Esa mañana me levanté contenta; lavaba las grecas; las llenaba de agua, le quitaba la borra del café, las liberaba de su atadura y de su prisión, mientras las limpiaba. Sentía que cuando las fregaba le quitaba por un rato el encierro que las lastimaba.

Recordaba el colador de mi abuela, pura tela de algodón, agua, fuego y libertad. Prefería esa forma de hacer el café, pero eso hace décadas.

II

Luego me puse a apretar las ropas mientras las lavaba en las piedras a la orilla del río. Esta noche me pondría la falda negra larga, forrada de suave seda, y mi blusa de algodón, también negra. Lavé varias piezas por si cambiaba de parecer sobre el cómo me iba a vestir.

Ya en la casa las tendí en el tendedero, les puse ganchitos para que no se cayeran, por la brisa. Más tarde, cuando me vestía, me sentía libre, sencilla, fresca…Sería una gran noche.

III

Hacía esos preparativos para vestirme para asistir al homenaje a estos grandes escritores caribeños, me di cuenta que olvidé preguntar sus nombres y sus países. Me dijeron que eran de las Antillas mayores:  ¿Cuba, Haití, Puerto Rico, Jamaica, República Dominicana? De cualquier país que fuesen sabía que lo iba a disfrutar, pues me encanta la literatura.

IV

El primer escritor era de Jamaica y no pude entender porque no sé inglés. El segundo era de Haití, había traducción en francés y hablaba en creole, tampoco sabía francés ni creole. El idioma que hablo y escribo es el español. Me sentí triste. Un caleidoscopio de sentimientos me llegó. Me sentí pequeña y retada.

V

Moraleja: Para ser buena antillana tengo que aprender inglés, francés y creole; con el español no me basta para aprender buena literatura.