“Lo que se les dé a los niños, los niños darán a la sociedad” –Karl A. Menninger.

Alcanzar un estado de calidad cuantificable de la educación en República Dominicana enfrenta, como hemos visto en las entregas anteriores, serios escollos tanto en el marco de su propia funcionalidad como respecto al contexto sociocultural y económico.

Hemos hecho énfasis en los más relevantes con la convicción de que no es un enfoque original y que el problema ha sido abordado profundamente en estudios especializados. Por ejemplo, Celeste Abréu Van Grieken, asesora académica del Instituto Nacional de Formación y Capacitación del Magisterio (Inafocam) concluye en su obra titulada Reflexiones para una educación de calidad en la República Dominicana que, además de los factores asociados a la calidad presentes en el sistema educativo del país, la educación enfrenta desafíos pendientes para mejorar.

 

La autora afirma que la educación de calidad es un trayecto permanente que necesita articularse con la realidad del contexto y ponderar lo pendiente como horizonte iluminador, además de que es urgente reconsiderar las políticas educativas requeridas para la concreción de la calidad de la educación y el fortalecimiento de la pobre institucionalidad que caracteriza al sistema educativo nacional.

 

Hemos citado algunos de los voraces y perjudiciales satélites de contexto que circulan alrededor del sol de la educación. Volvemos a recordar algunos de ellos: la violencia intrafamiliar que de manera ya habitual termina en horripilantes tragedias; la desarticulación familiar; el abandono temprano de los hijos y la desprotección integral que este hecho explica;  la irresponsabilidad paterna; la degradación moral de los barrios periféricos; la  imposición de la llamada cultura urbana y sus expresiones “musicales” que son, en su notable mayoría, baldones de groserías y vulgaridades; el culto a las banalidades y a los caminos fáciles pero peligrosamente deshumanizantes hacia el éxito; las presiones económicas en sus múltiples expresiones que generan inevitablemente desasosiegos, ansiedades, depresiones y sensación de falta de perspectivas; el encierro de niños y jóvenes entre los barrotes de las redes sociales; la corrupción administrativa rampante que deja sin ejemplos en el nivel político a la juventud; la crisis sistémica de valores; el progresivo predominio de las familias monoparentales y sus desapercibidas nefastas consecuencias en las  conductas de niños y adolescentes; las nuevas nefastas alternativas de trabajo en los barrios, como el microtráfico; los “referentes morales” en las redes sociales y ambientes sociales en los que predomina la falta escolaridad primaria, entre otros. Entendemos que estos satélites “objetivamente existentes”, deberían estar presentes en la conceptualización de “los desafíos pendientes para mejorar”.

 

Son ellos, al margen de los problemas institucionales y de funcionalidad del propio sistema educativo, los que explican no solo la pésima calidad de los productos del sistema educativo, sino la creciente falta de interés real en él por parte de quienes deben ser formados (incluidos los profesores) para cumplir las complejas responsabilidades intra e intergeneracionales de la bien dotada de recursos nación dominicana. Son los hechos objetivos que pueden colocar en una situación de difícil o imposible implementación las mejores políticas de Estado en materia educativa.

 

Así las cosas, somos de la opinión de que no bastan pactos educativos que regularmente terminan en los archivos de las instituciones protagonistas ni las recurrentes iniciativas para una educación de calidad, esfuerzos todos ellos que sin duda aportan al esclarecimiento de la más eficiente ruta a seguir. Es urgente colocar la educación en el nivel real de un objetivo político de alcance sistémico de alta prioridad, pero no con señuelos como aquel de “revolución educativa” que hizo del 4% un muy rentable negocio con la construcción de miles de escuelas cuyas estructuras hoy se derrumban y carecen absolutamente de previsiones sismorresistentes (ver artículos del autor en El Dinero a partir del 19 de febrero de 2019).

 

Parece urgente emprender acciones o estrategias que puedan ser evaluadas y medidas y a las que se les garantice continuidad política, no importa el partido político que conduzca al gobierno. Se precisa imponer la autoridad sin menoscabo de los derechos fundamentales y hacer mayor énfasis en una cultura de cumplimiento de normas en la conciencia social de estos tiempos, propensa al nihilismo, rechazo al orden básico que debe primar en la convivencia social, las extravagancias materiales, el culto a la puerilidad, la celebración de lo vulgar y destructivo, y la falta de límites o restricciones posibles a la libertad de expresión mal entendida.

Estamos, pues, totalmente de acuerdo con la autora precitada cuando escribe que los muchos desafíos que demandan respuestas retrasan “…el ritmo de los cambios que se necesitan para transformar la práctica docente, los aprendizajes de los estudiantes y, consecuentemente, las condiciones de vida de los sujetos y del país, porque a fin de cuentas el sentido de la educación de calidad no está lejos del balance entre la integración del ser, el saber y el hacer como basamento para la plenitud humana. En fin, hay que asumir el reto: la educación de calidad supera los límites de la escuela y se transfiere al conjunto de toda la sociedad”.

Igualmente, agregamos nosotros, desde la sociedad se transmiten los impulsos motivadores o destructivos a lo que ocurre en las escuelas, públicas y privadas, y no tener en cuenta el contexto externo traduce cualquier esfuerzo expresado en políticas e intervenciones puntuales en paliativos temporales e ineficaces.