“Mi ideal político es el democrático. Cada uno debe ser respetado como persona y nadie debe ser divinizado” – Albert Einstein.

Los debates electorales recién concluidos tuvieron una motivación esencial: informar a los electores sobre las medidas y reformas propuestas por los candidatos desde sus pretendidas funciones públicas. Es inevitable que en estos encuentros se pongan de manifiesto diferencias sobre temas concretos, así como una pobreza de contenidos, falta de formación o cultura general, y un escaso dominio del lenguaje, e incluso cierta propensión a la difamación e injuria.

En países donde la cultura del chisme y la difusión de rumores son parte integral del comportamiento colectivo, estos aspectos pueden emerger durante los debates.

Estos debates deberían ser considerados como un pilar de la democracia, destinados no a difamar a la familia de algún candidato en particular o a resaltar la integridad moral propia, sino como espacios para debatir con cultura, profundo conocimiento de las realidades nacionales y un compromiso ciudadano genuino con los temas que corresponden a cada uno.

Por ejemplo, un legislador debería dedicarse a convencer a sus electores de la conveniencia de nuevos proyectos de ley, reformas a normas vigentes y planes concretos para impulsar decisiones políticas, económicas y de infraestructura en beneficio de las poblaciones de sus demarcaciones territoriales.

Los alcaldes y otros funcionarios municipales tienen la responsabilidad de persuadir a la ciudadanía sobre sus propuestas relacionadas con nuevas ordenanzas y reglamentos municipales. Además, deben explicar la relevancia de sus proyectos de obras y servicios, así como los mecanismos de supervisión y seguridad implementados. También es fundamental que propongan medidas para garantizar que los ciudadanos cumplan con los servicios y obligaciones públicas, incluyendo la limpieza de calles y senderos. Asimismo, deben velar por la pertinencia y planificación de nuevas obras de infraestructura y establecer medidas para mantener el orden y la disciplina en sus respectivas circunscripciones.

Los candidatos a presidente tienen obligaciones definidas por la Ley Orgánica núm. 247-12. Sus propuestas para ganar el favor del voto ciudadano deben centrarse en garantizar una gestión administrativa armoniosa y eficiente. Más importante aún, deben exponer sus estilos de liderazgo, dirección y orientación en relación con las políticas públicas, planes, programas y proyectos a nivel nacional, regional y sectorial. Esto debe hacerse teniendo en cuenta los intereses colectivos y los servicios públicos tanto a nivel central como descentralizado, con el objetivo de promover el logro de metas de desarrollo humano sostenible, el respeto a la libertad individual, la eliminación de desigualdades y discriminaciones, y la mejora de la calidad de vida de los ciudadanos.

Un candidato presidencial debe tener un dominio relativo de los temas económicos, políticos y sociales cruciales a nivel nacional. Debe exponer claramente sus nuevas iniciativas, reformas y enmiendas en diversos ámbitos del quehacer nacional.

Cuando en los debates los aspirantes a cargos públicos abordan con claridad, competencia, compromiso y responsabilidad todos estos temas, la ciudadanía puede identificar diferencias, ventajas, desventajas, virtudes y falacias. Aunque es poco probable que cambien masivamente las preferencias electorales, estas discusiones pueden terminar reafirmando las posturas de quienes ya tienen decidido su voto.

Si bien los debates electorales no llegan con frecuencia a la mayoría de la población en edad de votar, no se puede ignorar que suelen tener un efecto multiplicador inadvertido. Esto se debe a que destacan la personalidad y el estilo de liderazgo de los candidatos mientras debaten sobre políticas públicas particulares que afectan los intereses de todos.

Según el Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento de Argentina (CIPPEC), el formato y la dinámica de los debates electorales tienen un impacto significativo en las estrategias de los candidatos. Las preguntas específicas y quién las hace moldean cómo los candidatos presentan sus políticas y posiciones. Las interacciones entre candidatos también son importantes, ya que exponen a los participantes a críticas y los obligan a responder a cuestionamientos. Aunque estos cruces pueden generar frases impactantes, también requieren cierta naturalidad por parte de los participantes.

Son muchos los factores de la vida moderna que impactan la calidad y la audiencia de los debates electorales. Estamos viviendo en la era de las redes sociales, incluidas las de los votantes menos informados, lo que puede inclinar la balanza de manera sensible a favor o en perjuicio de algún candidato.

El estilo relajado hasta la recurrencia al humor, pasando por las frases ingeniosas y las críticas contundentes, así como el comportamiento respetuoso y la personalidad aparentemente apacible e imperturbable ante los cuestionamientos más agrios, son elementos que pueden sumar puntos a favor de los contendientes.

Sin duda, los resultados finales se ven favorecidos por la tecnología moderna que permite apreciar las reacciones y las simpatías silenciosas conquistadas entre los ciudadanos mayores de edad.

Lo que puede realmente desacreditar a un candidato es recurrir al chisme, insistir en su propia probidad y descalificar al otro utilizando supuestas malas prácticas pasadas de familiares o colaboradores cercanos.

Desde una postura esencialmente maquiavélica de "divide y vencerás", podríamos justificar tales prácticas, pero en todo caso, no recomendamos recurrir a estos medios. Estas estrategias pueden terminar dañando la credibilidad y la pretendida moralidad de quienes las utilizan. En última instancia, es la calidad de las propuestas y la claridad de visión de los candidatos lo que debe prevalecer en una verdadera democracia.