Benach (Universidad Pompeu Fabra de Barcelona) y Muntaner (de la Universidad de Toronto, Canadá) publicaron en el año 2005 el libro “Aprender a mirar la salud”; destacaron la necesidad de “mirar” (reconocer) y sentir las enormes desigualdades en salud entre los países y entre sectores sociales en cada país. “La desigualdad es la mayor epidemia del siglo XXI”, señalaron.

La pandemia de la COVID 19, nos ha estremecido y recordado que mientras algunos sean vulnerables, todos somos vulnerables. Tarde o temprano, la COVID 19 no será una preocupación central, pero nuestras sociedades continuarán siendo profundamente desiguales e injustas y seguirán incubando conflictos y rebeliones.

Cuando somos incapaces o insensibles para mirar las condiciones de vida, de trabajo y de salud infrahumanas de tantas personas, de tantas familias que no solo tienen ingresos por debajo de la línea de pobreza, sino también una calidad de vida por debajo del nivel de dignidad humana, nos convertimos en parte del problema y no de la solución.

Cuando no vemos los rostros de angustia y desesperanza de cualquier familia luchando para conseguir atenciones de salud o endeudándose, para conseguir la atención de un pariente enfermo. Cuando no vemos a personajes valiosos y apreciados de nuestra sociedad, rebotando de un servicio de salud a otro hasta fallecer. Cuando no miramos y comprendemos que muchos de nuestros problemas prioritarios de salud podrían ser evitados y reducidas sus consecuencias irreparables.

Cuando todo eso y algo más pasa delante de nosotros cada día y no lo miramos ni intentamos superarlo, creemos que eso ocurre a otros y nunca nos tocará, o ensayamos discursos auto elogiosos; y no reconocemos que algo no está bien y que debemos, entre todos, disponernos a hacer los cambios necesarios, antes que sea demasiado tarde, hemos perdido parte de nuestra sensibilidad humana.

Somos un país catalogado como de “ingreso medio alto”. En 40 años, nuestro PIB per cápita calculado en US$, se multiplicó por 7 veces.  Desde los años 90, tuvimos varias Comisiones de Reforma de Salud y Seguridad Social; desde hace 21 años, hemos tenido vigentes las leyes 42-01 y 87-01 y hemos logrado que el 95% de la población esté afiliada al Seguro Familiar de Salud.

Sin embargo, una niña nacida en nuestro país tiene una Esperanza de Vida de 8 años menos que si hubiera nacido en Suecia, 3 y 6 menos que en Cuba y Costa Rica. Y si es varón, su esperanza será 10 años menos que en Suecia, 5 menos que en Cuba y 7 menos que en Costa Rica. Las mujeres suecas tienen una mortalidad materna de 4 por cada 100,000 Nacidos Vivos, en Cuba 27 y en Costa Rica 20. En nuestro país es 120, casi el doble que el promedio de América Latina (67 por 100,000 NV). La Mortalidad Infantil (menores de un año) antes de la pandemia, en nuestro país era de 25.9 por 1000 NV, mientras que en Cuba era de 4.5 y en Costa Rica de 7.3 y en América Latina de 15.5. Estas vergüenzas nuestras ocurren en un país donde el 98.9% de las embarazadas tienen control prenatal por médicos y muchas de ellas por especialistas, y donde el 97.5% de los nacimientos son institucionales.  Nuestro PIB per cápita, elevada cobertura prenatal y de atención medica de los nacimientos, no corresponde con uno de los peores resultados del continente en la mortalidad y en general en salud.  Es evidente que algo está mal y debe ser reformado.

Cualquier transformación de una política social se origina en otra manera de mirar y comprender la realidad.  En nuestra mirada sobre la organización y gestión del sistema de salud y su financiamiento, no ha predominado la perspectiva de sus resultados en cuanto a problemas prioritarios de salud del país y en cuanto a desigualdades e inequidades en dichos resultados.  Nuestro sistema de salud y de protección social no están logrando reducir suficientemente las inequidades sociales en salud ni los resultados que si consiguen otros países.

Ahora que estamos hablando de reformas y está en proceso la formulación de un nuevo Plan Decenal de Salud, parece haber una nueva oportunidad de quitarnos la venda. Podemos lograr mejores resultados y reducir radicalmente las desigualdades que se traducen en esos vergonzosos resultados. Tenemos los recursos como país. Repensemos nuestro sistema de salud y sus formas de financiamiento, mirando desde la perspectiva de los resultados que consideramos posibles y necesarios. Construyamos, entre todos, el sistema de salud y de protección social que nos permita avanzar con prontitud hacia una sociedad más equitativa, solidaria y próspera.

Nada cambiará si hacemos más de lo mismo. Atrevámonos a mirar diferente y a cambiar, entre todos, lo que hay que cambiar. Antes que sea demasiado tarde.