Aquellos llamados a enfrentar cualquier catástrofe social piensan en soluciones, sean definitivas o paliativas Es un dilema perenne para los gobernantes hispanoamericanos: escoger entre unas y otras. Serán las circunstancias y sus particulares intenciones quienes finalmente decidan el accionar.

En los litorales del subdesarrollo, los políticos suelen ser incapaces y timoratos; no se atreven a coger el toro por los cuernos, prefiriendo gobernar tranquilos narigoneado la población. Entre corrupción, incompetencia, autoritarismos y revoluciones, las crisis Iberoamericanas se suceden a través de la historia, dejándonos secuestrados dentro de una endeble democracia.

 El autoritarismo de izquierda sustituye al de derecha aplicando remedios inservibles. Ocurre algo paradójico en estos países:  los marxistas se convierten en capitalistas, y estos terminan entregándonos al marxismo. Echamos agua de esperanza en un “jarro pichao” que nunca podrá llenarse.

En las últimas décadas ese jarro también lo empuñan narcotraficantes, lavadores, y estafadores de todo tipo, en contubernio – no funcionaría de otra manera – con el Estado. Mantienen un sainete democrático a su conveniencia.  

Tal irresponsabilidad no puede sino perpetuar e incrementar males sociales. Por eso, no es de extrañar que cada nuevo presidente retroceda agobiado ante las dimensiones del malestar, acomodándose en rutinas del pasado. Pocas veces sucede lo contrario; cuando sucede, presentimos dictaduras o revoluciones. 

Frente a nosotros, El Salvador vive un fenómeno político indefinible, asombrando a medio mundo. Lidereado por un “chico moderno” de esbelta figura, tocado con gorra al revés, barbita retinta y cabello engominado; sin pelos en la lengua y dispuesto a debatir sus ideas: Nayib Bukele, presidente electo democráticamente por un pueblo hastiado de sus anteriores gobernantes. 

Un presidente atípico, “carajito popi”, hombre de nueva generación; definido por su desenvolvimiento y estilo, y no por sus años.  El peculiar mandatario, mantiene a todos aplaudiendo y, a la vez, atemorizados.

El personaje agarra el toro por los cuernos y comienza a tumbarlo. Enfrenta las estructuras podridas de su país – igual que las nuestras – a mandarriazo limpio. Llegó al poder bajo la ojeriza de las fuerzas conservadoras salvadoreñas, sin embargo, todo indica que ha conseguido respaldo popular, de las fuerzas armadas, y de diputados y senadores. De lo contrario, no podría hacer lo que hace. 

Se toma grandes riesgos y expone su vida; implementa reformas sin temor y justifica sus medidas. Muestra resultados. Está llevando a cabo las reformas que quisiéramos ver ejecutar a muchos gobernantes. A pesar de un inusual autoritarismo en democracia, ninguna ha sido irracional.

Ante tal temeridad, surgen las críticas ; asusta ese autoritarismo que, en ocasiones, salta leyes establecidas. Aterra. Afloja los intestinos y desencadena migrañas. Mientras tanto, vuelven turistas al Salvador, circulan menos carros blindados y se encuentran pocos cadáveres al amanecer. Su aceptación es alta.

Escuchamos gritos desesperados cuando el “carajito” se atiene a la lógica y reduce el número de distritos que fraccionan su territorio y racionaliza la cantidad de diputados. Gritan aquellos que vivieron a expensas del erario. Vaciar cuentas, encarcelar e incautarle millones de dólares a expresidentes, es una fantasía ciudadana que él quiere convertir en realidad. 

No dejan de ser razonables y necesarias esas reformas; debieron aplicarse allá y aquí desde hace mucho tiempo. Eso nadie puede dudarlo. La interrogante surge de la metodología.

Cabría decir que estamos siendo testigos en El Salvador de un autoritarismo racional de carácter progresista. Aunque al ser tan inusual, se piensa paralelamente que puede resultar extremo y de mal augurio. La expectativa es angustiante. 

La pregunta de carácter político, social e histórico es inevitable: ¿Terminará El Salvador siendo otro Singapur, una democracia social, o una tiranía grotesca como la nicaragüense? ¿Llegará bienestar, seguridad y educación a sus nacionales o, por el contrario, volverán a empantanarse en el subdesarrollo? Solo el tiempo, y los acontecimientos que acoge, tendrán la respuesta.