Graves amenazas nunca antes ni pensadas por muchos rondan nuestro pueblo, Pedernales, y lo peor que podemos hacer es cerrar los ojos y colocarnos tampones en los oídos para negar o evadir esa realidad. La indiferencia nos hace cómplices, y en eso andamos.

Por el camino que vamos, ni soñemos con un turismo de calidad. El fracaso podría llegarnos, incluso, en la víspera del anunciado boom. Hay desafíos que, olímpicamente, pasan inadvertidos.

No solo se trata de las infraestructuras necesarias que motiven a los turistas a movilizarse a esta hermosa provincia del extremo sudoeste del territorio dominicano, en la frontera con Haití. Celebramos los procesos constructivos en curso de hoteles, terminal turística, en Cabo Rojo, y a 20 minutos de allí, en Tres Charcos, municipio Oviedo, hacia el este, del aeropuerto internacional para recibir aviones comerciales de cabina ancha.

Pero, ¿de qué servirá el progreso si desde ahora Pedernales se convierte en “tierra de nadie”? ¿De qué servirá si confundimos progreso y unos cuantos salarios mínimos con desarrollo integral? ¿Para qué servirá si se instalan los vicios, la prostitución, los embarazos de adolescentes por parte de adultos, la promiscuidad, el respeto por los valores tradicionales y la inseguridad… si perdemos la juventud y la paz y la anomia nos consume? ¿Si no tenemos salud, educación, producción y entretenimiento sano, que no banalidades? ¿Si no somos felices?

Ganan terreno el negocio del narcotráfico, el consumo de drogas prohibidas entre jóvenes y adultos, la delincuencia callejera, los asaltos, la vida libertina, el tigueraje, la deserción escolar de jóvenes deslumbrados por los kilos en alta mar. Ganan terreno la invasión de tierras del Estado y privadas, el irrespeto a las normas establecidas para la buena convivencia, el desprecio por los adultos mayores, las niñas y los niños.

La porosidad de las fronteras terrestre y marítima y la falta de integridad de gente llamada a detener los delitos nos hacen más vulnerables al trasiego de armas, drogas, cigarros y al paso de criminales internacionales.

Pedernales evidencia un  proceso de descomposición social real. A velocidad de crucero, nos vamos pareciendo a las insufribles urbes donde hay que andar “con cuatro ojos” y no se duerme en paz porque, en un espanto durante la madrugada, frente a usted puede aparecer un “visitante” con una pistola o un puñal apuntando a su cara.

El nivel de dispersión social, la apatía y la politiquería impiden “ver más allá de la curva”, como ironizaba el líder perredeista José Francisco Peña Gómez sobre  políticos dominicanos.

Esas debilidades generalizadas sirven de mampara para advertir el vendaval que nos viene encima, y prevenirnos.

Urge, por tanto, una parada en la cotidianeidad para evaluar dónde estamos, hacia dónde queremos ir y con qué contamos para coronar ese recorrido, que no pinta fácil.

Por lo pronto, deberíamos ir pensando en, al menos, reducir el “pan y circo” servido de manera recurrente a las  comunidades, en tanto se trata de un ingrediente maligno que abona la enajenación colectiva.

Por lo que se ve a lo lejos, diferente a otros tiempos, en Pedernales circula mucho dinero entre pocas manos.

Lo ideal sería que esos actores de la política y de la sociedad civil se unan para apadrinar un politécnico donde los jóvenes aprendan programación, redes, fabricación de videojuegos, robótica, reparación de computadoras… Y, al finalizar, les gestionen colocación en el mercado.

Les sugiero una buena inversión: asumir el equipamiento de la academia y la banda de música y refuercen al director, el maestro Mon Méndez, con algunos de sus pares del Conservatorio Nacional de Música para la impartición de talleres. Impulsar escuelas de teatro, literatura, pintura, escultura, artesanía y danza, y promuevan presentaciones de los talentos formados con los pagos correspondientes.

Con dinero y buena voluntad es mucho lo realizable en favor de la construcción de una comunidad saludable, en bienestar general.

Una juventud técnicamente bien formada sobre los valores de la honradez, la honestidad, el respeto, la solidaridad y la responsabilidad, y con empleo digno, sería el mejor escudo contra las tentaciones de los vicios que cada día incrementan su asedio.

Hay que cambiar, porque haciendo lo mismo, apostando a la bulla, la bebentina, al silencio, al ocultamiento de la verdad, más temprano que tarde sufriremos el fuego más intenso del infierno. Y nada bueno.

Como escribió Rita Mae Brown en su novela “Sudden Death (Muerte súbita), 1983: “Desafortunadamente, Susan no recordaba lo que dijo una vez Jane Fulton; la locura es hacer lo mismo una y otra vez, pero esperando resultados diferentes”.

Ni haciendo lo mismo, ni metiendo la cabeza en una funda para negar la verdad. Aceptemos que vivimos en la mentira, negando las señales ominosas de la coyuntura, aprovechando la ignorancia de muchos.

Diagnosticando y aceptando la enfermedad, tendríamos el tratamiento para curarla. Si se convierte en cáncer y hace metástasis, entonces, el desenlace quizá sea muy trágico.

A Fiedrich Nietzsche, filósofo, filólogo, poeta y compositor musical alemán, le atribuyen haber dicho que “callar es peor, todas las verdades que silencian se vuelven venenosas”.