De vez en cuando tenemos esos días grises, en que nos sentimos aletargados y con decaimiento, interpretamos la mayoría de las veces que solamente estamos cansados; nos arropa el desánimo, la desilusión o la desesperanza. Nuestro tono de voz y nuestro rostro esconden posiblemente nuestra tristeza, una emoción que de acuerdo a Paul Ekman existe desde el inicio de nuestro nacimiento como un dolor emocional o estado afectivo que acompañada del llanto activa procesos psicológicos y cognitivos que nos permiten superar pérdidas, fracasos y engaños.
En este mundo contemporáneo y neoliberal vivimos bajo la tiranía de la felicidad, necesitan modelarnos mediante libros de autoayuda, técnicas de pensamiento positivo, astrología, mindfullness o mensajes publicitarios, a fin de evitar que vivamos este sentimiento, propio de la naturaleza humana. La finalidad posiblemente es de condicionarnos a enfrentar la tristeza en absoluta soledad, en una reiteración del yo individual, muchas veces cargado de sentimientos de culpa y sin ninguna ayuda profesional; si acaso esta se hace contínua o se agrava en su estado de permanencia. Nadie es ajeno a tener una reacción psicofisiológica ante la tristeza, la expresamos a través del llanto, la voz y el cuerpo; nuestro lenguaje corporal habla por sí mismo.
La tristeza también se manifiesta en las diferentes dimensiones del arte desde la literatura hasta la música, siendo en sí misma una contradicción dialéctica. En este sentido, se convierte en una experiencia estética y catártica que conjuga la aflicción y lo bello; una emoción universal que abarca las realidades de la vida cotidiana casi siempre en ausencia de la misma felicidad.
Desde este antecedente, la literatura romántica con Gustavo Adolfo Becquer, los cuentos de Juan Rulfo, la legítima tristeza de Fernando Pessoa, el Coronel no tiene quien le escriba del autor Gabriel García Marquez hasta la novela Matar a un ruiseñor de la autora Harper Lee; y desde Beethoven, el jazz, los Beatles o Adele hasta llegar a Erick Satie son unos pocos ejemplos del uso de la tristeza como recurso temático en la literatura y la música respectivamente; sin dejar de mencionar la fotografía, la danza, el teatro y el cine en cuyas expresiones simbólicas también esta se manifiesta. Asimismo, se plasman las emociones y los rasgos visibles de la tristeza, en las representaciones pictóricas de Edward Munch, Van Gogh y Caravaggio por citar algunos importantes representantes de este arte .
Para Marguerite Duras « la alegría no nos necesita», refiriéndose al oficio de los escritores. Es en esa dirección en torno al compromiso del arte a través de la literatura, que la también escritora Ana María Matute subraya que esta debe llamar la atención sobre la tristeza ya que «es un planteamiento de los problemas del hombre actual, debe herir, por decirlo de alguna manera, la conciencia de la sociedad, en un deseo de mejorarla»; pues «en el fondo del imperativo estético discierne el imperativo moral» .
Es así que la tristeza a través del arte rompe las barreras culturales y se convierte -cuando no llega a un estado patológico- en canalizador de la aceptación y la consolación individual o colectiva, a través de la introspección reflexiva sobre nuestras aflicciones por causa de un duelo, pérdidas o por los momentos difíciles de la vida; pudiéndose valorar más allá de lo puramente estético.
Después de todo, este sentimiento de aflicción y desconsuelo es saludable abriéndonos las puertas para la restauración, la alegría y la esperanza; permitamos que se exprese para decirle simplemente: -Buenos días, tristeza-.