Quisiera decir que para homenajear a Cortázar todo el mes de febrero apachurré el tubo del dentífrico o de la pasta de dientes, como decimos en México, por la parte de arriba, generando la cólera discreta de mi esposa, que lo veía deforme en el lavabo. Lo sé, sería poco original y si mejor escribo que en estos 29 días (este año es bisiesto, ¡un guiño del universo al argentino!) en particular el aciago 12, que cayó en lunes ídem, evité usarla y que sobreviví a puros buches de bicarbonato y que escondí el cepillo en el cajón de los calcetines y que ahora no lo encuentro y que el dentista no quiere recibirme y que mi esposa ya amenazó con dejarme, quesque en mis encías surge un color extraño… Si dijera todo esto, ¿sería como recrear otra historia de cronopios y famas?
Quisiera decir que paseé por el Cementerio de Montparnasse para ver su tumba, y que di vueltas buscando la Allée Lenoir que me llevaría a ella y que me perdí porque no quería usar google-maps ni tampoco seguir a los otros peregrinos y que me distraje viendo otras que encontraba sin mayor esfuerzo, como la de Sartre y Simone o la de Serge Gainsbourg que también está llena de recuerdos de sus admiradores, aunque ellos no dibujan rayuelas ni ponen palabras en español, pese a que también dejan sus boletos gastados del metro… En fin, todo eso, además de falso, sería bastante presuntuoso, aunque hubo un tiempo en que yo también padecí del París con aguaceros…turistas y parisinos.
¿Y si aludiera a alguno de sus muchos y ya míticos relatos?, como Luisa Valenzuela que, en una carta le comenta: «El país todo es casa tomada», y cualquiera pensaría que se refiere a los buitres actuales, pero si vemos la fecha, abril del 83, pensamos en los generales sanguinarios y en las vueltas nada gratas de la historia, que adora propinarnos coscorrones. Entonces podría mencionar que no me gustan las escaleras y agradecerle a Cortázar su sabio humor: «Es mejor subirlas de frente, pues hacia atrás o de costado resultan particularmente incómodas».
Es más, vuelvo a la carga con otra de sus famosas instrucciones, la que habla de cómo dar cuerda a un reloj. ¿Julio sabrá que ahora, esos aparatos ya son dizque inteligentes y que se conectan al teléfono, que ahora es celular, que se conecta con los correos (electrónicos), con mensajes de whatsapps y etcétera y etcétera? Por eso tendríamos que recordar esta frase: «Cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire». En efecto, así está medio mundo, en un calabozo de aire, el aire adictivo de las redes sociales que salta del iphone al iwatch o como se escriba, pero luego me resisto a preguntarme si él tendría instag y si le tomaría fotos a su gata Flanelle o al croissant mañanero…
Tampoco diré que en estos días salí a la calle preguntándome si encontraría a la Maga y como no soy chica (aunque ahora eso ya no importa) no me puse medias negras; eso sí, pensé en negarme a cocinar y en alejarme de la regadera, del jabón, del peine y… de la pasta de dientes. A lo mucho diría que robé un paraguas de un hotel elegante que no tiré al Sena, sino que olvidé por allí en un parque cuando el aguacero amainó y que, cuarenta años después, nadie lo ha olvidado, me refiero a Julio Cortázar, no al paraguas, por supuesto.
Por ejemplo, hubo un librero, Lucio Aquilanti, que se dedicó a coleccionar su obra y que muchos años después se la vendió a la Biblioteca Nacional (se me ocurre que pudo haberla donado) y dijo que había sido un honor y un dolor a la vez…
Otro caso, el español Jesús Marchamelo, que escribió Cortázar y los libros, de joven soñaba con volverse el cronopio de cronopios y cada día al despertar, antes de abrir los ojos, se tocaba la cara y decepcionado sentía la falta de barba y al verse al espejo se sabía muy lejos del metro y noventa y tantos del autor de Todos los fuegos el fuego.
Queremos tanto a Julio, se llamaba otro libro que publicaron inicialmente en Nicaragua, en el que una veintena de escritores y amigos habla de él, ¿y si me pusiera a leerlo antes de que llegue marzo?