El maestro Bienvenido Bustamante (1923-2001) nació en San Pedro de Macorís un 27 de febrero. Durante toda su vida compuso grandes obras musicales. Música sinfónica, himnos, criollas, en fin, todo tipo de música.
Hay dos obras que me fascinan de él: el “Concierto para Saxofón”, será porque se trata de mi instrumento preferido junto con el chelo, y la “Suite Macorix”.
Como vengo de la Región del Cibao conocí muy bien a los Diablos Cojuelos de La Vega, aunque los de hoy distan mucho de los de mi niñez, pero no por eso dejo de remontarme a esta y recordar esos domingos en el Parque Duarte en que muerta de miedo me llevaba mi papá a verlos.
A los Guloyas los vine a conocer gracias a la firma licorera que hizo un anuncio homenaje a cada pueblo destacando sus tradiciones y sus personajes emblemáticos.
El maestro Bustamante compuso la obra de carnaval más alegre que he escuchado: “Suite Macorix”, cuyo tercer movimiento es el “Baile de los Guloyas”. En una oportunidad, hace muchos años, esta obra fue interpretada por la Orquesta Sinfónica Nacional; en ese entonces la escuché por primera vez y desde ese momento la amé.
El maestro Julio de Wint (1935-2021) dirigió ese concierto. De Wint era un director más bien tranquilo, sin embargo, en esa ocasión me sorprendí porque hasta bailando lo vi. Luego comprendí que solo el hecho de ser de Macorís le daba esa energía, esa alegría, pues de seguro se remontaba a sus años infantiles en que admiraba ese baile de los Guloyas en ese Macorís del Mar, como lo llamaba el poeta René del Risco Bermúdez.
La combinación Bustamante-De Wint hizo que con ese concierto la noche se convirtiera en algo mágico.
A cada músico se le entregó un pito para ser tocado en su momento. Se notaba en ellos la alegría, estaban viviendo un verdadero momento de carnaval.
Pero hubo algo que llamó poderosamente mi atención y creo que la del público en general: fue el actuar de la sección de percusión. Ellos tenían un baile sincronizado, un rostro que desbordaba alegría y una gran complicidad, aunque no solo en ese concierto era su forma de entregarnos su música, en todos, daban esa sensación de camaradería. Luego de que esos músicos desaparecieron de la Orquesta, jamás he podido disfrutar un concierto como cuando ellos estaban.
La euforia de los músicos en la interpretación de ese tercer movimiento fue muy grande, comenzaron a sonar los pitos y mi hijo, quien además de ser tan espontáneo es muy osado, de un momento a otro no se pudo contener y con violín en alto se puso a bailar como los Guloyas que ya los había visto en el famoso comercial.
Cada noche pongo conciertos en mi televisión en la plataforma YouTube y me encanta cuando los músicos se involucran de tal forma haciendo que cada obra sea un momento especial.
Entre los directores que más me gusta se encuentra Gustavo Dudamel, joven venezolano de apenas cuarenta y dos años quien no solo dirige, le habla con los ojos a sus músicos, le hace gestos muy graciosos y, si la obra lo amerita, no solo tocan, estos bailan, cantan… Creo que todos lo aman, es más, lo amamos. Cuando dirige alguna obra que puede ser coreada o acompañada con palmadas por el público se da vuelta y dirige desde el podio a músicos y público.