo y a la biodiversidad marina, pilares de la economía y la naturaleza dominicana.

Frente a estos retos, el país necesita medidas urgentes: mejorar la infraestructura hídrica, desarrollar una gestión innovadora de los sargazos y avanzar hacia una transición energética basada en fuentes renovables.
Estas acciones, combinadas con programas de educación ambiental y sostenibilidad, pueden reforzar la resiliencia del país ante un futuro climático incierto.

A nivel global, la República Dominicana y otras naciones vulnerables deben exigir a las grandes economías que cumplan con los compromisos del Acuerdo de París. Solo así podrán mitigar las emisiones y limitar el calentamiento global, cuya carga recae de forma desproporcionada en los países menos responsables de su origen.

El mundo debe asumir esta responsabilidad, y las naciones desarrolladas, responsables de alimentar este fenómeno, tienen el deber moral de liderar este cambio hacia una economía más verde y sostenible. Con menos desigualdad y pobreza.

La acción inmediata y responsable de todos los signatarios del Acuerdo de París es esencial para frenar esta amenaza existencial, donde está en juego el futuro el de generaciones enteras y la vida del planeta.